Impensadamente, la gestión de Cristina
Kirchner quedó sellada a fuego, a sólo tres meses de su asunción, por el
enfrentamiento con el campo. En marzo del año pasado, Martín Lousteau, un joven
y supuestamente promisorio ministro de Economía, anunciaba un fuerte aumento en
las retenciones agropecuarias y defendía la medida sobre la hipótesis de que
debía frenarse el enriquecimiento de los ricos para repartir algo más a los
pobres.
Como todas las decisiones que toma el kirchnerismo, no hubo
consultas, análisis, estudios, gráficos, proyecciones sobre las causas y
consecuencias que generaría tamaña decisión, que alumbró cuando las entidades
agropecuarias ya habían anunciado un paro.
Lo que ocurrió a partir de ese momento ya está escrito en las
páginas de la historia del país: el mayor lock out de productores del
campo se verificó y se extendió hasta casi la mitad del año. En el medio
hubo idas y vueltas de la Presidenta, marchas y contramarchas, interminables
actos en los que multitudes supuestamente respaldaban el golpe al corazón que la
primera mandataria había dado al factor económico que tradicionalmente aporta
mayor cantidad de divisas al país, y por ende, al propio Estado.
Se advirtió con creciente preocupación una suerte de miopía
que exhibía la primera mandataria, uno de cuyos ejemplos emblemáticos fue cuando
intentó convencer a los ciudadanos argentinos de que la soja, ese grano que
estaba haciendo millonarios a los hombres del campo y que ya generaba efectos de
multiplicación y derrame de esa riqueza, no era más que un "yuyo" que crecía sin
el menor esfuerzo de quienes lo sembraban, y que sólo servía para abonar la
codicia de unos pocos dueños de tierras.
Tal vez esa fue una primera señal de preocupación para los
analistas de la historia política del país. Mientras en el ámbito
estrictamente partidario no se emitían ni las más tenues señales de cumplir con
la promesa electoral de la concertación, el Gobierno declaraba una virtual
guerra económica nada menos que al campo.
Desde entonces corrió mucha agua bajo el puente, pero la
situación no varió ni un ápice. Entre tanto estalló la crisis global y la
presidenta Kirchner admitió la posibilidad de que provocara coletazos sobre la
economía nacional, ya con síntomas de menor crecimiento, y se lanzó a una
maratón de anuncios para supuestamente beneficiar el consumo y evitar la caída
en las ventas, y por ende, la recesión.
Sólo que al parecer no se tuvo en cuenta que para mantener el
estándar de compras también debía sostenerse el poder adquisitivo de los
trabajadores.
Después de las negociaciones paritarias cuyos incrementos no
alcanzaron para recuperar lo perdido con la inflación real, la CGT se prepara
para reclamar nuevas reuniones porque los sueldos quedaron por el piso. Mientras
tanto, la administración nacional comenzó a autorizar reajustes en las tarifas
de servicios públicos, no sólo sin recurrir a la obligatoriedad de realizar
audiencias públicas como lo establece la ley, sino además sin controlar o
contener el porcentaje de crecimiento de los valores impuestos por las
respectivas compañías.
Así fue como el 2009 asomó doloroso para la población, pero
también preocupante para el grupo político en el Gobierno. Todos esos
desaciertos, se sabe por experiencia, se pagan en las urnas, y hoy el ex
presidente Néstor Kirchner se desvela tratando de captar a toda costa
conciencias favorables para asegurarse un piso adecuado en los próximos
comicios.
La Presidenta, en tanto, sigue cumpliendo el papel de
portadora de supuestas buenas noticias: a los planes de compra de
automóviles, y los canjes de heladeras y bicicletas, de muy dudosa efectividad,
sumará esta semana el anuncio de que también se podrán cambiar calefones y
cocinas viejas por otras más nuevas, para alegría de los fabricantes de
electrodomésticos.
Pero no sólo para ese segmento de la economía la primera
mandataria tiene planes, sino que también volverá sobre el campo. A la crisis
que comenzó con las retenciones y siguió con la caída de ventas al mundo, se
sumó una histórica sequía que lleva meses sin que en la Casa Rosada se tomara
registro de ello.
Tarde, como ya es característica de esta administración, se
decidió una reunión para el martes de la Comisión Nacional de Emergencia
Agropecuaria cuyas deliberaciones sellará la propia Cristina Kirchner anunciando
probablemente la declaración de la emergencia nacional por la sequía.
Varió su postura ya exhibida con gobernadores afines, como
Daniel Scioli, cuando le dijo que abortara su intención de declarar la
emergencia en su provincia. El campo, pensaría la Presidenta, tiene que seguir
sufriendo por haberla desafiado. Pero ahora querrá ser ella quien capitalice el
impacto del anuncio.
En vez de dar vía libre a cada gobernador para que realice la
declaración de emergencia o desastre, según el grado de mala fortuna que haya
tenido su territorio, dispuso que se estudie la forma de que sea el gobierno
nacional el que aparezca tendiéndole finalmente la mano al campo, como Cristo,
poniendo la otra mejilla.
Carmen Coiro