“Cristina de Kirchner señaló que 'pese a
tener el crecimiento más importante de los últimos 200 años estábamos en esta
historia cuando de repente apareció el mundo y nos complicó la vida a los
argentinos'.
La Presidenta aseguró que la crisis financiera internacional
'obliga a funcionarios, empresarios y trabajadores a articular esfuerzos y
políticas proactivas, contracíclicas', con el fin de mitigar el impacto de la
crisis. 'Esta vez la crisis no la producimos los argentinos. Tal vez los
argentinos vamos a tener que sufrir una parte de esa tragedia, originada en
los centros desde los cuales tanto se nos criticó en estos cinco años y medio',
señaló la Presidente”, esto fue reproducido por la mayoría de los medios, en la
tarde del jueves 4 luego de los anuncios alusivos. Como era de esperar, se sigue
con el mismo y cansino hilo discursivo destinado a echarle la culpa a otros,
siempre tirando la pelota afuera y poniéndose el irremediable sayo de la
victimización permanente. Y sí, durante estos largos y febriles cinco años,
nosotros también desde este sitio criticamos. Lo hicimos como el noble tábano
socrático que despierta a los impunes dormidos en los laureles mal habidos.
Se cae de maduro: si estos fueran lo contrario, ni nos habríamos tomado el
trabajo de hacerlo.
Por algo, desde tiempo inmemorial se dice con razón “vox
populi, vox Dei”, la voz del pueblo es la voz de Dios. Y a El, para quienes
creen, por defecto o por exceso, le llega el clamor de éste cuando no se banca
más el infortunio: ¡“He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído el
clamor que le arrancan los opresores y conozco sus angustias!”(Éxodo,
3,7-8).
Ya en 1979, la Conferencia Episcopal Latinoamericana
reunida en la ciudad mexicana de Puebla alertó sobre un aspecto inquietante: “en
estos últimos años se comprueba, además, el deterioro del cuadro político con
grave detrimento de la participación ciudadana en la conducción de sus propios
destinos. Aumenta también, con frecuencia, la injusticia que puede llamarse
institucionalizada”. (…) Desde el seno de los diversos países del continente
está subiendo hasta el cielo un clamor cada vez más tumultuoso e impresionante.
Es el grito de un pueblo que sufre y que demanda justicia, libertad, respeto a
los derechos fundamentales del hombre y de los pueblos. La Conferencia de
Medellín apuntaba ya, hace poco más de diez años, la comprobación de este hecho:
“Un sordo clamor brota de millones de hombres, pidiendo a sus pastores una
liberación que no les llega de ninguna parte” (Pobreza de la Iglesia, 2) El
clamor pudo haber parecido sordo en ese entonces. Ahora es claro, creciente,
impetuoso y, en ocasiones, amenazante”. Bastante profético, teniendo en cuenta
que el año que viene se cumplirán 30 años de semejante llamamiento angustioso.
Que a lo largo de estas tres décadas, muchas veces ha caído en saco roto.
Entre el 4 y el 9 de mayo de 1981, se reunió la
Conferencia Episcopal Argentina, en plena dictadura. Sus deliberaciones
fueron volcadas en un documento clarificador, donde puede leerse un párrafo
sumamente actual: “El bien común, al que la autoridad sirve en el Estado, se
realiza plenamente sólo cuando todos los ciudadanos están seguros de sus
derechos. Sin esto se llega a la destrucción de la sociedad, a la oposición
de los ciudadanos a la autoridad o también a una situación de opresión, de
violencia, de terrorismo, de lo que nos han dado bastantes ejemplos los
totalitarismos de nuestro siglo. Es así como el principio de los derechos del
hombre toca profundamente el sector de la justicia social y se convierte en
medida para su verificación fundamental de la vida de los organismos políticos”.
Un divorcio prolongado
Si se hace un análisis retrospectivo de ambos escritos, para
nada lejanos en el tiempo uno de otro, se cae en la cuenta de que los obispos,
tanto argentinos y latinoamericanos, advertían con certeza cómo podría romperse
la comunión entre la comunidad política y la civilidad, luego de transcurrida la
larga noche de las dictaduras militares en el continente. Si bien para algunos
voluntaristas esto constituyó un mensaje apocalíptico paranoide, a poco de
transcurrir la incipiente institucionalidad democrática se pudo vislumbrar que
se habían quedado cortos.
En la Argentina, muchos analistas coinciden que la
primavera alfonsinista se extendió hasta la Semana Santa de abril de 1987,
para luego detonar en septiembre del mismo año con la catastrófica derrota a
manos del cafierismo, conjuntamente con la debacle del Austral. Luego
vino el menemismo privatizador, cuyas secuelas arrastraron al marasmo a la
Alianza en el iracundo diciembre de 2001. Después, para qué contar….
Faltan días apenas para que se cumplan 25 años de
recuperación democrática, con demasiadas cuentas pendientes, acompañadas de
desazón, angustia, inseguridad y temor por esta crisis que de suyo no será para
nada complaciente. Sobre todo, con los insensatos.
Fernando Paolella