En este nuevo artículo
concerniente a la serie de las antiteologías, retornaremos a la
metafísica a fin de considerar uno de los problemas mayores para la teología:
el tema de la existencia del mal en el mundo; un mundo, según se
dice, salido de las “propias manos de un excelso creador” pura bondad para sus
criaturas según así también se afirma; enfocado ahora desde el ámbito no sólo
moral, sino también de las ciencias naturales.
Dice el teólogo J. Javaux
en su libro titulado ¿Dios demostrable? (Barcelona, Editorial Herder,
1971, página 340: “El problema del mal es un problema que siempre ha llenado
de angustia el espíritu de los siervos de Dios. ‘Si Dios es bueno, ¿de dónde
procede el mal?’?, se preguntaba ya San Agustín en su libro Confesiones, cap.
VII, l y V,7)”.
“La aporía del conocimiento
divino del mal” y “la aporía de la causalidad divina universal y la existencia
del mal”, así titula el tomista Ángel Gonzáles Álvarez dos temas en su
Tratado de metafísica-Teología natural, (Madrid, Gredos 1968, págs. 425 y
519).
A su vez Michel Grison,
otro teólogo tomista (seguidor del medieval Tomás de Aquino), titula “Dios y
el mal”, al capítulo 4º, Parte 3ª de su obra: Teología natural o teodicea,
Barcelona, Herder, 1968, pág. 220.
Ambos tomistas resuelven el problema de una manera
tan fácil como poco convincente diciendo con Tomás de Aquino que el mal
“simplemente no existe”, es sólo una privación del bien.
“El mal no tiene ninguna
naturaleza” (Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, Libro III, cap.
VII).
Y cosas así por el estilo
como “En la naturaleza, el mal de unos seres es el bien para otros” (Ángel
González Álvarez, obra citada, pág. 426, etc., lo cual es una injusticia.
Sin embargo, nos queda un
remanente mayúsculo sin explicación, y éste es la permisión del mal por
parte del ser divino pura bondad y el otorgamiento a la criatura de un presunto
libre albedrío.
Dice Ángel González
Álvarez, reconociendo el problema:
“Queda, sin
embargo, una grave cuestión a resolver que deriva precisamente de esta
extrínseca ordenación del mal y de aquella permisión... ¿por qué Dios nos ha
gratificado con una libertad que puede ser mal empleada y a cuyo obrar
pecaminoso se compromete El mismo a concurrir?... El mal moral, el obrar
pecaminoso hay que ponerlo en el platillo del abuso de la libertad y no en el
uso de la misma. Este abuso de la libertad pudo ser impedido por Dios con sólo
proporcionarnos una forma de libertad distinta de la que efectivamente nos dio.
¿Por qué no lo hizo? La sola formulación de este interrogante nos advierte de la
vecindad al más impenetrable misterio del quehacer metafísico. (Obra citada,
págs. 522 y 523).
¡Verdaderamente! No hay solución ni para uno ni para el otro
problema. Esto es, no la hay para la aporía del conocimiento y concurso divino y
la libertad humana, ni para la aporía del conocimiento y la causalidad divina
universal y la existencia del mal.
En efecto, ¿cómo podemos
concebir otra vez a un ser que fue desde toda la eternidad la bondad misma, el
sumo bien, el puro amor por sus criaturas, quien de pronto se ve acompañado de
un mundo donde existe la maldad moral, el odio, y en el terreno físico el mal en
la naturaleza?
Si estaba solo antes de
crear su mundo y era la perfección suma, en cuya “mente”, naturaleza, o esencia
no podía caber ni una pizca de odio, maldad, falsedad injusticia, etc., ¿de
dónde salieron estas lacras una vez creado el mundo por este ser “excelso”?
¿Aparecieron porque creó
criaturas imperfectas y un mundo lleno de catástrofes naturales? ¿Por qué lo
habría hecho así? ¿Por obligación de lo posible?
¿Se vio obligado a crear la
posibilidad del daño para aleccionar a sus criaturas, edificarlas, o de acuerdo
con alguna especie de ley, hacer que “del mal de unos surja el bien de otros”,
en un sistema injusto? ¿Acaso todos tenemos esa oportunidad? ¿Y el sufrimiento y
muerte prematura de las criaturitas recién nacidas y niños de corta edad que aún
no saben nada de la vida y cuyas tendencias y conductas a lo largo de la vida “a
prueba” jamás son conocidas? ¿Van al limbo inventado por los sabios
teólogos? ¡Bah! ¡Dejémonos de tonterías!
