Frente a la crisis financiera y económica global, el Nuevo Orden Mundial ha salido a hablar por boca de uno de sus voceros más calificados: Sir Henry Kissinger (Ver artículo al pie). Este personaje reviste tal carácter, por cuanto toda su carrera política se basa en su pertenencia al staff de la familia Rockefeller, de la que ha sido un “empleado” ejemplar. Fidelidad que le ha valido hace algunos años ser reconocido por la familia real inglesa como miembro del establishment británico, lo que no es poco decir.
No está claro que la crisis financiera y económica desatada hace un año y medio en Estados Unidos y que ha explotado a partir de septiembre/octubre del año ppdo. signifique la debacle mundial del capitalismo financiero-especulativo, sino más bien todo lo contrario, un reajuste y reacomodamiento del sistema, mediante un sistema de “demolición controlada” que ha posibilitado el traspaso de las grandes deudas acumuladas por el poder financiero internacional sobre las espaldas de los Estados nacionales y de los pueblos del mundo y una concentración agresiva de riqueza y capital a nivel mundial, en beneficio de la plutocracia mundial que gobierna el mundo, como “verdadero poder detrás del trono” de los gobiernos formales. En todo caso, como vocero de esta plutocracia, Sir Henry Kissinger ha salido a decir lo que los dueños del Nuevo Orden Mundial piensan hacer de aquí en más, como respuesta a la crisis que ellos mismo han creado y provocado.
En primer lugar, el ocultamiento de la verdad de los acontecimientos, para consolidar y fortalecer el sistema. Si bien el poder plutocrático reconoce que «el colapso financiero representa un golpe contundente a la posición de los Estados Unidos», se trata de un acontecimiento pasajero o circunstancial, ya que «no sido cuestionada en líneas generales la receta estadounidense para un orden financiero mundial», sino que sólo se trata de una «desilusión con la gestión realizada» por el gobierno republicano de George H. W. Bush (h).
Este ocultamiento de la verdad de los acontecimientos permite por un lado sacar del centro de la escena a Estados Unidos como potencia, para hacer responsable a todos los países de la debacle, con lo cual «cada país deberá reevaluar su propia contribución a la crisis imperante», como si los países del mundo hubieran sido los autores de la timba financiera que ha volado por los aires. En otras palabras, los responsables no son las corporaciones financieras como el Morgan-Chase Corp., el Citigroup, Goldman Sachs, el imperio Rothschild, Lazard, Warburg, etc., sino los gobiernos nacionales (¿?).
En segundo lugar, una vez definidas las “culpas”, «cada país deberá redefinir sus prioridades nacionales», pero teniendo en cuenta el contexto mundial, dado que cada dilema particular (es decir, nacional) «sólo puede ser resuelto mediante la acción común». Todo esto en función de crear un sistema de prioridades compatibles, para poder hacer surgir un orden internacional. Caso contrario, el caos será la única alternativa viable. Estamos en presencia de la vieja táctica del capitalismo imperialista depredador: un problema particular y privado –el derrumbe de las instituciones financieras- convertido en problema de Estado, a nivel mundial.
En tercer lugar, fijado lo anterior, se buscará «un sistema regulatorio político internacional», que acompañe y colabore con el «orden económico globalizado». Según Sir Henry, esto se debe a que no se pueden resolver los problemas económicos mundiales con el viejo sistema de la política nacional. Se va cumpliendo así la “necesidad” de mundializar la política, diluyendo los Estados nacionales y, en consecuencia, la resistencia y reacciones de los pueblos contra la globalización económica y política.
En cuarto lugar, el poderío y la primacía estadounidenses no se discuten: «el rol de Estados Unidos en esta empresa será decisivo», ya no desde la arrogancia moral sino mediante «un tipo insistente de consulta» para invitar a los países «a probar su aptitud para ingresar en el sistema internacional ajustándose a las prescripciones estadounidenses». Es decir, Estados Unidos (en realidad, los dueños de ese país) pretende seguir siendo el gendarme mundial y el garante del nuevo orden mundial, económico y político.
