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REMOTAS POSIBILIDADES DE UN ORIGEN EXTRATERRESTRE DE LA VIDA
REMOTAS POSIBILIDADES DE UN ORIGEN EXTRATERRESTRE DE LA VIDA

Entre los planetas Marte y Júpit

    Entre los planetas Marte y Júpiter existe un gran espacio ocupado por los asteroides que algunos astrónomos suponen que son restos de un planeta hecho trizas por causa desconocida.
    Mas los ufólogos, alias “platillistas”, ni cortos ni perezosos afirmaron que se trata de restos de un planeta hecho añicos mediante armas atómicas empleadas por sus habitantes extraterrestres, enfrentados similarmente a los terráqueos en dos bandos opuestos irreconciliables, como lo fueron aquí en la Tierra durante la tensión este-oeste por razones políticas amenazándose con el empleo de armas nucleares. Esto, por supuesto, son sólo pamplinas de los fantasiosos. Vayamos hacia la teoría exobiológica seria.
    Es poco probable, descartable en un casi ciento por ciento, que la Tierra haya capturado del espacio exterior seres vivos, organizaciones biológicas ya provistas de metabolismo, aunque más no fuera en forma de unicelulares vegetales o genes libres, como creen algunos. Primero por el hecho de ser necesarias condiciones óptimas para un ulterior desarrollo como el metabólico a partir de moléculas orgánicas simples y sólo el planeta Tierra las posee en forma conspicua; segundo porque es muy difícil que los organismos vivientes puedan soportar las altas temperaturas generadas en los meteoritos al atravesar estos nuestra capa atmosférica, ya que sólo por medio de estos cuerpos errantes sería posible una “siembra” de vida en el sistema solar. A esto debemos añadir las condiciones adversas del espacio exterior donde predomina todo tipo de radiaciones letales, como las ultravioleta, que descompondrían muy pronto todo material viviente como estructura coherente, delicada y compleja que es; y tercero, aún suponiendo que el décimo planeta que falta entre las órbitas de Marte y Júpiter haya sido antes de su desintegración un cuerpo con condiciones si no iguales a las terráqueas ya que esto es imposible, al menos favorables para un desarrollo vital corto, hasta cierto punto crítico donde se vería truncado por falta de un ambiente para su ulterior desarrollo, es muy difícil que hayan sobrevivido esas formas de vida incipiente desde la hipotética desintegración del supuesto planeta, porque en este caso, sean cuales fueren las causas del cataclismo, las condiciones habrán variado en forma tan brusca que no habrá quedado ningún vestigio de ser orgánico.
    Una suposición más dudosa aún, es la que sugiere la existencia en tiempos remotos de una vida superior en el hipotético planeta, destruido en este caso por la misma civilización mediante una reacción nuclear en cadena, y que estos seres antes de destruirse habrían “sembrado” la vida en nuestro planeta, pero en este caso como esbozo primitivo, porque una suposición en el sentido de que ya cierta vida desarrollada hubiese sido instalada sobre formas rudimentarias previas formadas en la biosfera terráquea, choca con todo lo revelado por la paleontología, que nos indica cómo se han originando las especies paso a paso a partir de los unicelulares, de acuerdo con el orden en que se encuentran los fósiles en las capas geológicas más antiguas, y con la embriología cuyo estudio nos permite observar una recapitulación ontogenética del proceso filogenético.
    También es sabido que el proceso viviente que avanza en grado de complejidad es irreversible, es decir, que no es dable observar que de formas superiores deriven nuevamente formas inferiores. Esto no surge ni de la historia filogenética que nos relata la paleontología, ni de la observación del proceso viviente actual. Por lo tanto de esto se desprende que la biogenia ha seguido una escala gradual de complejidad ininterrumpida, que es posible seguir de cerca tanto en la ordenación de las piezas fósiles que permiten una recapitulación completa (aun cuando en algunos filumes falten ciertos eslabones), como en las distintas etapas del desarrollo embrionario, que nos indican cómo se va pasando desde el unicelular, por los estadios de pez branquiado, anfibio y reptil, para luego bifurcar en ave y mamífero.
