Ya había caído la noche del viernes 11 de
junio de 1982, y el Tercer Regimiento Real de Paracaidistas británico se
aprestaba a avanzar sobre el monte Longdon, defendido por el regimiento
argentino de infantería mecanizada N° 7. Poco antes de las 21, apareció un
sargento portando una cinta blanca, y les ordenó que formaran una línea a lo
ancho. “Creo que algún huevón está drogado y atrasó el reloj, y pronto nos harán
vestir una chaqueta roja”, pensó Kevin Connery sintiéndose en el siglo XIX. Al
instante, el mismo suboficial instó a que calaran bayonetas. Para el sorprendido
paracaidista fue el colmo: “Ya está todo dicho, estamos en un manicomio”.
Es la tarde del jueves 20 de noviembre, paradójicamente
Día de la Soberanía Nacional, y millones de ojos convergen sobre el
monolítico edificio del Congreso donde en horas el Senado convertirá, más que
probable, en ley el megasaqueo de los fondos de las AFJP.
Mediante este auténtico atropello a la razón, el matrimonio
Kirchner pondrá fin a una historia que comenzó hace más de una década. Y de la
peor manera, pues según encuestas de opinión no mercantilizadas la gran mayoría
de la ciudadanía se mostró en contra de semejante decisión. Pues no sólo
afectarán los aportes de 2 millones de personas, sino que sumirán en una cruel
incertidumbre a los empleados de dichas empresas que desconfían con razón de su
eventual absorción por parte del Estado.
Pocos imaginaban que después del fracaso de la implementación
de la controvertida resolución 125, no positivo de Cobos mediante, se iban a
atrever a dar este paso que además los malquistó no sólo con gran parte del
empresariado nacional, sino también provocó el pánico en los estratos
financieros internacionales.
Hace unos días, en cumbre del G-20 realizada en Washington,
Cristina Fernández de Kirchner fustigó denodadamente contra las administradoras
de pensión eran las responsables necesarias de la debacle de 2001. Eso, para la
opinión de muchos entendidos, resultó una tremebunda desproporción análoga con
aquellas acusaciones pueriles contra quienes apoyaban los reclamos del campo.
Progresismo de cartón
Cuando era gobernador de Santa Cruz, y luego presidente,
Néstor Kirchner promulgaba un ideario bastante engañoso que lo definía de cuerpo
entero: “La política para mí es cash y expectativas”. Toda una
declaración de principios, que sigue manteniendo a rajatabla tras bambalinas,
conformando un omnímodo y voraz poder real. Complementario, para nada
contrapuesto, con el de su mujer sentada en el sillón de Rivadavia. Los dos
conforman, para espanto de muchos, una conducción bifronte ávida de fondos,
desdeñosa con la realidad y afecta a la manipulación estadística como un puntal
esencial para el mantenimiento de su estructura.
En cámara aparece el senador Gioja pontificando que la
“administración de las AFJP ha sido desastrosa e ineficiente”. Obviamente, su
aseveración se da de pelos con el origen de las mismas en la década del 90,
surgidas precisamente a raíz del desastre pavoroso realizado por el Estado con
los fondos jubilatorios de millones de argentinos.
Por eso, la decisión inversa provoca tanta inquina,
desconfianza, escozor y pavura. Con razón, porque nadie augura que este manotazo
de ahogado se agote en sí mismo. Sino, sea el comienzo de una seguidilla
pesadillesca de estatizaciones compulsivas al mejor estilo chavista.
Lo peor del caso, si dentro de horas el kirchnerismo se sale
con la suya, Argentina nuevamente se convierta en un paria internacional a causa
de esto, con huidas masivas de inversiones y el subsiguiente aumento del
riesgo país.
Lamentablemente, en estos casos la Historia para algunos no
es más que un aburrido libraco que llora solo en el baño cuando tendría que ser
madre y maestra para que permanentemente no se repitan los errores garrafales
del pasado.
Fernando Paolella