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Y OTROS ¿MILAGROS?
Y OTROS ¿MILAGROS?

    Muchos años antes de las apariciones marianas, (relatadas en mi artículo anterior publicado el 9 del corriente en este Periódico), un hecho similar se había producido en Lourdes, población del departamento de los Altos Pirineos de Francia, donde tres niñas campesinas fueron a buscar leña. Una de ellas Bernadette Soubirous hija de una familia pobre (1844-1879) dijo habérsele aparecido la Virgen.
     Similarmente a los niños de Fátima, las niñas correteaban por una zona despoblada. Dos de ellas llegaron a un arroyo semiseco, lugar en que Bernadette se quedó atrás, y mientras observaba cómo se alejaban sus compañeras, sintió un soplo de viento en su rostro y quedó confusa al observar cierta luz dorada que provenía de la entrada de una gruta existente al otro lado del arroyo. A continuación salió de la gruta una aparición vestida de blanco. Según Bernadette era la Virgen.
     Durante la tercera aparición la Virgen le pidió a la niña que volviera a la gruta los siguientes quince días y le prometió felicidad en el otro mundo.
     Se corrió la voz y durante los mensajes, el público asistente atraído por las palabras de la niña, sólo pudo oír las palabras de Bernardete en su diálogo con la nada.
     Un charco próximo al lugar se fue transformando en una fuente. Este proceso natural, el afloramiento de las aguas por precipitaciones pluviales en la región, cosa que ocurre en las zonas montañosas en los periodos de lluvias, se transformó para aquellas gentes simples en un milagro de la Virgen de Bernadette.
     En la actualidad, Lourdes es uno de los santuarios más conocidos del mundo lugar de peregrinación donde acuden infinidad de enfermos para recibir sus baños en la piscina allí construida, como una réplica del estanque de Bethesda de Jerusalén, que se menciona en el evangelio de Juan (5, 1-4). Sólo una ínfima proporción de ellos creen haberse curado gracias a las aguas milagrosas. Son los que de regreso a sus hogares vuelven a presentar los síntomas de su enfermedad, amén de aquéllos que con esfuerzo supremo impulsados por una fe ciega se han “recuperado” momentáneamente para caer muertos pocos instantes después precisamente a causas del esfuerzo realizado por un organismo que ya no podía responder.
     Finalmente, otro ínfimo porcentaje despreciable entre los miles y miles de enfermos que acuden a la piscina, y que regresan desilusionados a sus hogares, pertenece a curaciones de “pacientes” que jamás han estado enfermos somáticamente, sino que se trata de histéricos, y en menor proporción aún están aquellos que logran reactivar su sistema inmunológico ante la esperanza de curación.
     En otros terrenos religiosos, como el budismo por ejemplo, se citan otros “milagros”: los discípulos del Buda podían “pasar libremente a través de muros, cercas o colinas como si fuera aire, entrar o salir de la tierra sólida, caminar sobre la superficie de las aguas o deslizare a través del aire”. También podían proyectar o conjurar un doble de sí mismos y dar a su cuerpo la forma tanto de un muchacho como de una serpiente, etcétera”.
     “Los Evangelios cristianos han sido influidos por las doctrinas budistas que eran conocidas en Alejandría y otras partes del mundo mediterráneo. El aspecto milagroso del budismo parece haber atraído especialmente a los cristianos primitivos” (Según, Edward Conze: El budismo, México, Fondo de Cultura Económica, 1978, págs. 141 y 142).
     En el pasado remoto el milagro era común. La Biblia se halla llena de ellos como por ejemplo: la separación de las aguas del mar Rojo para dar paso a Moisés y el pueblo judío en su huida de Egipto; el maná que alimentó a los hebreos en el desierto; la separación de las aguas del río Jordán ante el paso de los judíos hacia Jericó para tomar posesión de “la tierra prometida”; la detención del Sol y de la Luna en el firmamento obrada por Josué; la multiplicación de alimento, curaciones y resurrección de un niño por parte del profeta Elías; los milagros de Eliseo, los de Jesucristo, etc. etc.
     Incluso las caídas de meteoritos eran atribuidas a hechos milagrosos obrados por el Altísimo, pues, ¿quién se podía imaginar en tiempos remotos que podían caer piedras del cielo?
