“El justicialismo es como los gatos, parece que se están peleando pero en realidad se están reproduciendo”, explicaba más o menos así el general Perón, con un guiño y una sonrisa igualmente pícara. Pero a casi treinta años de su deceso, su máxima creación está casi al borde del abismo de la disolución. Los gobernadores que cargaron como un solo hombre en la cumbre de Parque Norte, y abuchearon a Cristina Fernández de K, no quieren darse cuenta que están más solos que loco malo. Tiene razón Miguel Bonasso cuando les espeta que se“está llegando a su fin una época feudal”, pero ellos, más serios que perro en bote, no se dan por aludidos. Pues la opción, así como el análisis, son de hierro pues más allá de estar de acuerdo o no con la gestión de Kirchner, se cae de maduro que el justicialismo tal como está no es otra cosa que un cadáver político.
En este sitio se utilizó una horrenda metáfora, cuando se lo comparó con el mascarón de proa de un barco fantasma. Buena parte de este movimiento no capitalizó en su momento el desastre electoral, cajón de Herminio mediante, sufrido el 30 de octubre de 1983 y luego se fracturó en dos posturas antagónicas: los ortodoxos y los renovadores. Pero siempre le faltó un ingrediente necesario, pues según palabras acertadas de Oscar Raúl Cardozo a“este justicialismo, que justificó al menemismo y actuó como víctima o cómplice de la última dictadura militar, no hizo aún una autocrítica frente a la sociedad”. Como dinosaurios inclaudicables, miraron para otro lado cuando la inmensa mayoría de la sociedad civil, a la que en contadas ocasiones menospreciaron, les pedía a gritos y a golpes de cacerolas que se fueran todos.
En medio del incendio, como modernos Nerón pero sin su perversa grandeza imperial, asistieron impávidos al grotesco para luego elegir a dedo al que percibieron menos impresentable de sus cuates: el Cabezón Eduardo Duhalde, ex bañero, ex abogado de Lomas de Zamora y ex ladero de Carlos Menem. De su mano, ingresarían a pasos pequeños pero ágiles hacia el abismo de la futura disolución.
Y en este rincón
Frente a la para ellos irresistible ofensiva del Dr.k, tienen poco que ofrecer porque se siente como Tarzán en ausencia de la mona Chita. Girando sobre sí mismo como un trompo, se hacen los ofendidos y apelan a la chicana o la crítica de ocasión. Pero su suerte está echada, pues su Rubicón ya fue cruzado cien veces. “El drama de la Argentina es que el justicialismo arde en su propia hoguera y no hay alternativa porque la UCR duerme la siesta a que la condenó Ángel Rozas, Recrear es nada y el ARI tampoco, apenas expresiones individuales que jamás podrían administrar una nación.
En la caída, el justicialismo ni siquiera discute entre hombres (y esto no es misoginia sino realidad): envía a sus mujeres a batallar entre ellas. Con un justicialismo como éste, Alejandro Agustín Lanusse hubiese impuesto el Gran Acuerdo Nacional; o Ricardo Balbín no hubiese perdido su oportunidad.
El justicialismo carece de ideario: mantuvo 10 años la convertibilidad y un buen día la sepultó de mala manera; aprobó 4 leyes laborales que se contradicen entre sí; 3 leyes de quiebras que se neutralizan entre sí; reformas previsionales que van y vienen; ni hablar de su relación con USA, con la Organización del Tratado del Atlántico Norte o con Cuba.
Sin dirigentes con idearios modernos y reflexiones lúcidas, el justicialismo es una veleta en la tormenta, pero el drama de la Argentina es que no se encuentra mejor que el justicialismo. En verdad, el justicialismo no ha sobrevivido en sus ideas a Juan Perón, pero sus rivales todavía no se dieron cuenta”, puntualizó acertadamente Edgard Mainhard en el sitio colega Urgente 24.
Pero lo que realmente mató al movimiento fue precisamente eso, la carencia total de dirigentes aggiornados con reflexiones lúcidas, pues pensaron primero en llenar a paladas sus arcas personales levantando auténticos feudos provinciales que en el bienestar de sus dirigidos. Y eso en política, tarde o temprano se paga con creces y sin devolución porque la memoria colectiva (muchas veces menospreciada) emite siempre una sentencia inapelable.
El pulgar de la historia señala al carcomido aparato justicialista, y en un rápido movimiento mira hacia el suelo. Segundos afuera, no va más porque estuvieron peleando contra Alí y les llenó la cara de dedos.
Fernando Paolella