El gobierno nacional no tiene asegurada la
aprobación del proyecto que envió al Congreso Nacional sobre el nuevo esquema de
retenciones móviles, y si bien se recuesta en la amplia mayoría con la que
cuenta en ambas cámaras, deberá tener en cuenta el tenor del texto que se
apruebe, para no promover el retorno del conflicto con el agro.
"Del total de 257 diputados, tenemos 129 votos a favor, casi
seguro; unos 100 de la oposición que rechazan el proyecto y el resto, veintipico,
que todavía no sabemos", señalaron tres legisladores kirchneristas a DyN. Está
claro que 129 significa justo la mitad mas uno. Pero si un diputado decidiera
abstenerse o votar en contra a último momento, provocaría la mas dura derrota
del gobierno en la era Kirchner.
La lógica permite inferir que cuando Néstor Kirchner en la
reunión de anoche en el PJ con la CGT, habló de esperar el fin del conflicto con
el campo para julio, mas que confianza en los votos propios pensaba en
aprobar un proyecto con las modificaciones o artículos complementarios
suficientes para contentar a algunos sectores agropecuarios —pequeños y
medianos— encarnados por al Federación Agraria, así como a gobernadores y
legisladores que responden a provincias con una importante incidencia de la
actividad del campo.
De no ser así, la aprobación de por sí sola no alcanzará para
acallar la protesta. Porque el respeto por las instituciones que correspondería
a una iniciativa del Poder Ejecutivo aprobada luego por otro de los poderes, el
Legislativo, no es un ejercicio reconocido hasta ahora por la sociedad
argentina. Lo que se traduce en un probable escenario de protestas y medidas de
fuerza si el Congreso Nacional aprueba el proyecto del gobierno, sin realizar
modificación alguna.
Hasta ahora la estrategia de la Casa Rosada funciona,
porque no se votó nada. Los debates se multiplican geométricamente,
convirtiendo al edificio anexo de la Cámara de Diputados en un desfile de
dirigentes políticos y sociales, cuyo pronunciamiento sirve sólo a modo de
catarsis, porque ni siquiera la mejor de las propuestas o la mejor estructurada
de las argumentaciones, incidirá un ápice en el plan del kirchnerismo.
Incluso, el propio vicepresidente de la Nación y titular del
Senado, Julio Cobos, intentó aprovechar el clima de debates para convocar a los
gobernadores y darle una mayor institucionalidad a lo que decidan diputados y
senadores. Pero el mendocino chocó con la misma pared que en algún momento se
levantó ante la mirada de Daniel Scioli, antecesor de Cobos en el cargo. Los
Kirchner no permiten que nadie del propio espacio les haga sombra. Y mucho
menos, alguien como Cobos que osó invitar a la Cúpula de la Iglesia, con Jorge
Bergoglio a la cabeza, para un encuentro en el Senado la próxima semana.
En privado, Cobos cree que se trata de una familia, que en su
mayoría aprueba una posición pero uno de sus integrantes —él— piensa distinto.
Entonces, cuando finalmente los hechos le dan la razón a ese "disidente", el
resto empieza a tenerlo en cuenta. Sin embargo, ni el gobierno es una "gran
familia" ni el matrimonio presidencial tiene por estilo el reconocimiento a los
propios, salvo los que integran su corte.
Abona esta situación el hecho que, del otro lado, los
tropiezos son reiterativos.
La oposición, llámese la Coalición de Elisa Carrió,
la UCR, el macrismo y el Socialismo, continúan detenidos desde hace
tiempo en el mismo peldaño, que no les permite situarse a la altura de las
circunstancias. En medio de un fuerte debate, son incapaces de hilvanar un
proyecto alternativo al oficialista que aglutine no solo a las fuerzas
antikirchneristas sino también a los productores agropecuarios, algunas
organizaciones sociales y a dirigentes peronistas que discrepan con la posición
del gobierno nacional.
Por lo pronto, no hay margen para equivocaciones. Porque esta
es una de las escasas oportunidades en que la sociedad está controlando el
accionar de sus políticos.
Walter Schmidt
Agencia DyN