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LA HISTORIA DE HUGO

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MALVINAS Y UNA NECESARIA REIVINDICACIÓN
MALVINAS Y UNA NECESARIA REIVINDICACIÓN

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    “Le escribo con el objeto, quizás de aclarar o corregir, un poco de la historia Malvinas (La Pasión).
    Me reincorporaron en el año ´82, después de haber estado 5 meses de baja y fui destinado con la 1* sección de la Cia. Ingenieros Mecanizada 10 (con la que hice el servicio militar).
    Al Monte Longdon y lo expresado por ustedes en esta nota , es verdad. Como también es verdad que el Sr. Kasanzew colaboró ó contribuyó en esta confusa y olvidada historia
    Pero éste es el punto.
    Todos hablan, todos confunden,.... pero nunca los verdaderos actores, los que estuvimos, bajo fuego, los que perdimos compañeros, hermanos en armas y sangre en ese combate esa noche de junio. A los que no pudimos llorar en ese momento y lugar, por la velocidad y crueldad con que se desarrollaban los hechos.
    Entonces quiero comprender el artículo. y que ustedes realcen (La Pasión), a un colega y no nos tenemos que olvidar del otro (Edgardo Esteban), que se dice, vendió los derechos a la BBC de Londres, de una película, que por Dios, por desenmascarar y castigar a unos pocos, ofende el espíritu de nuestros héroes.
    ¿Es así como se escribe la historia?
    ¿Castigarán al cobarde de ayer que hoy es Coronel?
    ¿La Ministra Sra. Nilda Garre, será honorable?, se retractará después de haber ofendido a los héroes caídos eternos custodios de nuestras Malvinas?
    Y así estimado Director, seguiremos esperando y comparando año tras año, MALVINAS la verdad, la mentira, la historia.

Colman Hugo E. DNI 14.673.941
EX COMBATIENTE

    El presente mail fue recibido a esta redacción el viernes 10 de este mes, con motivo de la crónica elaborada por este escriba de la presentación del libro La Pasión según Malvinas, de Nicolás Kasanzew. Entonces, surgió la idea de concederle más que un derecho a réplica, teniendo en cuenta el miserable manto de olvido de casi 27 años que condena a los veteranos de guerra a un suicida olvido. Luego del pertinente contacto por celular, se fijó una cita para el viernes 24 a las 18 hrs en el tradicional Tortoni, sector salón fumadores.
    En 1982, su odisea personal comienza una mañana de abril con un timbrazo en la puerta. Al abrirla, su padre se topa con un cabo del 10° de ingenieros mecanizados que venía a buscar a su hijo. “¿Qué hace acá? Mándese a mudar, ya mismo!”, fue el poco amable recibimiento, que recibió el infortunado heraldo. Es que muy poco tiempo antes le habían dado la baja, y la súbita aparición del cabo sólo auguraba una infausta noticia. El 2 de abril se habían recuperado las Islas Malvinas, y la Junta Militar no preveía que el conservadurismo thatcheriano enviaría una Task Force destinada a contraatacar. Los hechos posteriores obligaron a sus miembros a improvisar sobre la marcha.