    Si alguna forma de vida organizada hubiese sido sembrada sobre formas primitivas terráqueas, cualquier rareza en el curso natural del desarrollo biológico hubiese sido detectado hace tiempo en los restos fósiles animales y vegetales, de la misma manera como es posible recomponer los climas que reinaron en los tiempos prehistóricos mediante el estudio de los anillos de crecimiento en los troncos arbóreos fosilizados.
    Quizás, incluso hubiesen sido detectadas huellas en la corteza terrestre del cataclismo que hubiera significado la destrucción de ese cuerpo planetario dada su cercanía.
    Además vimos que el caso del planeta Tierra es, si no único en el Universo conocido, al menos un fenómeno tan poco probable, que si buscáramos un cuerpo similar en el Cosmos según cálculo de probabilidades debería hallarse situado en alguna galaxia muy alejada de nosotros.
    ¿Cómo conciliar esto entonces, con una supuesta existencia de dos cuerpos vecinos similares en un mismo sistema solar, ambos aptos para la generación y desarrollo ulterior de la vida hasta el punto de desembocar en un ser consciente que crea civilización? Ciertamente, esto sería ya excesiva casualidad, pues resultaría casi imposible que en ese supuesto planeta se haya desarrollado previamente la vida de tal forma que nuestro episodio sería una recapitulación de todo lo allí ocurrido hasta el hipotético estallido nuclear “creador” de los asteroides, como si existiera una tendencia en la naturaleza hacia ciertas formas y ciertos rumbos de los acontecimientos.
    Esto resulta más inverosímil si tenemos en cuenta que el proceso viviente deriva hacia múltiples caminos bifurcándose a cada paso y es además irreversible por lo menos en las cercanías según cálculo de posibilidades.
    Luego, aceptar que ya ha habido una civilización extraterrestre en nuestro sistema solar y que esta actual civilización terráquea es una repetición de aquella, está reñido con la ciencia física, biológica, astronómica y matemática. Sólo puede se aceptado por aquellos que ignoran en profundidad estas ciencias en conjunto.
    Además de esto, si se argumentara que esos supuestos seres inteligentes del hipotético décimo planeta sembraron la vida ya planificada en las primitivas células, para originar a todos los seres vivientes vegetales y animales, ¿dónde queda entonces el hecho de ser necesarios 4550 millones de años, edad de la Tierra, de lenta transformación azarosa con una variedad de formas extinguidas en cifras astronómicas, superior a la fauna y flora residuales de la actualidad?
    Si todos los seres vivientes hubieran estado ya planificados en esas células “sembradas” hubieran bastado pocos años para originar directamente todas las formas actuales que además serían fijas, y la evolución resultante de la extinción de la mayor parte de las formas nuevas deficientes carecería de sentido.
    Por otra parte si esos hipotéticos “seres” hubiesen previsto ya esa evolución que tendría como meta al hombre, ¿de dónde saldría que las transformaciones de los seres vivientes debían desembocar a la larga precisamente en el hombre, cuando sabemos que la evolución es un proceso a la deriva que puede apuntar hacia cualquier rumbo imprevisto sin dirección, desde el momento en que no existe tendencia natural alguna hacia formas determinadas?
    Si esto hubiese sido así, lo que menos hubiese aparecido es un ser consciente ya previsto, como el hombre. En otras palabras, el hombre jamás pudo haber sido previsto por ser inteligente alguno conociendo nosotros la forma de operar el mecanismo evolutivo, porque de lo contrario tendría que evidenciarse que todas las líneas filogenéticas o la mayoría de ellas tienden hacia la forma humanoide, lo cual sabemos que no es así.
    Más factible que esto, en todo caso sería aceptar a pesar de todo, que la vida haya arribado accidentalmente a nuestro planeta en forma de moléculas orgánicas elementales sorteando casualmente todos los peligros en el espacio, pero aun así, ¿por qué habríamos de aferrarnos a esta suposición poco probable, si la Tierra por sí sola poseyó en los tiempos primitivos las condiciones necesarias para la aparición del primer plasma viviente?
