Analizando la actualidad argentina, sobre
todo luego de los idus de marzo de este año, no se acierta a comprender
si la Nación se trocó en un inmenso manicomio o en un jardín de infantes. Más
cuando se escucha los altisonantes discursos del matrimonio gobernante, ante un
público clientelar que tan dado vuelta suele estar, que ni sabe para qué
corno es convocado.
La farsa kirchnerista ha llegado este martes 15, que
pasará a la historia reciente como el culmen de la fragmentación social,
a niveles de insospechada locura in extremis. Mientras se escriben
estas líneas, el ex presidente en su verba mezcla a los concurrentes a la
concentración en Palermo con “la oligarquía que se robó el cadáver de Eva
Perón”.
Poco importa si muchos de ellos ni siquiera habían nacido en
1955, total para los imbéciles que lo vivan y aplauden está bien. Tan bien,
como que en los años del Proceso los Kirchner jamás como abogados presentaron ni
un habeas corpus por alguno de los 3.000 compañeros platenses
secuestrados y desaparecidos.
No interesa, total los pañuelos blancos de las Madres y
Abuelas de Plaza de Mayo tremolan con fruición cada vez que aparecen como
adalides de los derechos humanos y la libertad de expresión y conciencia.
Derechos fundamentales de la persona, que son celosamente custodiados en este
erial blanquiceleste por Guillermo Moreno y Luis D’Elía, siempre prestos a
cagar a trompadas a quienes cometan el delito horrendo de disentir con la
palabra-verdad revelada.
La corporación mediática casi en su totalidad participa en
este carnaval, que a ojos vista es muy probable termine en una tragedia de
proporciones bíblicas. Pues frente a los diversos mensajes de conciliación,
provenientes tanto del espectro político, social o religioso, desde la
vertiente oficialista siempre les han antepuesto la agresión física, el insulto
y el mito mentiroso como contrapartida.
Los orates han tomado el control del hospicio y van por más,
tienen como objetivo supremo que la Argentina descienda al cuarto mundo, a la
regresión suprema a las cavernas. Unga, unga.
Fernando Paolella