Seguramente, usted habrá escuchado
hablar, si no es que ha sido víctima, acerca de las llamadas extorsivas que se
realizan desde distintas unidades carcelarias.
Mediante este método, el
delincuente, fingiendo ser un policía, le dice a quien lo atiende, que en un
lugar determinado, ocurrió un accidente múltiple, y que hay varias personas
heridas.
En ese momento, lógicamente, quien
atiende, comienza a preocuparse. El delincuente, después de hacer una
descripción dramática del supuesto accidente, dice que una de las personas, que
ha sido internada en un hospital con serias lesiones, antes de desvanecerse
habría pedido que se comuniquen con “este número telefónico”.
Como en la mayoría de los casos
sacan el número telefónico de la guía telefónica, preguntan por el apellido, y
dicen el domicilio para confirmar, haciendo parecer que tienen los datos
correctos y que han sido suministrados por alguien.
Lógicamente, si algún familiar suyo
no está en su casa, y usted no tiene la certeza de dónde se encuentra. Ergo,
inmediatamente entra en pánico.
El delincuente, entonces, comienza a
sacarle información, llevándolo a que diga el nombre de algún familiar.
Cuando el delincuente ya está seguro
de que usted está convencido de que alguien de su familia ha sufrido el
accidente, entonces ahí le dice que en realidad se trata de un secuestro.
Es ahí, entonces, donde le dicen que
debe llevar una determinada cantidad de dinero a tal o cual lugar, o en el mejor
de los casos, lo obligan a llevar cualquier objeto de valor que usted tengo en
su casa.
Como dije al principio, si no es que
usted ya ha sido víctima de este tipo de llamados extorsivos, seguramente, habrá
oído hablar de ellos.
Tal fue la popularidad de estos
delitos, que se había determinado que todo llamado procedente de un penal, sea
antecedido por un mensaje grabado que advirtiera a quien conteste la llamada,
que provenía de una cárcel, y si lo deseaba recibir, oprima el número 3.
En mi caso particular, recibí en dos
oportunidades estos llamados con el mensaje que advertía su procedencia, y por
supuesto no los acepté.
Hace unos días, alrededor de las 23
hs. recibo un llamado proveniente del servicio “19” de llamadas de cobro
revertido Telefónica.
El llamado, que evidentemente
provenía de un teléfono público de un penal, no advertía con el mensaje que
supuestamente lo debía anteceder.
De todas maneras, y ante la duda que
siempre existe, atendí. A los pocos segundos de hablar con el delincuente, que
se hacía pasar por el “Oficial Álvarez” me di cuenta de lo que era, pero decidí
seguir la conversación, para vivir personalmente, como periodista, tan
desagradable experiencia.
Cuando evidentemente la “charla” no
daba para más, y le dije que desde el primer momento sabía de que se trataba, el
delincuente, empezó a dudar, pensando que había tenido la mala suerte de haberse
comunicado con la policía, una fiscalía, o algo parecido.
Cuando le dije que no, que era una
persona común y corriente, pero con un tono no muy amistoso, encima, y esto es
lo tragicómico, se enojó diciéndome que con mi número telefónico iba a conseguir
mi dirección y me iba a hacer venir a buscar.
Mi reacción en ese momento no merece ser reproducida. Pero lo
realmente curioso es que el malhechor comenzó a cambiar su actitud y contarme
cosas de su vida: en qué cárcel estaba, por qué estaba preso, y demás.
Evidentemente, el delincuente, necesitaba hablar con alguien.
La segunda parte del episodio,
ocurrió al día siguiente, cuando llamé a la comisaría para saber qué debía
hacer.
Me atendió un oficial, muy
amablemente, y me dijo que en realidad, correspondía que hiciera la denuncia en
la dependencia policial.
Entonces, le pregunté que ocurría
después con la denuncia, y la respuesta fue la siguiente.
“Mire, nosotros la denuncia la
mandamos a la fiscalía, y ahí termina todo”. Ante semejante respuesta, le
pregunté si la fiscalía no investigaba de donde provenía la llamada, y la
respuesta fue: “No, la fiscalía no hace nada, archiva la denuncia”.
Pero lo que me motiva a contar esta
triste experiencia no es más que mi reflexión posterior.
Estos episodios, dejan varias
lecturas, y la primera es que el delincuente, salvo una pequeña minoría, por más
que esté en la cárcel, sigue siendo delincuente. Pensemos que si, preso hace lo
que hace, que es lo máximo que está a su alcance para delinquir, afuera, hará lo
mismo o más de lo que hizo para ir preso. Lógicamente, esto amerita un largo
debate, acerca de qué es lo que falla, pero sería un tema para otro tipo de
análisis.
Otro punto en el que me quedé
pensando, es como puede ser que los presos tengan acceso a llamadas telefónicas
de manera indiscriminada sin que nadie los controle, es preocupante ¿no? Máxime,
teniendo en cuenta los índices delictivos por los que estamos atravesando.
Y por último, y creo lo más
delicado, es cómo funciona la Justicia en general. Es realmente inadmisible que,
teniendo conocimiento de este tipo de delitos, desde la policía, y pasando por
la fiscalías, el Ministro de seguridad hasta el Gobernador, que esto siga
ocurriendo, pero lo más triste y lamentable es que, como dijo el oficial que me
atendió “la fiscalía no hace nada, archiva la denuncia”.
Sin palabras.
Pablo Dócimo