En el diario La Nación
del sábado 28 de junio del corriente, leo lo siguiente bajo el título El
suelo de Marte apto para la vida:
“Los Angeles (AP).- La
primera prueba química de la sonda Phoenix en el suelo del polo norte de Marte
reveló un ambiente salino similar al que se puede encontrar en los patios
traseros de la Tierra, informaron ayer los científicos. El descubrimiento
aumenta la esperanza de que las planicies marcianas pudieran tener condiciones
favorables para la vida primitiva.
La sonda Phoenix
aterrizó hace un mes para estudiar las posibilidades de habitabilidad de las
latitudes boreales de Marte. “No hay nada ahí que pudiera impedir la vida. De
hecho, parece demasiado amigable –dijo el científico de la misión Samuel
Kounaves de la Universidad de Tufos- el suelo que hay en Marte es el tipo de
suelo que usted encuentra en su jardín y en el que podría plantar espárragos sin
problemas.”
“Hasta el momento,
Phoenix no ha detectado carbono orgánico, considerado esencial para la creación
de la vida. La semana pasada, la sonda encontró evidencias de hielo debajo de la
tierra. Los científicos coinciden en que el agua en su estado líquido, una
fuente de energía estable y componentes orgánicos, o que contengan carbono, son
necesarios para que una zona sea habitable.”
Hace ya muchos años (esto fue en
1977), en pleno auge de la “era de los OVNI”, contagiado de lo contemporáneo de
aquel entonces, escribí un libro sobre exobiología (ciencia que estudia las
posibilidades de vida fuera de la Tierra). Obra publicada en 1978 bajo el título
de Naves extraterrestres y humanoides, con el subtítulo de: Alegato
contra su existencia, por Imprima Editores, Buenos Aires).
En aquella oportunidad,
luego de refutar la supuesta visita a nuestro planeta de seres de otros mundos,
en especial “humanoides”, dejé la puerta abierta para concebir ciertas formas de
vida alejadas de la figura humana, supuestamente existentes en nuestra propia
galaxia Vía Láctea.
Hoy, a 31 años de
distancia de aquellas especulaciones, pienso algo distinto en base a mis nuevos
conocimientos adquiridos acerca del proceso viviente.
Ahora, prácticamente me
veo obligado (hablando bien o mal) a “patear lejos” toda otra forma de vida,
además de la terráquea, supuestamente instalada en nuestra Vía Láctea.
El impulso de la “patada”
obedece a la reflexión acerca de que, ciertas formas de vida muy alejadas de las
conocidas en nuestra Tierra, sólo pueden ser posibles en lejanas galaxias de
nuestro universo hasta el presente conocido. ¡Tan improbable es la repetición
del ADN (como base biológica), que su reiteración casi raya en lo imposible!
No creo en Carl Sagan,
eminente astrónomo y divulgador de conocimientos, cuando imaginaba
civilizaciones extraterrestres por doquier, tratando de contactar con ellas
mediante naves espaciales y radiotelescopios.
Todavía recuerdo
nítidamente un pasaje de su maravilloso libro Cosmos (Editorial Planeta,
Barcelona, 7ª edición, pág. 301), donde expresa: “Las civilizaciones tardarían
en nacer miles de millones de años de tortuosa evolución, y luego se
volatilizarían en un instante de imperdonable negligencia”.
Es cierto que, el notable
Sagan, vivió la era de la tensión Este-Oeste, es decir la “guerra fría” entre la
URSS y los EEUU, cuando estas dos superpotencias estaban a punto de embestirse
con armas nucleares, por cuanto, se vio motivado a extrapolar dicho posible
evento hacia otros supuestos mundos con vida consciente.
En otro de sus afamados
libros, titulado: Comunicación con inteligencias extraterrestres, luego
de esgrimir una serie de cálculos matemáticos que nada tienen que ver con la
realidad extramatemática, proclama solemnemente, que puede haber nada menos que
un millón de civilizaciones técnicas extraterrestres tan sólo en nuestra
Galaxia. (Véase: Comunicación con inteligencias extraterrestres (Planeta,
Barcelona, pág. 169).
Si bien más adelante,
luego de nuevas elucubraciones matemáticas (siempre tomando como referencia y
extrapolando la belicosa naturaleza humana, hacia otras supuestas inteligencias
del espacio exterior), llega a una civilización por galaxia, aún así, es una
posición demasiado optimista, muy alejada de la realidad biológica.
Han transcurrido muchos
años desde que se puso en marcha el proyecto CETI (Comunication with
Extraterrestrial Intelligence), inventado por un grupo de entusiastas
astrónomos, cosmólogos y exobiólogos, sin que hasta el presente se hayan
escuchado voces o melodías extraterrestres algunas. Sólo el monótono crepitar de
la radiación cósmica detectada por los radiotelescopios.
