El día miércoles 30 de julio de 2008
quedará en los libros de historia argentina como el día en que, nuevamente y
recordando épocas nefastas de nuestra sociedad, en la ciudad de Córdoba se
enfrentaron en una batalla civil la policía de la provincia y manifestantes de
algunos sectores gremiales. Un enfrentamiento en que, desde la policía, no se
escatimó tiros con balas de goma, como respuesta del ataque iniciado por el
grupo de manifestantes que tenían el rostro cubierto. Los cuales lanzaban a modo
de proyectiles piedras bola, lajas y cuanto objeto contundente encontrase en el
camino, además de utilizar los llamados morteros, cargados con tuercas, bulones
y clavos miguelito que eran apuntados directamente hacia los policías que les
hacían frente.
¿Cuál es la génesis de este enfrentamiento social? La
respuesta es complicada, por cierto. El gobierno de la provincia de Córdoba,
encabezado por su actual gobernador, Juan Schiaretti, envió a la Legislatura
cordobesa un proyecto de ley de emergencia económica. La cual si era
aprobada, como finalmente lo fue, generaría un recorte de un 22 y un 27%, en las
jubilaciones de aquellos que cobran entre 5.000 y 22.000 pesos.
Pero la medida tuvo varios ingredientes que condimentaron aún
más el plato. Por un lado, el gobierno de Schiaretti está enfrentado duramente
con el gobierno de la Presidente Cristina Fernández de Kirchner, lo que produjo,
según palabras del propio gobernador cordobés, que desde la Nación no le envíen
los fondos necesarios para pagar las jubilaciones en tiempo y forma. Por ello,
según Schiaretti, se tuvo que tomar esta medida de emergencia.
Como si esto fuera poco, al parecer, por lo polémico de la
ley, previamente no se obtenía la mayoría necesaria como para aprobarla. Fue
entonces cuando dos ministros de la provincia entraron en acción. Carlos Massei,
ministro de Desarrollo Social, y a Ángel Elettore, ministro de Finanzas, habían
sido elegidos democráticamente como legisladores. Al tiempo pidieron licencia
para ocupar sus cargos en los respectivos ministerios, y las bancas en la
Legislatura fueron ocupadas por legisladores suplentes. Estos últimos se habían
pronunciado en contra de la ley, y al mejor estilo ajedrecista, rápidamente se
produjo desde el gobierno cordobés un enroque de actores. Salieron los
suplentes, y los ministros dejaron sus cargos para ocupar sus lugares en las
bancas de la Legislatura cordobesa.
Con este clima cargado de polémicas se prestaban a sancionar
una nueva ley de retenciones.
Gremios y algunas agrupaciones izquierdistas ya habían
solicitado, un día antes, que a la manifestación no concurran ni mujeres ni
niños, casi previendo lo que iba a suceder más tarde.
Un legislador oficialista denunció que se comprobó la
presencia de por lo menos 40 hombres que llegaron en colectivo desde Buenos
Aires y Santa Fe, y que ellos fueron los principales protagonistas de los actos
de vandalismo. Además, agregó que desde el propio partido se está convencido que
el gobierno nacional está decidido a intervenir a Córdoba.
Entre disturbios y la batalla que le precedió cerca de la
Legislatura, pasaron aproximadamente una hora y media, desde las 12:30 hasta las
14.
Luego de balazos de goma, bombas de estruendo, las llamadas
molotov, pedradas, vidrios de comercios rotos, e innumerables destrozos,
el saldo fue estimado en aproximadamente medio millón de pesos, aunque se
calcula que esta cifra será ampliamente superada. La plaza San Martín, uno de
los principales emblemas de la ciudad, fue epicentro de la batalla campal, y por
lo tanto, quedó completamente destruida: Tres palmeras de aproximadamente 30
años fueron incendiadas, las lajas y piedras que rodean el monumento del General
San Martín, fueron saqueadas para utilizarlas de proyectil, y no se salvó ni
siquiera la bandera argentina, que fue arriada, cortada en trozos, convertida en
bufandas o en realidad de “cubre rostros”, y finalmente reemplazada por otra que
lleva consigo un emblema y una leyenda que dice: “Sindicato de Luz y Fuerza”.
No hay que ser demasiado inteligente para darse cuenta que
estamos viviendo tiempos críticos, pero lo que es seguro es que hay que ser un
poco más inteligente como para poder reencausar esta situación. Y los que
tienen que ser inteligentes son aquellos que nos dirigen, aquellos que se hacen
llamar “líderes”: los políticos, los gremiales, los estudiantiles, todos.
Nosotros somos un país que ha vivido etapas negras, oscuras,
que debemos recordar y tener presente siempre. Nadie quiere revivirlas, y para
eso hace falta que aprendamos de nuestros errores, de nuestras falencias.
Dejemos de ser los egoístas que somos, dejemos de pensar cada uno en nuestro
bien personal.
Es turno de que nuestros “líderes” se den cuenta de una vez,
y por todas, que está en sus manos el bienestar de muchas personas y no de unos
cuantos. Es hora de que demuestren que son verdaderos líderes.
Cristian Isa