    Como su padre aún desconfiaba, el suboficial atinó a lanzarle una mentira con tal de zafar de su segura ira: “No se preocupe, su hija será destinado a control interno de la unidad”. Pero cuando estaban a unos 50 metros, la cruel verdad surgió con toda su contundencia. “Hugo, vamos a Malvinas”. Sorprendido éste que sólo estaba con lo puesto, atinó a pedirle que le concediera un minuto para despedirse de los suyos. “¿Estás loco, flaco. Si volvemos, tu viejo me mata, y lo haría con razón”, fue la respuesta que sonó como un balazo. Pero él no era el único, ya que al levantar la vista vio un camión repleto de sus compañeros también reconvocados, que aún tenían un ánimo óptimo.
    Luego de permanecer unos días en la unidad, durante una noche dieron la alerta roja. Pero no se trataba de un simulacro como las veces anteriores. Saltaron de sus camas, pues dormían vestidos, tomaron el bolsón porta equipo y el armamento, y se encolumnaron a los camiones. A bordo de estos, llegaron a Campo de Mayo, y de ahí a la base aérea de El Palomar, donde abordaron el avión presidencial con rumbo al Sur.
    Primera escala fue Río Gallegos, donde sintieron por vez primera ese frío glacial que atería los dedos e impedía ubicar el abrigo necesario que estaba plegado al fondo del bolsón. Con asombro, percibió que “apareció un tipo de civil portando unas cajas. Al abrirlas, comenzó a repartir unas camperas duvet prolijamente dobladas”. Mejor abrigados con las mimas, de origen israelí y regalo del premier israelí Shamir para ira de Thatcher, subieron nuevamente a un avión, esta vez un Hércules C-130 que los llevaría a su destino final: Malvinas.
    Cruzando las borrascosas aguas del Atlántico Sur, comprobó que los pilotos accionaban los parabrisas.“Debe estar lloviendo”, pensó. Pero no, lo habían accionado a causa de las olas que pegaban en el vidrio pues volaban a ras de ellas. Era, que paradoja, el martes 13 de abril.
    Al fin llegaron sin contratiempos, y se unieron al caos reinante en el aeropuerto del reciente Puerto Argentino. “Ya los venimos a buscar”, les dijo un teniente a cargo. Pasaron horas interminables de espera, y Hugo se fue quedando dormido. Al despertar a causa del frío intenso, vio que a su alrededor y más allá, lo que su vista alcanza a divisar era un océano verde oliva, de donde provenía una densa capa de vapor. “Parecía Apocalipsis Now, estaba lleno de soldados acobachados al costado de la pista. Me dije a mí mismo, bueno, así debe ser la guerra”. Pero ese momento cuasi mágico se interrumpió cuando se dio cuenta del peligro que corrían: “Estábamos todos amuchados al costado de una pista, en la que constantemente arribaban y partían C-130. Si uno de estos saltaba a volar en pedazos, nosotros también lo seríamos”. Así que empezaron a ponerse en movimiento. Quince kilómetros distan más o menos hasta Puerto Argentino, propiamente dicho. Lo hicieron a pie, cargando el pesado equipo y el armamento, porque nadie accedió a darles un aventón.
    Luego de esta caminata, fueron alojados en unos hangares y durmieron apiñados. Al cabo de un par de días, fueron trasladados a su objetivo, en helicóptero y portando sólo el equipo aligerado, un monte llamado Longdon. Allí tuvieron que acarrear día tras días pesadas cajas con municiones, pero escaseaba la comida. “Si podían hacer llegar eso al monte, ¿porqué no hacían lo mismo con las raciones? No tiene sentido”, se pregunta consternado.