En absoluto. Un ser excelso, la perfección suma,
nunca podría haber creado seres imperfectos, viles, malvados, egoístas,
agresivos y un mundo lleno de accidentes fatales para sus criaturas
No lo pudo hacer nunca,
simplemente porque de ese modo iba a perder su perfección absoluta al quedar
como el mejor frente a sus pobres criaturas inferiores, como un jactancioso,
engreído, soberbio y vanidoso ser superior que incluso necesita ¡adoración!
Tampoco es digno de un ser excelso el crear un mundo pleno de peligros para
inocentes criaturas, muchas de ellas aún sin uso de razón, que sucumben o quedan
inválidas por causa de terremotos, vulcanismo, tempestades, inundaciones,
sequías, epidemias, enfermedades congénitas de todo tipo, y toda clase de males
en el mundo.
¿Qué es necesario el mal de
unos para el bien de otros? (Según piensan algunos).
¿Que de este modo, la vida
da lecciones?
Pero ¿tanto mal es
necesario? ¿Para unos sí, para otros no tanto? ¿Tanta tragedia, horror,
desconsuelo, miseria, desesperación, dolor físico y moral hasta límites
insoportables que pueden empujar al infeliz hacia el suicidio? ¿Tanta, pero
tanta maldad es necesaria, que tengan que sufrir y morir millones de seres
humanos inocentes en los genocidios bélicos por causa de la maldita índole
humana, ante los impávidos “ojos del dios creador, puro amor por sus criaturas”
respetando el también maldito libre albedrío de los criminales de guerra y de
los otros?
Pero no importa aquí el
número. No interesa que sean millones los dolientes hasta límites inhumanos.
¡Basta que sea uno! ¡Un solo ser que en su desesperación rechine sus dientes o
emita alaridos de dolor y desesperación en este mundo ante lo fatal,
ineluctable, sin esperanzas, consuelo, piedad, ni alivio de ninguna naturaleza!
¡Y pensar que el filósofo
alemán Leibniz consideraba a este mundo como “el mejor de los mundos posibles”!
Para él, su dios “eligió” y
realizó el mejor de los mundos posibles entre infinitos modelos. Su dios no pudo
“elegir” de otra manera en el muestrario de los mundos posibles”, como si
estos mundos posibles estuviesen, cual modelos, fuera de él, ahí “a la vista”,
en exposición, a elección, a cual más bonito.
¡Absurdo, si fue, es y
será el ser único y de quien por creación salió todo, absolutamente todo lo que
él no es!
¡Verdaderamente! Si este es
el mejor de los mundos posibles según el filósofo, entonces habría que oír
hablar, balbucear, quejarse, gritar o rogar entre estertores a todos los
afligidos del mundo para conocer si es así. En el globo entero a cada instante
un drama, una tragedia, un horror, al mismo tiempo que un orgasmo, una
exultación, una dicha, una carcajada... éste es el paradójico cuadro del mundo
desde hace muchos miles de años desde que lo habita el ser consciente. Y no nos
olvidemos de ningún modo de los pobres animales que padecieron mucho antes de la
aparición del hombre y que aún sufren en la actualidad.
Tenemos a la vista
entonces, como lo habrá advertido el lector, dos mayúsculos problemas
teológicos: el origen del mal y su permisión.
¿Es cierto entonces, que el
mal no posee ninguna naturaleza y que en esencia de trata de una privación
del bien?
Si es así, como lo quiere
el teólogo medieval Tomás de Aquino, su dios creó su propia limitación. Este
dios tomista, en efecto, debe ser representado como una especie de foco central
que emite rayos de bien hasta cierto alcance, rayos que se van debilitando a
medida que se agranda la distancia de su foco central.
De modo que todo lo que se
halla cerca de ese dios, especie de sol radiante, es bueno; todo lo que está
alejado y que recibe más débilmente los rayos de la bondad es regular, y todo lo
que se encuentra tan lejos que no recibe nada de su bondad, es malo.
