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Desde el sótano

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LA INSÓLITA CENSURA DE NUESTRO LIBRO DE AMIA
LA INSÓLITA CENSURA DE NUESTRO LIBRO DE AMIA

El lugar de un libro publicado

 

    El lugar de un libro publicado, sin duda es una biblioteca o un escaparate de una librería para que el público se entere de su existencia y, por ende, pueda comprarlo y leerlo. Pero nunca un sótano. Sin embargo, este es el destino del libro AMIA, la gran mentira oficialescrito por Christian Sanz y quien suscribe, desde el 29 de octubre de 2007. Pero antes de dormir ahí, tuvo un interesante periplo donde se conjugó la mentira, la censura encubierta y no tanto, y la desidia oficial.

    El mismo comienza a fines de junio del citado año, cuando por fin el voluntariamente expatriado Eduardo Varela Cid acepta poner el nombre de su legendaria editorial El Cid editor para que esta ardua investigación de una década vea la luz en forma de papel. A principios de agosto, se logró contactar con la distribuidora Rubbo (sita en Río Cuarto 2628, del porteño barrio de Barracas). Inicialmente, alguien que dijo llamarse Enrique Capitani alegó que no habría mayores dramas en efectuar una distribución inicial de 4000 ejemplares en kioscos de diarios de Capital Federal y Conurbano bonaerense.

    En octubre comenzó a ver la luz dicha obra, despertando mucha curiosidad e interés. Pasadas dos semanas, empezaron a sucederse extraños acontecimientos que luego ameritarían una misma deducción. Cuando los titulares de los puestos de diarios percibían que no tenían más de los cuatro ejemplares entregados, lógicamente pedían su reposición a la mencionada distribuidora. Pero jamás estos eran reemplazados por otros nuevos. Y de pronto, este aparente olvido se convirtió en una peligrosa seguidilla que a los autores les empezó a intrigar demasiado. Sucedía que cada vez que un eventual comprador inquiría por el libro, irremediablemente le notificaban que estaba agotado y que no se sabía cuándo el mismo iba a ser repuesto.

    Evidentemente, no había un gato encerrado sino toda una jauría.

    Esto se hizo más patente cuando, en el mediodía del 29 de octubre, un camión de la aludida distribuidora remitió nada menos que 3794 ejemplares con su correspondiente remito. Grande fue la sorpresa de los autores al verificar que, por alguna siniestra mano encubridora, la casi totalidad de los mismos había sido escamoteada arteramente a los eventuales lectores.


El arte artero del encubrimiento

    A medias repuestos del golpe, ese mismo día hicieron las gestiones para intentar colocar una parte de los libros en el circuito de las librerías. A tal fin, se pudo contactar con la distribuidora de libros Catálogos, ubicada en Independencia 1860, también de Capital Federal. Allí, un individuo de apellido García aceptó una tirada inicial de 600 volúmenes como primer intento.

    Sin embargo, lejos estaban los problemas de acabarse allí. Al poco tiempo, se pudo verificar que en aquellas librerías donde había sido inserto, los sorprendidos lectores se topaban con un par de incongruencias. La primera, que el libro de marras no estaba ubicado donde debería, sino que vegetaba en la sección comunicaciones. O para peor, cuando pedían por él, los solícitos vendedores decían que estaba agotado, que no había subido del depósito, o sencillamente que no conocían de su existencia.

    Y para peor, lo sucedido con Rubbo adquiría dimensiones insólitas. Inquirido por el abogado Marcelo Suárez el aludido Capitani, en un genial fallido dijo no llamarse así, sino que su verdadero apellido era…..Zimmerman.

    Ahora la cosa tomaba un cariz inesperado, arrojando verdadera y certera luz sobre el manto de oscuridad tendido por la red del encubrimiento.

    Porque un tiempo después, el responsable cultural de la AMIA-DAIA Moshé Korin se mostró demasiado remiso a que los autores presentaran su obra en dicha sede como inicialmente fue pautado. Y lo que es peor, hizo alusión a que el libro en cuestión debería reescribirse desde la óptica que acusaba a Hezbollah-Irán como participes necesarios de la masacre de la calle Pasteur.

    Así, la cuestión adquirió a finales de ese año dimensiones tremendamente kafkianas. Donde casi 4000 ejemplares comenzaron a dormir en un sótano de un edificio del barrio de San Telmo. Y allí la mayor parte de ellos pasaron todo el pasado 2008, esperando que en un luminoso día de justicia puedan recrearse en las manos de quienes todavía, a pesar de tanto, desean saber la verdad de lo ocurrido en aquella mañana del lunes 18 de julio de 1994.

 

Fernando Paolella

 

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