¿Será que las “melodías”
de los alienígenas son el colmo de aburridas para el terráqueo y sus cantos tan
cacofónicos que ni siquiera nos motivan para hallar allí algún embeleso? ¿O más
bien se trata del espacio exterior, como un sordomudo que no oye ni articula
palabra alguna?
No, según mi hipótesis,
Sagan estaba equivocado, tanto él como su cohorte de colaboradores. Esto fue
debido a su falta de conocimientos biológicos profundos, pues no ha tenido en
cuenta la tremenda improbabilidad de originarse nuevas formas de vida y la no
menos remota posibilidad de repetirse su evolución hasta la formación de un
cerebro como el humano.
Y no sólo estos y otros
astrónomos creían esto, sino miríadas de personas bastante cultas que dominaban
diversas otras materias.
Y no se crea que caigo
aquí de bruces en creacionismo sobrenatural alguno con el fin de desdecir lo
afirmado por algunos cosmólogos legos en biología. Por el contrario, no entra en
mi mente nutrida de ciencia, ninguna clase de algún creador sobrenatural (en el
que no creo), dados los tortuosos derroteros que han seguido todas las líneas
evolutivas del planeta en base a continuos yerros. Una suprainteligencia
sobrenatural creadora no puede errar a cada paso. Esta es mi lógica.
Si apareciera en nuestra
propia galaxia o en otras, algo así como la vida terráquea con cualidades
intelectuales semejantes, iguales o superiores a las humanas por un azar
extraordinario, casi inconcebible, muy alejado de una supuesta tendencia hacia
ese fin, más que azar, esto constituiría (valga el contrasentido) en ¡otra
singularidad! Cosa absurda, ya que, el término singularidad viene de singular,
que significa: “solo, sin otro de su especie”.
¿Por qué esta tan tajante
afirmación? Ella está basada en el comportamiento de la mal denominada
materia-energía que, en ausencia de todo ciclo perpetuo que no tiene por qué
existir, todo lo que hoy detectamos es: ¡una singularidad! Incluso los ciclos
encerrados en la misma que bien pueden ser transitorios.
Debo aclarar que todo esto
es una especie de filosofía, pero una metafísica no fundamentada en puras
especulaciones sin el apoyo de la ciencia experimental como suelen hacerlo los
filósofos que desprecian a la ciencia en general, denominándola despectivamente
como “cientificismo” o simple teoría, sino en los descubrimientos de la Ciencia
Experimental, único método que considero válido par dar con la verdad.
El principal escollo que
anula tanto la panvida (valga el neologismo, de pan = todo), como
el panpsiquismo y la polingénesis (esta última entendida como el renacimiento
del mundo después de un ciclo de vida, según los estoicos y el diccionario
filosófico), ese detalle, repito, es el carácter perecedero del actual estado
de cosas universal.
Hablando en
términos cósmicos, nos hallamos al momento presente, formando parte de una
asombrosa singularidad. Según mi teoría, es posible que este big-bang
dentro del cual estamos viviendo sea único, lo mismo que los protones,
neutrones, electrones, quarks… y también las formas de energía conocidas; y por
ende también las denominadas leyes biológicas instaladas en nuestro planeta.
Toda la biogenia entendida como la historia de la vida terrestre sería un caso
singular.
¿Cuál puede ser el
fundamento de esta teoría? La respuesta es obvia. No existe tendencia alguna por
parte de los elementos químicos hacia la formación de un ser vivo. Todo ser
viviente procede de otro ser viviente. Podemos mezclar infinidad de veces los 92
elementos químicos naturales en miríadas de retortas y hacer incidir en ellos
toda clase de radiaciones, sin que aparezca una sola célula viviente, ¡ni
siquiera un ADN “suelto”! Ni aún simulando infinitas combinaciones, radiaciones
y ambientes.
La generación espontánea,
después de larguísimas y pacientes experimentaciones, ha quedado totalmente
descartada. No puede existir, por lo tanto, ninguna tendencia por parte de la
materia-energía hacia el estado viviente, ni aquí en la Tierra, ni en planeta,
ni galaxia alguna, ¡pero tampoco ninguna especie de dios todopoderoso creador y
sostenedor de vida! (Para el lector curioso que desearía saber por qué sostengo
esto último, le recomiendo la lectura de una de mis obras titulada
Razonamientos ateos).
