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Falleció Raul Alfonsín, el providencial

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¿UN EMBLEMA DE LA DEMOCRACIA?
¿UN EMBLEMA DE LA DEMOCRACIA?

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“Un abogado provinciano, quien cuando joven, siendo concejal, votó la restitución de un latifundio que Perón le había expropiado a los Bemberg, fue electo presidente en 1983, Raúl Alfonsín.

Raúl Alfonsín, el hombre que compartió muchas noches de asado y truco con la crema de la oligarquía de Chascomús, conserva excelentes relaciones militares desde la época en que realizó el secundario en el Liceo Militar General San Martín. Desde entonces, mantuvo una sincera amistad con Albano Harguindeguy, Jorge Olivera Rovere y Haroldo Pomar, entre otros; relaciones a las que se sumaron las de Raúl Borrás con el gran cacique del liberalismo militar, Alejandro Agustín Lanusse. Un hombre clave del radicalismo, Conrado Storani, le abrió las puertas del radicalismo proyectándolo como dirigente nacional, con el apoyo del activismo de los jóvenes de la Coordinadora de la Juventud Radical (Nosiglia, Stubrin, Cáceres, etc.)”, según palabras de Oscar Marioni en su libro El Atlántico Sur y la crisis militar.

No está demás que su amigo Harguindeguy no fue otro que el primer ministro del Interior del Proceso, apodado “gordito travieso”, no sólo tenía excelentes relaciones con el actual ciudadano ilustre de la provincia de Buenos Aires, sino que además poseía muy buena llegada con Mario Firmenich. A eso se suma su oportuno silencio sobre el asesinato del obispo de La Rioja Enrique Angeleli, cuyo dossier fue dejado en su despacho al día siguiente de su muerte en agosto de 1976.

A pocas horas de haber fallecido Raúl Alfonsín, es bueno también traer a la memoria aquellos sucesos que aún no parecen del todo claros, que surgieron como espinosas aristas en la gestión del dirigente del movimiento Renovación y Cambio.

Fue Jorge Asís, en su libro Partes de Inteligencia, quien mejor definiera a Alfonsín como seguramente se veía a sí mismo por esas jornadas: El Providencial. Su ambición suprema traducida en el Tercer Movimiento Histórico, buscó “quebrar y absorber a una parte del sindicalismo y del peronismo” (op.cit).

Pero se frenó ante la enconada resistencia de la CGT Brasil de Saúl Ubaldini, que dio por tierra primero con la famosa Ley Mucci, para luego convertirse el líder cervecero en un hueso duro de roer.

Eso fue a principios de 1984, año que terminó con el tratado de paz con Chile que ahuyentaba para siempre el fantasma bélico en el canal de Beagle.

Al año siguiente, tras la caída de Bernardo Grinspun, el nuevo titular de Economía Juan Vital Sourrouille lanza el tristemente célebre Plan Austral destinado a por un lado domar el potro arisco de la inflación y por el otro, tranquilizar al siempre voraz FMI mediante el aumento de las exportaciones, la reducción del déficit fiscal y el aseguramiento del compromiso de cumplimiento con los acreedores externos. A finales de ese mismo 1985 tendría lugar el acontecimiento sin precedentes del juzgamiento de los integrantes de las Juntas militares del Proceso por tribunales civiles, que condenarán a cadena perpetua a Jorge Videla y a Emilio Eduardo Massera.

Dos años después, el Plan Austral era un fiasco caminante y Alfonsín tuvo que ceder ante las presiones del FMI para imponer los odiosos planes de ajuste. Estos le restaron apoyo popular, traducido en el batacazo sufrido en septiembre a manos del peronismo renovador que catapultó a Antonio Cafiero como gobernador bonaerense.

Pero dos acontecimientos, uno en abril y otro en junio, pondría también contra las cuerdas al extinto —y eterno— dirigente radical.

 

Semana Santa y las manos de Perón

En abril de 1987, coincidiendo con la festividad de Semana Santa, el mayor Barreiro, un represor afincado en La Perla (Córdoba) se acuartela en La Calera y exige la libertad de los ex comandantes y se niega a comparecer ante la Cámara Federal cordobesa. Su gesto es acompañado por el teniente coronel Aldo Rico, quien subleva en Campo de Mayo la Escuela de Infantería junto a un pequeño grupo de comandos veteranos de Malvinas. Existen evidencias crecientes de que, también según la obra citada, Barreiro fue de algún modo fogueado por un sector del oficialismo que “estimuló que saltara, sea por alguna otra razón encerrada en el secreto de las conversaciones entre (Mario) Negri y el mayor, lo cierto es que el alfonsinismo pudo determinar la fecha de lo que sería su primera gran crisis militar”. (op.cit).

A partir de allí, la convocatoria masiva a Plaza de Mayo para parar el “golpe”, cuando en realidad se trataba de un problema interno del Ejército, entre los llamados “nacionalistas” y el generalato liberal ligado a Videla-Viola. Así se llega al famoso “Felices Pascuas, la casa está en orden”, que le da al gobierno aire necesario para llegar a las elecciones de septiembre, pero como se vio arriba, se sale el tiro por la culata.

En junio, un grupo de hasta ahora desconocidos penetra en el porteño cementerio de la Chacarita y cercena las manos del cadáver embalsamado del tres veces presidente Juan Domingo Perón. Desconcertado, el oficialismo reacciona torpemente pensando que es obra de la “mano de obra desocupada”, o de un grupo esotérico buscando notoriedad. Lo cierto es que, según indicios que afloraron a lo largo de estos años, es evidente presuponer que el mencionado Nosiglia tuvo algo que ver en el macabro suceso, o por lo menos conocía la identidad precisa de sus autores. El entonces jefe de Policía, Juan Angel Pirker, y el juez de la causa, Jaime Far Suau, pagaron con sus vidas el celo investigativo en tan alambicada cuestión aún no resulta.

Cerrando este análisis, y para que no sea bizantino, se menciona al pasar el asalto al cuartel de La Tablada, perpetrado el 23 de enero de 1989 por el movimiento Todos por la Patria, acaudillado por el extinto Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, acontecimiento también en las sombras a causa de la implicancia más que supuesta del nombrado Nosiglia, quien cultivaba frondosas relaciones con los dirigentes Jorge Baños y Francisco Provenzano, paradójicamente muertos en el asalto malogrado.

Ante su triste fallecimiento, es bueno recordar las cosas buenas hechas por el Dr. Alfonsín, nadie podrá quitarlas jamás de la memoria del pueblo; pero también es bueno saber que fue parte de la corporación política que llevó a la sociedad argentina a la debacle actual.

 

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