Promedia la tarde del jueves 18 de
septiembre de 2008 (capicúa, ¿suerte para quién?) y la incertidumbre se traviste
de pánico en otra jornada histérica que sigue manteniendo en vilo al andamiaje
financiero globalizado: “Las dudas sobre Morgan Stanley y Goldman
Sachs provocan temor en los mercados. Pese a que los bancos centrales
anunciaron un acuerdo conjunto para volcar US$ 180.000 millones al golpeado
sistema financiero, la incertidumbre en el sector bancario impulsó un cambio de
tendencia en las bolsas”, noticia propalada por la web del diario La Nación
a las 16.21 del citado día. “El miedo es libre y se ha manifestado con la
máxima intensidad en el tramo final de la sesión, cuando los inversores han
cerrado posiciones por lo que pueda pasar esta misma noche y mañana. El Ibex
ha perdido un 0,28% hasta los 10.631 puntos. Las bolsas se han despertado
confusas, con ligeras pérdidas, tras la pesadilla del cierre de ayer de Wall
Street, con la mayor caída después del 11S, más de un 4%, y la intervención al
alimón de los bancos centrales. La Reserva Federal inyectaba 180.000 millones de
dólares al sistema; el Banco Central Europeo, 40.000 millones de euros; el
Banco de Inglaterra otros tantos y los de Japón y Suiza, también se sumaban
a la iniciativa”, difundía un rato antes el portal Finanzas.com.
Ambas noticias poseen un común denominador, un eje central
que las dispara como flecha devastadora. Y ese es, qué duda cabe, el miedo. Como
aquel interminable jueves 24 de octubre de 1929, cuando Wall Street se
desplomaba, arrastrando primero tras de sí la descapitalización de la industria
y empresas estadounidenses para luego expandirse como peste voraz a todo el
orbe. En el comienzo de la década siguiente, sus tremendos correlatos sociales
trajo aparejada la sensación de desconfianza y recelo hacia no sólo el
capitalismo librecambista sino también a la democracia liberal. Es por eso
que surgirían en Alemania e Italia los totalitarismos de raigambre
nacional-socialista, los archiconocidos nazismo y fascismo. Y como cuasi
contrapartida, en la naciente URSS bolchevique, Josef Stalin erigiría una
versión corregida del despotismo zarista a la enésima potencia.
Sin duda, para buena parte de la humanidad de entonces de
veras fue el fin de los tiempos. Aquellos que se suicidaron arrojándose al vacío
desde lo alto de los rascacielos neoyorquinos, los que se murieron de hambre
luego de quedarse sin pan y sin trabajo y aquellos asesinados víctimas de los
regímenes arriba mencionados, sufrieron las consecuencias de ese apocalipsis
a escala media. Los efectos de esa hecatombe duraron toda la década
posterior, durante la cual los Estados nacionales tomaron iniciativas diversas
para paliar dicho marasmo: “En Gran Bretaña su ministro de economía John Keynes
renuncia definitivamente al patrón oro, ejemplo que siguen la mayoría de los
países del mundo, y el Estado se hace intervencionista en economía, aumentando
el gasto público. Es el keynesianismo, una política que sacará de la crisis a
toda Europa, y gran parte del mundo. El aumento del gasto es la única manera
de salir de la crisis, y en los EE UU se lanza la New-Deal, o el aumento
del gasto privado por medios propagandísticos. A partir de entonces el valor
de la moneda y la economía dependerá de la confianza de los inversores en el
sistema productivo, y en la posibilidad de hacer negocios en el país. La
recuperación de la inflación y de los capitales es muy lenta, y no se invierte
la tendencia hasta 1933, aunque los efectos de la crisis llegarán hasta 1939 y
el comienzo de la segunda guerra mundial”, de acuerdo con la enciclopedia
virtual Wikipedia.
El quiebre de todos los quiebres
Si por crisis se entiende, de acuerdo a los postulados de la
etimología griega, como quiebre del corazón; para los confucionistas es también
sinónimo de oportunidad. La misma que tuvieron algunos cráneos en 1939, en el
Reino Unido de la Gran Bretaña, de vislumbrar que la única forma de frenar el
expansionismo económico alemán era desencadenar una conflagración bélica. Y así
el Foreign Office inventó la Segunda Guerra Mundial, cuando declaró al
Tercer Reich la guerra el 2 de septiembre del mencionado año. Otra muestra de la
duplicidad de la diplomacia de la pérfida Albión, que luego del Tratado de
Versalles reinventó a Polonia, fallecida desde 1815, como necesario Estado tapón
entre Alemania y la URSS, formada contra natura por territorios afanados a ambas
naciones. Como Hitler litigaba por anexionar el puerto de Danzig (declarado por
el aludido Tratado Ciudad Libre), qué mejor idea que los británicos azuzaran
a los polacos a efectuar actos terroristas contra la minoría alemana, para luego
salir en defensa de los polacos mediante un tratado de protección.
Si bien actualmente es casi improbable una repetición de
sucesos semejantes, es dable inferir que tanto EEUU como la aludida Gran
Bretaña, no sólo se contenten con efectuar un salvataje estatal a empresas al
borde del colapso sino que saquen de la galera alguna medida poco ortodoxa
destinada a paliar de alguna forma ese pánico creciente en las grandes masas.
Algún golpe de efecto a escala globalizada, para retrasar o al menos travestir
el impacto de este terremoto anunciado por pocos pero ahora temido por muchos
millones.
Fernando Paolella