Por su parte la
panspermia, doctrina que sostenía hallarse difundidos por todas partes, ciertos
gérmenes de seres organizados, que no se desarrollan hasta tanto no encuentren
circunstancias favorables para ello, fue un mito y los meteoritos caídos en
diversos puntos de nuestro planeta y estudiados a fondo, resultaron estar
contaminados con microorganismos terráqueos, o se han visto sólo fantasmas de
vida en ellos, de ahí la creencia, y sólo creencia, de que transportaban vida
del espacio exterior.
Una sola célula viviente
es tan compleja en su estructura y procesos interiores, que resulta imposible
crearla en laboratorio. Y de esto se deduce nuevamente, y lo repito, que no
existe tendencia alguna por parte del material inorgánico hacia la formación de
un ser vivo. Ni siquiera un virus, y menos una pulga que ya es harto compleja en
su anatomía y fisiología. Basta con fijarnos en la maraña de elementos químicos
en interacción que constituyen en una sola célula viviente. Y no pensemos en la
formación del ultracomplejo ADN sin la intervención de otro ADN anterior que se
duplica. De modo que, no solo debemos descartar una nueva generación de vida en
nuestro planeta sino también y con casi toda seguridad, en el resto del
Universo, al menos una vida con nuestro enmarañado y fabuloso cerebro, fruto del
acaso en un universo en constante transformación.
Y aquí me veo obligado a
desechar una vez más la supuesta y antiquísima idea de la intervención de algún
dios bueno creador (porque no creo en lo dioses); es un imposible dadas las
cosas que acaecen en nuestra querida (malquerida para muchos) Tierra y en el
resto del cosmos que yo he bautizado como Anticosmos (antiorden).
Si a pesar de todo,
algunos aceptan la existencia de otros civilizaciones en el universo, para mí ya
en la ficción, surge la pregunta: ¿Es siempre necesaria una civilización, o es
éste un concepto propio del antropomorfismo (tendencia a atribuir rasgos humanos
a las cosas), o del antropocentrismo (doctrina que supone que el hombre es el
centro de todas las cosas)?
No. Si existe algo
inteligente allá lejos entre (las por ahora contadas o supuestas) alrededor de
100 mil millones de galaxias en “nuestro” universo, debería ser tan distante de
nuestro cerebro como la galaxia más lejana. Y me desternillo de risa cuando me
hablan de “humanoides” extraterrestres (supuestos seres semejantes al hombre).
Esos hipotéticos seres
distantes miles de millones de años luz (un año luz equivale a 9,468 billones de
km.), poseerían unas formas de captación del mundo y conceptos totalmente
dispares a los nuestros. Podemos imaginar que estarían capacitados para captar
las ondas hertzianas; ver sólo con radiaciones calóricas; percibir los olores en
su epidermis, también los ultrasonidos; “palpar” la luz infrarroja y
ultravioleta, y mil cosas más mediante sistemas sensibles totalmente
distanciados de nuestros sentidos de percepción del mundo. Y por ende, tampoco
sus conceptos del mundo (de su mundo) coincidirían con los nuestros.
Allí todo puede ser
diferente: el concepto de solidaridad un mito, porque ésta se daría de suyo en
esa sociedad (si es que la podeos denominar así, ya que, es posible concebir
seres aislados) es decir por naturaleza, propiamente, sin sugestión o ayuda
ajena. La agresión, la guerra, imposibles, porque ninguno de esos supuestos
seres podría imaginarse siquiera semejante aberración. Lo mismo el robo, el
hurto, el engaño, el asesinato y las infinitas lacras que manchan al ser
humano.
De modo que, podemos
imaginar también que en esos lares carece de sentido el afán de lograr todas las
virtudes a las que aspira el hombre, precisamente por ser allí imposibles las
antivirtudes.
Con esta filosofía de
carácter extraterrestre, podemos barrer también con cárceles, reformatorios,
policía, ejércitos, arsenales de guerra, rejas, candados, esposas, llaves,
guardianes, custodios y… la mar de precauciones y funestas consecuencias que
presupone la existencia de la maldad en la Tierra.
Los “ángeles buenos”,
pueden existir en el espacio exterior, pero no como entes espirituales según los
imagina la mística humana; quizás tampoco de “carne y hueso” como nosotros, sino
de otro material desconocido formado por la esencia energética del Universo.
Y más cuando carecemos de
pruebas de que la vida obedece a ciertas supuestas leyes universales.
Estas presuntas “leyes
biológicas”, bien pueden tratarse de puras creaciones de nuestra fantasía y
tendencia a extrapolar. Lo singular en materia de proceso viviente, difícilmente
concilia con nuestra razón. No obstante, nada ni nadie puede garantizarnos que
nuestro raciocinio no padezca del defecto de generalizar lo singular. Lo
ocurrido en el seno de nuestra galaxia en un puntito de la misma que denominamos
Tierra, no tiene por qué estar repetido en otras galaxias, porque tampoco tienen
por qué existir las mismas leyes biológicas en el resto del Universo.
