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LA CIENCIA

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UNA DE LAS MEJORES COSAS QUE HA PRODUCIDO EL HOMBRE
UNA DE LAS MEJORES COSAS QUE HA PRODUCIDO EL HOMBRE

     Mucho se ha hablado de los loables valores humanos, de las obras de arte exquisito, de la caridad y otras virtudes, de la belleza, del amor y otras cosas positivas para el hombre. Sin embargo, si las bases reales sobre las cuales se asienta a humanidad son tambaleantes, estas virtudes nunca pueden ser definitivas, siempre habrá que luchar para lograrlas y mantenerlas precariamente. ¿Por qué así? Porque el hombre es una hechura fallida de la naturaleza en muchos aspectos.
     De nada vale suspirar por una paz mundial duradera, si la naturaleza humana encierra en el plan genético su condición de ser belicosa. El ciudadano más manso y bonachón, se puede transformar de pronto en una fiera en el campo de batalla cuando es incitado a la lucha. De nada sirve bregar por la solidaridad entre todos los hombres de la tierra si estamos programados naturalmente para ser racistas, intolerantes, egoístas... y un largo etcétera en materia de defectos. De nada vale inventar sistemas políticos creídos como perfectos y definitivos, cuando entre los individuos, las sociedades y las naciones, existe la despiadada “ley de la selva”. De nada sirve pretender erradicar la pobreza a nivel planetario, si subsiste en la raza humana la ambición desmedida. De nada vale buscar la convivencia y el reparto equitativo de todas las riquezas del mundo, si existe en nosotros el fuerte instinto territorialista que encierra a los pueblos entre fronteras esgrimiendo el inicuo principio de soberanía que es como decir: primero mi nación, los demás ¡que revienten!
     De nada sirven las religiones con su moral, si la tendencia al desvío se halla enraizada en el ADN del cual provenimos desde nuestra concepción. Una prueba de su ineficacia la obtenemos cuando miramos con horror hacía atrás en el tiempo y conocemos las luchas a muerte entre facciones antagónicas a quienes se les dijo cierta vez: “amaos los unos a los otros” y “amad a vuestros enemigos”. No fueron suficientes los miles de años de existencia de las religiones entre pueblos civilizados como los asirios, babilonios y egipcios, ni tampoco entre los bárbaros invasores y primitivos feroces que sacrificaban a sus enemigos a los dioses.
     Conclusión: la naturaleza humana es incorregible. La educación solo confiere una máscara de civilización a los individuos. Sus instintos quedan incólumes, latentes, y se desatan en cualquier momento.
     Además la educación siempre es precaria, nunca alcanza a todos para ponerles la máscara, y aunque esto se lograra en un futuro (quizás utópico), siempre quedarán debajo los instintos primitivos del hombre. El egoísmo, la envidia y las infinitas lacras que afean a la especie, aflorarán “a su debido tiempo” para estorbar a los hombres de buena voluntad, mutantes mansos hostigados por los molestos de siempre.
     ¿Y el mundo? ¿Cómo está el mundo físico natural, en parte manejado por el hombre? Formado a los tumbos por causas naturales, el mundo aún necesita ser transformado al servicio del hombre. La naturaleza aún debe ser domesticada a pesar de todos los adelantos tecnológicos ya realizados para vivir más cómodamente en ella. Aún existen enfermedades terribles, desajustes y desastres meteorológicos, dramas de origen geológico, hambrunas, desnutrición, muertes prematuras, accidentes causados por la moderna tecnología mal organizada como los medios de transporte, destrucción de inmensas áreas ecológicas como la vegetación, pulmones del planeta, y la fauna tanto ornamental como de valor nutricional, la contaminación ambiental y el crecimiento irracional de la población del mudo entre infinidad de “travesuras” protagonizadas por este “gusano” autoclasificado  como Homo sapiens que horada constante e inconscientemente esta manzana gigantesca (nuestro querido y a veces malquerido planeta) de 12.754 kilómetros de diámetro mayor y 40.000 kilómetros de circunferencia, amenazando con echarla a perder.
