Mientras las cámaras nuevamente muestran
la violencia irracional que se desprende de una interna sindical (sí, otra más y
van…), con dos muertos como luctuoso saldo, se hace bastante difícil hilvanar
una idea frente a tanta locura desatada.
Es que casi siempre pasa algo así, un suceso de último momento que manda al
traste la planificación de una nota y obliga a este escriba a un total replanteo
de la misma. La cámara se puebla de palazos, gritos, autos en llamas,
corridas; más el relato de los damnificados que no dan crédito a lo que acaban
de padecer. “Este mediodía se vivió un episodio de extrema violencia en
Rosario, que dejó un muerto que habría recibido un disparo. Además, hay otro
herido grave con arma de fuego internado y dos más con cortes en el cuero
cabelludo.
La brutal batalla campal que recrudeció por la ausencia de personal policial
tuvo lugar cuando una 'fuerza de choque' conformada por integrantes de la CGT
nacional irrumpieron portando armas, cadenas y palos en el acto de los
trabajadores lácteos frente al gremio local en repudio a los hechos de violencia
sufridos la semana pasada por trabajadores de Sancor”, según informó en
la tarde del miércoles 3 el sitio Urgente 24.
Sucede que ATILRA (Asociación de Trabajadores de la Industria Lechera de
la República Argentina), un gremio que agrupa a trabajadores del sector
lácteo, se da de pelos con la tradicional estructura verticalista del
nucleamiento moyanista, prevaleciendo en este aún la organización mediante
asambleas. Evidentemente, en la CGT aún impera la modalidad que se evidenció
en aquella jornada luctuosa del 17 de octubre de 2006, cuando traslado del
cadáver de Perón mediante, una verdadera batalla campal casi enluta la jornada.
Por todo esto, resulta harto difícil ponerse a pensar cuando la iracundia
parece regir algunas conciencias y la sensatez se toma unas semanas de franco.
Fin de una era
Si bien no se trata del diluvio universal, la presente crisis económica
financiera ya ha evidenciado suficientemente que sentó sus reales para
permanecer un largo tiempo con nosotros. Y sus ramalazos, aunque el
matrimonio gobernante se empecine en no querer verlo, ya han arribado a estos
lares. Sus consecuencias traen aparejados incertidumbre, algo de desesperación y
mucho de insensatez. Pero a pesar de esto, aún existen individuos que transitan
con los pies en la tierra, capeando el temporal. Uno de ellos es el presidente
de una importante firma de telefonía celular, quien en su alocución del sábado
29 en el marco de la fiesta anual de dicha compañía, hizo alusión a que la
misma arrastró algunos acendrados pero aún no se vislumbraban con certeza cuáles
iban a reemplazarlos. Y en medio de toda esa angustia de lo incompleto, se
yergue un opción de hierro que no muchos empresarios, sociólogos y aún políticos
están dispuestos a aceptar. Frente a este fin de los tiempos para muchos
incautos, sólo es preciso emigrar, adaptarse o perecer.
Emigran quienes vislumbran que sus posibilidades están agotadas y no pueden
seguir siendo firmes en un terreno que se tornó sísmico. Perecen aquellos que el
tsunami los tomó desprevenidos, y no pudieron ni siquiera ponerse en lugar
seguro, y finalmente se adaptan quienes permanecieron fuertes porque eran los
más aptos capaces de seguir airosos ante la adversidad. Ante la urgencia de la
hora, se requieren decisiones de peso para no naufragar en medio de la marejada
cuando no existe ningún puerto a la vista.
Por eso, frente a los citados sucesos de Rosario, es evidente que para
algunos retardatarios, el reloj de la Historia sigue atrasando y de
acuerdo a su conveniencia pecuniaria, tanto peor mejor. Y cuando cuadre la
ocasión, para zafar que mejor que endilgarle el fardo a la década maldita
del 90, porque como siempre nadie fue.
Fernando Paolella