Excursión al infierno

    Entretanto, la flota ya había llegado y a partir del sábado 1° de mayo se hizo incesante el cañoneo naval y los bombardeos aéreos. El viernes 22, los británicos lograron desembarcar en San Carlos casi sin oposición y comenzaron su avance. El 29 y 30 de mayo, atacaron Darwin y Ganso Verde y lo tomaron luego de una intensa y cruenta lucha. Aprendieron la lección, pues a partir de ese combate jamás librarían batalla a la luz del día. Los argies resultaron unos adversarios tenaces, duros de convencer.
    La guerra se acercaba velozmente a la posición de Hugo.
    Esta finalmente mostró su horrenda cara, cuando aproximadamente a las 21 hrs del viernes 11 de junio, una mina le destrozó la pierna al cabo paracaidista Milne del Tercer Regimiento Real de Paracaidistas, quien lanzó un alarido. Este, y la anterior explosión, motivaron que miles de lucecitas rojas y verdes se desprendiera desde los cuatro costados del monte, hacia su base que empezaba a poblarse de británicos.
    El ataque finalmente de estos barrió con la 1°sección de la compañía B del Regimiento de Infantería Mecanizada 7 Coronel Conde, que estaba ubicada en la cima del monte donde el subteniente Juan Domingo Baldini tenía instalado su puesto de mando. Al advertir el alarido y la deflagración mencionada, sale de su carpa dándose cuenta de lo que sucede y de inmediato organiza un contraataque destinado a recuperar la altura. Intentando llegar a un puesto de ametralladora cuyo sirviente había sido herido, es acribillado a balazos por el nutrido fuego de los paracaidistas británicos. Cuando finalmente su cadáver es localizado por sus subordinados luego de la batalla, su mano aún sostenía fuertemente la pistola Browning 9 mm.
    Esta locura estaba en todo su esplendor homicida, Hugo y sus compañeros disparan sobre los atacantes una oleada de intenso fuego. Pronto son tiroteados desde la cumbre, ya que el enemigo capturó la línea de ametralladoras Browning 12,7 que antes les había causado estragos. Con furor, Hugo les descarga cuatro cartuchos de la bazooka Instalaza, de origen español, con pasmosa precisión.
    Entonces, el mayor Carrizo, del 7°, el teniente Quiroga del regimiento en que revistaba Hugo y el teniente de navío Dachary, del Batallón de Infantería de Marina 5 se ponen de acuerdo en plantear o la rendición o establecer negociaciones. Este episodio es narrado por el veterano de guerra Félix Barreto, del 7, en el libro Los dos lados del infierno, del veterano de guerra británico (y también combatiente en Longdon) Vincent Bramley. Pero como los soldados replicaron que era mejor seguir combatiendo, puesto que sabiamente inferían que de intentar rendirse en la oscuridad “nos matarían a todos”, la propuesta de los oficiales fue desestimada por improcedente.
    Seguidamente, emprenden un contraataque con el objetivo de recuperar los nidos de ametralladora, logrando sólo hacerlo con solo una pero al instante comienza a lloverles misiles antitanque Milan con precisa puntería.
    Uno de ellos impacta a 30 ó 40 metros de Hugo, en la posición ocupada por el Sargento Insaurralde, el Teniente Quiroga, El Cabo 1º Vera, y un Suboficial del 7, resultando este último herido por una esquirla en la espalda. De esta forma, el esfuerzo corajudo de los argentinos es obturado sobre el terreno.
    Sólo quedaba algo por hacer, que era replegarse pues habían pasado toda la noche combatiendo hasta el límite de sus fuerzas y municiones y estaba empezando a clarear.
    Entonces, cuando el teniente Quiroga da la orden: "Soldado (dirigiéndose a Hugo), nos replegamos hacia la Batería C, (donde estaba otra Sección de Ingenieros),...traslade al Sargento Insaurralde al Hospital y después reagrúpese en dicha Batería".
    Hugo mira hacia un costado y divisa a un individuo con la espalda apoyada en unas rocas. Se da cuenta de que se trata del malherido sargento, pero también nota que el teniente ya se había ido con el resto de sus compañeros: “¿Cómo está, mi sargento? “Mal, pibe, me dieron en la espalda”. “Tengo que sacarlo de acá, sino nos matan a ambos. Los otros ya se fueron al pueblo, va a tener que caminar” “No puedo”, le confesó haciendo una mueca de dolor. Cayó en la cuenta de que debía cargarlo, lo toma del correaje y echándose a la espalda su FAL, la bazooka Instalaza y el FAP del sargento, comienzan la difícil tarea del descenso hacia la relativa seguridad del pueblo. Antes de llegar, casi a la altura del antiguo cuartel de los Royal Marines en Moody Brook, se topan con unas baterías de cañones Otto Melara de 105 mm, que incesantemente hacían fuego sobre sus antiguas posiciones. Esto puede verse con exactitud en www.youtube.com/watch/?v=Km4VBNfu6ZU.
    De inmediato, le pregunta al sargento artillero si le podían facilitar una camilla, a fin de trasladar al herido al hospital. “¿De dónde carajo querés que saque una camilla?”, fue la respuesta. Viendo que irremediablemente tenía que seguir caminando, Hugo se resignó a su suerte. “Soldado”, escuchó cuando se alejaba. Era el sargento de artillería. “Usted tiene una Instalaza. ¿Tiene cartuchos?” “No, no tengo”. Yo tengo, ¿me la presta”. Se la dio, a lo que el suboficial le respondió como despedida: “Gracias, querido”.
    Al fin pudo llegar, y dejar a su sufrida carga en manos de los médicos que pudieron extraerle la esquirla. “Había heridos por todas partes, algunos en muy mal estado, otros con sueros, en el piso, en camillas, era un espectáculo dantesco”. Mirando por una ventana, observa que estaban repartiendo mate cocido con una galletita. “Saqué el vaso de mi caramañola y me puse en la fila. Pero el tipo que servía cerró con violencia la tapa de la cocina de campaña, diciendo “esto no es para usted soldado”. Esa fue una de las peores humillaciones que sufrí en mi vida”, evoca mientras se le recorta la voz y sus ojos se le nublan de lágrimas.
    Sólo una historia, una pequeña gota en un inmenso mar de ellas que merecen ser contadas, para honrar el coraje de esos hombres injustamente olvidados por casi 27 años.

 

Fernando Paolella

 

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