No es cualquier noticia sobre la mentada
sensación de inseguridad (Aníbal Fernández dixit) sino una que molesta y
degrada bastante. Hace unas horas se informó que un par de menores encapuchados
ingresaron a la vivienda del anciano escritor Ernesto Sábato por los techos,
maniataron a la enfermera y a la mucama y se alzaron con un botín de 4300 pesos
y una valiosa obra de arte.
Justamente, en la misma jornada en la que estaba pautada
una marcha para pedir seguridad (y no mano dura) a las 19 en la Plaza de Mayo.
Por eso, este hecho parece una farsa cruel visto desde ese prisma.
Ya hubo unas cuantas, en las cuales los concurrentes
demostraron que estaban más que hartos de que los roben, violen o maten
impunemente. En Mar del Plata, la semana pasada, la mujer de un taxista
asesinado por un menor, megáfono en mano, instó a los concurrentes, a “dejar de
demostrar su bronca puertas adentro”. Pues no sirve de nada descargar su ira
dentro de cuatro paredes, o lo que es peor, utilizar a los seres queridos de
depositarios involuntarios de la iracundia.
Es cierto, no se banca más. Pues si hoy le tocó al laureado
autor de Sobre héroes y tumbas, mañana puede ser cualquiera. Y estos van
sumando unas cuantas miles de víctimas inocentes.
Muchos, como el ingeniero Barrenechea que fue baleado a
mansalva por otro pibe chorro. Muchas veces, contemplando las caras de
aquellos que perdieron la vida tan injustamente, viene a la mente una sensación
de profundo desasosiego. Y se profundiza, en gran medida, al verificar la
desidia en la justicia, la corporación mediática y la política que frente a
estos dramáticos y recurrentes hechos, hace la plancha y mira hacia otro lado.
La perversión del discurso KK
Ante los reclamos ingentes, el circo KK trata de refrendarlos
apelando a una lógica entresacada del manual de las zonceras políticas. Como en
aquellos iracundos días de la crisis con el campo, tachan de golpistas,
fachos y nostálgicos del gatillo fácil. Mientras que ellos, posando de
carmelitas descalzas, se travisten de heraldos de los derechos humanos y
particularmente, de los menores.
De más está decir que quienes marchan por esos parámetros
oficialistas, lo hacen gracias a una abultada chequera provista mensualmente por
los actuales ocupantes de la Rosada y de la Quinta de Olivos. Pero quienes
lo hacen en contrapuesto, no tiene más capital que su desesperación y su
profundo hartazgo. Pues para quienes viven con el peso de haber perdido un
familiar en esta locura cotidiana, es un insulto pretender conformarlos con
alambiques ideológicos torcidos que no se conduelen con semejante pérdida.
Se vive con miedo, no cabe ahora ninguna duda. Mientras los
medios "dele que dele" con la droga encontrada en el conurbano, el gordo Ricky
Martínez o los mexicanos de la efedrina, cuando se sale a la calle se duda hasta
de quien se acerca a preguntar una simple dirección. Así no se puede seguir,
con el corazón y el pulso repicando como campanas ante la menor sospecha de ser
víctima de un atraco o algo peor.
Cuando todos los que deberían dar respuestas esquivan la
pelota, ¿qué se supone que haga el ciudadano común? ¿Relajarse y gozar ante
tamaño aquelarre. Por supuesto que no.
Fernando Paolella