     Pero hoy en día ya no existen hechos espectaculares que impacten como milagros. Ante un público más escéptico no es posible hallarlos a pesar del auge explosivo de la información en todo el globo terráqueo. Hoy sólo quedan vigentes los “milagros” de menor espectacularidad en que creen las gentes supersticiosas y los creyentes religiosos,  que jamás pueden ser certificados fehacientemente.
     En conclusión, reitero que el milagro no existe en el universo; es un imposible y las explicaciones que por ejemplo ofrecen los parapsicólogos de los hechos incomprensibles que ellos denominan paranormales como fenómenos provocados por influencia de la mente, son totalmente insubstanciales y van a contracorriente de la ciencia.
     Se trata de explicaciones huecas porque esa hipotética fuerza o energía mental que jamás definen en concreto (no se sabe si se trata de ondas electromagnéticas, electricidad pura, radiaciones atómicas, gravitones, taquiones o alguna forma energética desconocida) no es hallable en ninguna parte salvo  en la imaginación de quien la piensa. Y si a pesar de ser imponderable se la acepta por necesidad para aclarar ciertos hechos de otro modo inexplicables (por haberse observado e interpretado erróneamente), partiendo de este mismo criterio deberíamos caer en el relativismo absoluto y aceptarlo todo aun la eficacia de las invocaciones a imaginarios dioses, la “verdad” del vudú, del tarot, de la oniromancia, la quiromancia y el resto de las mancias incluida la astrología, el curanderismo, la magia negra, la charlatanería y toda artimaña utilizada por los personajes inescrupulosos para embaucar a los demás.
     Los hechos extraños deben ser minuciosamente examinados y si no es posible, no por ello debemos considerarlos sobrenaturales o paranormales obrados por presuntas fuerzas mentales misteriosas o divinas, porque detrás de las apariencias misteriosas de un fenómeno se encuentran con toda seguridad causas naturales que eventualmente desconocemos. Si así no se hiciera con todo ¡pobre causa de la ciencia! Viviríamos en el mundo del “todo vale”, retrogradaríamos al primitivismo, al ancestral animismo, para a la postre llegar a desconfiar de todo y de todos. Caeríamos así en el desconfiado y nefasto postmodernismo detractor de la ciencia, negador del progreso.
     Cuanto más atrás nos remontamos en el tiempo de nuestra historia, mayor número de milagros hallamos a nuestro paso en relación directa. Por el contrario, los prodigios van cediendo en su número ante el avance de la investigación científica, en razón inversa. Esto es una señal inequívoca de advertencia para todos los milagreros: si la totalidad de los hechos de este mundo se pudieran estudiar al detalle, no habría cabida para ninguna clase de milagro. Por el contrario: ¡el milagro consistiría en la no producción del hecho investigado!
     Cuando cae un avión, mueren 99 personas y se salva un sólo pasajero, se dice a la ligera: ¡fue un milagro! Mas si se investigan todos, absolutamente todos los factores que incidieron para que ese único pasajero no pereciera (su ubicación, estado de alerta, peso corporal, musculatura, ángulo de incidencia de la nave sobre el suelo, materiales del avión, resistencia del asiento del pasajero y mil detalles más) entonces se llegaría a la conclusión de que el verdadero “milagro” hubiese ocurrido si a pesar de todo este ocupante del avión también hubiese perecido.
     Ni sobrenatural, ni parapsicológicamente es posible explicar los hechos extraordinarios. Solo la ciencia los va dilucidando en la medida de su avance, y llegará tiempo en que no habrá más cabida para los acontecimientos inexplicables.
     Si Usted se siente mal, no piense que está ojeado, maldecido, poseído o condenado. No concurra a ningún curandero, ni manosanta, ni consulte libritos (que los hay a “montones” en los kioscos y librerías del ramo), que le ofrecen “sanaciones” milagrosas, porque puede perder un tiempo precioso para su salud. Acuda a los hombres que han estudiado Ciencias y conocen el origen de los males, lejos de Baalcebú, Satanás, Demoche, Ángel de las Tinieblas, Lucifer, Luzbel, Satán... y otros motes, como causantes de todas las clases de maleficios, que son fruto tan solo de la imaginación de los nescientes supersticiosos. No crea en lo que no existe, acuda a la Ciencia, ciencia médica en este caso en sus diversas ramas. Entre estas gentes ilustradas, hallará sin duda, mejores recursos para su salud física y mental.

 

Ladislao Vadas

 

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