Todo nace en nuestra
mente. Nuestras neuronas imaginan cosas, luego creemos en ellas. Así es como
extrapolamos lo ocurrido en nuestro planeta madre hacia otros planetas, y no
sólo a los cercanos: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y
Plutón (este último un planetoide), que acompañan con nuestra Tierra al
gigantesco Sol, sino también a cuerpos planetarios de lejanas galaxias.
¿Quién les dijo a los
astrónomos que existen leyes biológicas panuniversales? (de pan: todo; valga el
neologismo).
Y no sólo eso: ¿Quién
señaló a los biólogos que puede existir un panpsiquismo en el sentido
materialista (según así reza el diccionario de Filosofía) y descartando por mí
todo espiritualismo.
¿De dónde, cómo y cuando
sacaron los biólogos algún atisbo de cierta ley biogeneradora (valga el
neologismo) desparramada por todo el universo de galaxias?
Es palpable que se trata
tan sólo de una extrapolación de nuestra biología terráquea.
Aquí, en este punto, es
donde erraron todos los exobiólogos y todos aquellos astrónomos adheridos a esta
disciplina, quienes soñaron con miríadas de civilizaciones (nada más ni nada
menos que “civilizaciones”) poblando el espacio extraterrestre hasta los
confines del Universo.
Según mi hipótesis, no
existe ninguna ley universal de la vida (¡y menos de “civilizaciones”!). Mal
podemos poblar entonces todo el Universo de seres vivientes, máxime cuando
(prosiguiendo con mi teoría) no acepto siquiera la eternidad de las leyes
físico-químico- biológicas.
En efecto, pienso con
fundamento que nuestro universo, uno entre tantos otros (según mi hipótesis)
enclavados en un Macrouniverso finito o infinito (no lo podemos saber), es un
proceso pasajero, que derivará (big-bangs de por medio) hacia otro estado
de cosas dejando atrás todas las leyes fisicoquímicas tenidas por el hombre como
perennes. Y ése ¡no será el fin del mundo! No lo será, simplemente porque existe
la posibilidad de su existencia cambiante por toda la eternidad.
Todas estas, tal vez
audaces hipótesis, las lanzo con atrevimiento fundamentándome en la caducidad de
múltiples teorías no sólo antiguas sino también modernas. Algunas relativamente
recientes, de efímera duración por causa del avance acelerado de nuevas técnicas
científicas.
No es entonces que esté
soñando. Me pongo en guardia frente a esta posible insinuación, respaldándome en
las constantes mutaciones que sufre el conocimiento científico en los límites de
su alcance. Por eso me veo obligado a tentar nuevas explicaciones sobre el
Universo y la vida en base a mis conocimientos astronómicos, fisicoquímicos y
biológicos.
A modo de corolario de
este “extraterrestre escrito”, me atrevo a redactar la siguiente utopía (¡o
pavada!): Si bien me cuesta creer en la posibilidad de la existencia de seres
extraterrestres y menos como humanoides, aún me queda un resquicio en mi mente
que me invita a especular. (Debo señalar que, en cierto modo, ya lo he hecho en
mi libro titulado: Naves extraterrestres y humanoides, con el subtítulo:
Alegato contra su existencia).
También yo, como muchos,
desearía ser, si no inmortal, al menos muy longevo. Exageradamente quisiera
alcanzar quizás los matusalénicos 969 años de edad (según el mito judaico), o
tal vez algo más con la misión de arreglar este planeta y cambiar esta díscola
especie humana de hoy día, en un ser angelical de carne y hueso (o de cualquier
otro material componiendo otra forma viviente natural).
Y esto no es, ni por
asomo, un argumento para una película de ciencia ficción.
Sólo desearía contactar
con “ellos” (los alienígenas) “telepáticamente” (aunque no crea un ápice en la
telepatía, ¡ni en ellos!) para que vinieran a rescatarme de este inicuo planeta,
con el fin de reformarme psicofísicamente “allá arriba” y retornarme a mi globo
natal hecho un superhombre con una loable misión a cumplir.
¿Se imaginan a este autor
de esta fantasía, hecho un “superman” volando alrededor del Globo Terráqueo,
tapando agujeros de este goteroso mundo huérfano de todo dios todopoderoso?
En mi imaginación, ya me
veo hecho un saltarín, brincando de aquí para allá y acullá, de entuerto en
entuerto, para arreglar el mundo mal hecho. (Bueno ¡son cosas de la fantasía!,
pero… como expresión de deseo hay que decirlas).
Ladislao Vadas