     ¿Qué debe hacer el hombre entonces? Si él mismo es una calamidad y el mundo que lo rodea ha sido mal hecho y se está deteriorando por acción de su “gusano”, pues entonces apuntemos al “gusano”. Si bien el gusano consciente irá contra el gusano inconsciente hay que cambiar radicalmente al gusano, o en otros términos: es imprescindible que el gusano se autotransforme  por metamorfosis en una bella mariposa.
     ¿Quién lo logrará? Sugiero que el mismo gusano mediante la aplicación del conocimiento científico, pues la ciencia es lo mejor que ha producido el hombre para sí mismo.
     El conocimiento bien aplicado es el tesoro básico de la humanidad. También lo es el arte, por ejemplo, entre otras cosas, pero la ciencia es fundamental.
     Algunos pretenden colocar a la ciencia en un mismo nivel de las diversas manifestaciones humanas, o como un enfoque o una posición más entre otras frente al mundo y la vida como la que puede sustentar un religioso, un poeta, un metafísico o un economista. No hay error más grande. Sin la ciencia el hombre vive mal aún habiendo creado un mundo de ensueño (un mundo de ficción) que suele estallar como una pompa de jabón. Sin el conocimiento científico y su aplicación pacífica para mejorar la calidad de vida, todo lo demás es precario. Un poeta podrá sumirse y sumirnos en un mundo de ensueño, pero puede ver truncada su obra por una pertinaz enfermedad que lo conducirá hacia una muerte prematura. No es el ensueño lo que va a salvarlo sino la ciencia que conoce el remedio para su mal. Y así todo lo demás. Primero se deben tender los rieles para luego transitar más seguros por la senda de la vida.
     El arte, el espectáculo, las religiones, el deporte... pueden ser cosas muy bonitas, paliativas o entretenidas, son manifestaciones humanas, salen del hombre, son sus creaciones, pero deben estar asentadas sobre un mundo que ofrezca mejores seguridades y sólo la ciencia puede lograrlo. La ciencia es conocimiento del mundo y la tecnología es su aplicación para mejorar el mundo. La música, el canto, la pintura, la escultura, el juego, el deporte, las creencias religiosas y de las otras, son manifestaciones antrópicas encerradas en un círculo, en el ámbito de nuestra psique. La ciencia es la herramienta del descubrimiento de la realidad. No es sólo una creación del hombre sino un amoldamiento al entorno, un “meterse” en la realidad incursionar por sus laberintos y explorarlos, una comprensión del universo y la vida y hoy se halla a años luz del arte y la religión y de todo el resto del mundo de ficción. Por ello emerge del plano en que algunos que no la conocen, pretenden ubicarla, sobresale conspicuamente del nivel de las manifestaciones humanas y se eleva como un pico que avanza sin límites.
     Ahora bien, como si todo lo que antecede fuera poco, tenemos ante nuestras narices una mole de prejuicios que se nos viene encima como para aplastarnos, y a esta avalancha debemos añadir a ese huracán desatado que pretende arrasar con la razón y las ciencias auténticas, para sumirnos en un mundo irreal. Me refiero a las fatuas pseudociencias que estorban, engañan, y muchas veces hacen perder un tiempo precioso cuando nos acosan ciertos males que pueden tornarse incurables.
     Manosantas, curanderos, pseudodietólogos, embaucadores de todas las especies, seductores sin escrúpulo alguno y otras malas yerbas, nos acosan en plena civilización y auge de la sanas ciencias empíricas, pretendiendo ignorar los auténticos conocimientos como cimientos, para desenterrar antiguos mitos como los milagros, los sortilegios y todas clases de embrujamiento, adivinación y otros “prodigios” inventados por los supersticiosos y los embaucadores del pasado y del presente.
     Es decir que los milagreros de hoy, sin escrúpulos, se valen de las invenciones de los milagreros del pasado oscuro, con el fin de llenar sus bolsillos mediante el engaño.
     Sólo me resta aconsejar: ¡Cuidado! Con la salud y la felicidad no se juega. Es necesario estar alerta, informarse bien, recurrir a los que saben (honestidad de por medio) cuando nos sentimos mal y buscamos una solución.

 

Ladislao Vadas

 

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