Pero he aquí entonces que
estamos en presencia de un dios radiado, cuyos rayos poseen cada vez menor
potencia en razón “a la distancia” y se trata por consiguiente de un dios
limitado.
¿Vale luego esta
explicación del mal en el mundo? Por supuesto que no en absoluto, ya que la
teología, por otra parte, ha imaginado un dios todopoderoso ilimitado.
Es claro que este
alejamiento o acercamiento a la bondad de ese dios por parte de un sujeto
consciente puede ser interpretado desde el punto de vista moral, y por lo tanto
sería el sujeto quien se alejara o acercara por propia voluntad. (Pregunta
capciosa de paso: ¿La criatura de corta edad, que no sabe qué es la vida y que
sufre y muere prematuramente, también?). Empero aun así, todo queda invalidado
porque ya sabemos los que estudiamos a fondo psicología, que el libre albedrío
no existe, no puede existir ni en la “criatura” ni en el supuesto creador, luego
el ser malo no depende de una utópica libertad humana absoluta, sino de la
fatalidad que incide en un autómata manejado por los hilos tejidos por la
indeterminada y ciega esencia del universo.
Por último, trataremos la
“presencialidad” divina en su mundo creado (según los creacionistas). Si este
dios es ubicuo, esto es omnipresente, su espíritu debe hallarse entonces
“esparcido” o inmanente en cada átomo en cada espacio intraatómico, entre
electrones, protones y neutrones, en cada quark... en cada molécula, en cada
célula viviente, en cada tejido orgánico, en todo el planeta y su interior, en
el espacio exterior, en cada estrella, en cada galaxia... hasta el infinito.
Entonces, ¿cómo es posible
su impasible “presencia” (en forma de conciencia) en el cerebro de un demente
criminal que asesina a un niño, en una fiera carnicera que destroza a su víctima
inocente, en una serpiente que inocula su mortal veneno en las carnes de una
criatura? ¿Cómo es posible concebirlo “unido”, “adosado”, metido, interpuesto
con indiferencia en las mismísimas células cancerosas que destruyen una vida
útil haciéndole sentir al paciente horrendos dolores y desazón frente a la vida?
¿Cómo puede insensiblemente presenciar todo acto de injusticia sin
resarcimiento, todo accidente que dejará lágrimas en los deudos o invalidez en
las víctimas? ¿Cómo podemos imaginarlo, lejos de todo panteísmo, pero presente
(pues para este dios nada puede estar oculto) en una acción bélica, en una
batalla, “ubicado” conscientemente en las espadas, lanzas, cañones, balas...
atravesando cuerpos vivos; en la sangre que mana, en los bombarderos, en las
bombas, en los miembros amputados y esparcidos, en los seres despedazados, en
los inválidos...? Y todavía mucho más, que según los teólogos, no existía antes
de ser creado el mundo, sino sólo un dios bonachón omnipotente, quizás aburrido
de hallarse sólo, a quien cierta vez se le ocurrió crear el mundo para...
¿divertirse acaso morbosamente con las emociones recientemente señaladas, los
horrores y mucho más?
¿Es cierto que el mal no existe y que es sólo una
privación del bien?
Lo cierto, lo indudable, es
que el dolor, la desesperación, la iniquidad existen y nos golpean de lleno
seamos creyentes o no, nos hieren cual puñal, nos atraviesan como espadas, y
todo esto lo experimentamos moralmente y en carne propia, y en esto último nos
acompañan los inocentes animales de todo el planeta.
¿Es necesario que todo sea
así? Es como si dijera este dios: “Bueno, ¡es necesario padecer para luego
disfrutar!”. ¿Los niños que sufren y mueren a corta edad, que no saben lo que
es la vida, sin tener oportunidad de la “prueba”, también?
Supongamos que este ente
hubiese creado el sistema sacrificio-recompensa, ¿sería justo ante el
panorama de desigualdades en las oportunidades?
Por todo esto y mucho,
¡muchísimo más!, que no cabe en este artículo, es necesario concluir en que
ninguna clase de dios suma perfección existe, no puede existir, es un imposible
tanto desde el punto de vista metafísico como desde un enfoque basado en la
Ciencia y la Razón.
Ladislao Vadas