    Si hay esbozos de vida en otros planetas de nuestro sistema solar, eso lo dirá próximamente la astronomía cuando se realicen observaciones cercanas a esos cuerpos. Lo que puedo adelantar es que el medio circundante de nuestro planeta, es decir el resto de los cuerpos que forman nuestro sistema solar constituyen parajes inhóspitos para no sólo el desarrollo de vida superior, sino también para formas inferiores basadas en la química del carbono. Inversamente, el planeta Tierra por sí solo fue y es autosuficiente para originar vida y posibilitar su ulterior evolución, gracias a las condiciones que se dieron cita en el sistema Tierra-Sol a diferencia del resto de nuestra galaxia donde persisten las más variadas condiciones que por lógica azarosa no pueden constituir campos propicios para una biogenia conducente a formas superiores.
    Esto último depende de una trama tan delicada y casualista que con seguridad, jamás se podría repetir ni siquiera en nuestro propio planeta el episodio vida si ésta llegara a extinguirse por completo aun si el globo conservara las condiciones físico-químicas actuales. Tan casual es este evento cósmico que aun resultaría irrepetible en un mismo cuerpo sideral No lo digo con ánimo de pedantería o empujado por dogmatismo alguno sino como un razonamiento fundado en puras observaciones del modo de actuar la esencia íntima del Universo en estado de vida animal y vegetal.
    El hecho que más asidero ofrece a la ciencia biológica para considerar un tronco común para la vida como exclusivo producto terráqueo, es el hallazgo de estructuras similares llamadas nucleótidos, tanto en los seres vivos más evolucionados como los primates, como en los más inferiores de la escala zoológica y botánica Los mecanismos reproductores celulares que producen calcos de sí mismos (meiosis y mitosis) en los cromosomas sumados a la recapitulación ontogenética de los procesos filogenéticos en los animales, nos están indicando que toda la masa viviente ha tenido un origen común porque los genes se hallan en toda forma viviente tanto animal como vegetal y son factores claves para la continuidad de la vida junto con la función clorofílica y la función metabólica.
    Luego, si llegaran a encontrarse esbozos de vida en otros cuerpos de nuestro sistema solar, lo que dudo mucho y casi descarto en un ciento por ciento, estos esbozos tendrían que ser según mi teoría fundada en el azar, completamente diferentes de las formas terráqueas, aun las unicelulares, y allí no podrán existir nucleótidos como el ácido desoxirribonucleico y por lo tanto los genes como estructuras primarias, claves y necesarias para nuestra vida, porque en la esencia del Universo no existe tendencia alguna hacia una organización de estructuras siempre iguales, y es una utopía pretender hallar en Marte o Venus, por ejemplo formas vivientes en el verdadero sentido del término, es decir seres con metabolismo similar al terráqueo.
    Que se encuentren sustancias que aquí, en la Tierra, pertenecen al reino orgánico es factible como las que se forman en el espacio sideral, pero esto no significa nada. No posee significado alguno porque no bastan las sustancias básicas formadoras de vida, ni siquiera los aminoácidos, sino que es necesario lo más difícil, el enlace improbable de esos elementos para componer estructuras tan delicadas como los genes; poder captar la luz solar mediante una molécula como la clorofila y desarrollar un mecanismo encadenado como el metabolismo.
    Si se hallaran en algún planeta distinto de la Tierra sería un caso de convergencia tan extraordinario que podría ser comparado con la salida repetida de dos veces consecutivas de un mismo número en un bolillero con millones de bolillas.
    El proceso viviente terráqueo es para mí un acaecer único, por lo menos en el conjunto de galaxias más próximas a que pertenecemos, de ahí lo descabellado que resulta imaginarse como “humanoides” a supuestos visitantes extraterrestres paseándose en polimorfas naves espaciales o haciéndoles bromas pesadas a los pobres terrícolas para divertirse a más no poder.
    Si yo descarto aun la existencia de una sola célula igual a la terrestre en otros planetas cercanos, con cuánta más razón debería ser diferente del terráqueo un hipotético ser evolucionado desde cuando la evolución ha tomado por los más diversos caminos a la deriva.
    Por todo lo antedicho, nos vemos forzados a rechazar la hipótesis de un origen extraterrestre de la vida organizada.

 

Ladislao Vadas

 

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