En los últimos días tomó forma el
escenario en el cual se desarrollará la campaña electoral para las elecciones de
octubre, que amenaza con ser un punto de inflexión en los casi seis años de
gestión kirchnerista.
El anuncio de la creación de un nuevo frente electoral
integrado por peronistas disidentes y el macrismo hizo sonar las alarmas en las
usinas oficiales. Hasta ahora, radicales, socialistas y Elisa Carrió eran
los únicos que amenazaban con formar un frente anti K. Pero la jugada de
los peronistas disidentes introdujo una nueva variante.
Su marco de acción, la provincia de Buenos Aires, es lo que
más preocupa al gobierno.
Ocurre que la clave de la renovación legislativa de octubre
se producirá en ese distrito, por la cantidad de electores que tiene y las
bancas que pone en juego. Los efectos negativos del modelo de gestión K,
soberbio, poco afecto a los consensos y con la confrontación permanente con
quienes osan disentir, se fueron acumulando en la sociedad. El desgaste
producido por la pelea con el campo lo dejó mal parado en numerosos centros del
interior del país, a tal punto que pocos son los funcionarios que se animan a
recorrerlo sin la compañía del aparato político alimentado por el clientelismo.
En los grandes centros urbanos, Capital, Córdoba, Rosario,
las esperanzas no son muchas. Por ello, la Provincia de Buenos Aires, en
especial el conurbano, es el centro de la atención oficial, y fue alimentado con
millonarios aportes para disciplinar a los jefes comunales que, de otra forma,
verían quebrar sus cuentas.
La aparición de este frente "peronista disidente-macrista",
entonces, ataca el corazón de esas esperanzas.
Claro está que aún faltan ocho meses para las elecciones. Ni
el oficialismo ni la oposición permanecerán estáticos.
Pero la oposición cuenta con ventajas. Enfrenta a un modelo
con seis años de vigencia, desgastado y cuestionado. La situación económica para
el presente año se presenta, cuando menos, delicada. Las respuestas de la Casa
Rosada no parecen ser innovadoras y se aferran a viejas recetas. La negación de
la realidad no hace más que encrespar los ánimos.
Cómo se puede afirmar que la inflación de enero fue del 0,5
por ciento cuando durante ese mes se produjo el tarifazo eléctrico y los
aumentos típicos de la época. Cómo sostener sin caer en el ridículo que la
canasta básica es más barata en enero del 2009 que en enero de 2008.
Los dirigentes opositores creen ver el fin de la era
Kirchner cerca. Los peronistas también. Y nada mejor que un peronista para
olfatear debilidad y ubicarse a tiempo.
En el gobierno están acostumbrados a escuchar y
descalificar las críticas de Elisa Carrió y del radicalismo. Hasta asumieron las
posiciones de su propio vicepresidente, Julio Cobos, totalmente volcado a la
oposición. Pero cuando los propios peronistas atacan, lo hacen al corazón.
"El problema es ella (por Cristina) y su consulta nocturna
(por Néstor). Ella no se basta por sí misma", disparó Felipe Solá al anunciar el
acuerdo opositor. "El peronismo no quiere votar al oficialismo"; agregó. "No hay
una política nacional de seguridad y de acción social", abundó.
"Hay que poner por delante los problemas de la gente:
Pobreza, seguridad, transparencia", afirmó Mauricio Macri.
Pero tanto Macri, como Solá y Francisco de Narváez
deberán andar mucho antes de ver plasmado en la realidad su proyecto para llegar
a octubre con "una propuesta seria y global" como anunciaron. Por lo pronto,
deberán resolver sus disputas internas en el territorio bonaerense, donde el ex
gobernador y el empresario aspiran a encabezar las listas de diputados. "Nos
obligamos a resolver nuestros problemas", juran y perjuran.
También deben explicar sus contradicciones internas, como la
de Solá, que afirma que no hay una política de seguridad. El ex gobernador
debería explicar a la sociedad qué hizo durante sus cinco años de gestión en la
provincia, el territorio donde existen los más altos índices de inseguridad y
pobreza en la Argentina.
Los intentos por enfatizar la no injerencia de Eduardo
Duhalde en este armado tampoco convencieron. El ex presidente tuvo y tiene mucho
que ver. El bonaerense no terminó de digerir, aún, el haber sido el artífice de
la Presidencia Kirchner. Cristina tuvo, a partir de la tragedia de Tartagal, una
reacción rápida y acertada. Envió a sus ministros desde España y concurrió al
lugar apenas retornó a la Argentina. Caminó con los vecinos y se mostró, al
mismo tiempo que se anunciaba la alianza neoperonista, empapada y preocupada por
los problemas de la gente.
También dijo muchas verdades. "La verdadera tragedia es la
pobreza estructural. Hay muchos Tartagales en la Argentina, demasiados para mi
gusto...", afirmó. Lo que no se entiende es qué se hizo en seis años de
gestión para revertir esa realidad. Evidentemente, no mucho.
En el gobierno, en tanto, cuentan aún con el respaldo, en
muchos casos por interés, de intendentes y gobernadores. Pero no pocos de ellos
ven de reojo el nuevo armado. A algunos, sólo el dinero los contiene hoy, no un
proyecto al que ven perimido. Los resentimientos por el sometimiento que
sufrieron también ayudaría a mover el fiel de la balanza.
Por lo pronto, la estrategia es clara. El matrimonio
presidencial desdoblaría sus funciones. Cristina se dedicará a la gestión, donde
deberá enfrentar un sinfín de problemas, y su marido se haría cargo de la
política, desde su lugar de presidente del PJ, aunque con fuerte injerencia,
también, en la gestión. No descartan invertir los roles del 2005, cuando se
utilizó a Cristina para vencer al duhaldismo en la Provincia de Buenos Aires y
poner a Néstor como cabeza de lista. A diferencia de aquella vez, en esta
oportunidad hasta las encuestas encargadas por los dineros oficiales otorgan una
mínima ventaja a un Néstor candidato. Es que un escenario dividido en tres no es
el mejor para los deseos oficiales. Las usinas K también barajan los nombres de
Sergio Mazza y José Scioli como alternativas.
Lo cierto es que la elección de octubre es la batalla más
importante a la que se enfrentará el oficialismo y marcará, con toda certeza, el
rumbo de los últimos años de gestión K y el escenario de la sucesión
presidencial.
Ernesto Behrensen