Para esto sirve la figura de Barack Hussein Obama: para hacer más “agradable” y sutil el siempre vigente e indiscutido dominio estadounidense: «ninguna administración [gubernamental] había asumido» con la expectativa de todos los actores principales de la escena mundial de «emprender en colaboración con los Estados Unidos las transformaciones que la crisis mundial les ha impuesto». Es decir, la crisis se resuelve con el liderazgo de los mismos que la han auspiciado, provocado y llevado a término. Que Obama es algo distinto y un cambio es un delirio que sólo existe «en la imaginación de la humanidad», pero que es importante «para configurar el nuevo orden mundial».
En quinto lugar, y para que quede claro, la crisis económica global y el terrorismo jihadista es lo que constituye la agenda común de todos los países y los problemas que éstos deben resolver, junto con «la proliferación nuclear, la energía y el cambio climático», cuestiones que «no permiten una solución nacional o regional».
Una lectura atenta permite ver qué es lo que dice “implícitamente”, es decir, ¿cuál es el tema que queda fuera de la agenda de discusión de este reordenamiento del Nuevo Orden Mundial? Que no se discute la desigual e injusta distribución de la riqueza, ya que no constituye un problema para la plutocracia financiera global.
Éste es el Nuevo Mundo que los ricos del mundo pretenden imponernos de aquí en más: el mejoramiento y reacomodamiento del sistema financiero de saqueo imperialista.
José Arturo Quarracino
LA OPCIÓN ES NUEVO ORDEN MUNDIAL O CAOS
Por: Henry Kissinger
(en http://www.clarin.com/diario/2009/02/01/opinion/o-01850320.htm)
La nueva administración estadounidense acaba de asumir sus funciones en medio de una grave crisis, tanto financiera como internacional. Puede parecer poco razonable, pero no lo es, afirmar que, precisamente, la naturaleza inestable del sistema internacional genera una oportunidad única para la diplomacia creativa.
Esta oportunidad supone una aparente contradicción. En un nivel, hay que reconocer que el colapso financiero representa un golpe contundente a la posición de los Estados Unidos. Si bien los criterios políticos estadounidenses con frecuencia han resultado controvertidos, la receta estadounidense para un orden financiero mundial no ha sido en líneas generales cuestionada. En este momento, la desilusión con la gestión realizada por el anterior gobierno de Estados Unidos en ese sentido es generalizada.
Al mismo tiempo, la magnitud de la debacle hace que al resto del mundo le resulte imposible seguir refugiándose durante más tiempo detrás del predominio estadounidense o de las deficiencias estadounidenses.
Cada país deberá reevaluar su propia contribución a la crisis imperante. Cada uno tratará de independizarse, en el mayor grado posible, de las condiciones que produjeron el colapso; al mismo tiempo, cada uno se verá obligado a enfrentar la realidad de que sus dilemas solamente pueden ser resueltos mediante la acción común. Aun los países más ricos tendrán que afrontar recursos más escasos. Cada uno deberá redefinir sus prioridades nacionales.
Surgirá un orden internacional si sale a la luz un sistema de prioridades compatibles. Se fragmentará desastrosamente si las distintas prioridades no pueden ser conciliadas.
El punto más bajo del sistema financiero internacional existente coincide con crisis políticas simultáneas en todo el globo. Nunca se habían producido tantas transformaciones al mismo tiempo en tantas partes diferentes del mundo ni habían resultado tan globalmente accesibles mediante una comunicación instantánea. La alternativa a un nuevo orden internacional es el caos.
Las crisis financiera y política están, a decir verdad, estrechamente ligadas en parte porque durante el período de exuberancia económica se había abierto en el mundo una brecha entre la organización económica y la política. El mundo económico se ha globalizado. Sus instituciones tienen alcance global y han funcionado sobre la base de máximas que daban por sentado un mercado global que se autorregulaba.
El colapso financiero reveló el espejismo. Puso en evidencia la ausencia de instituciones globales para amortiguar el shock y revertir la tendencia. Inevitablemente, cuando los pueblos afectados recurrieron a sus instituciones políticas nacionales, éstas eran principalmente motorizadas por la política interna, no por consideraciones del orden mundial.
Cada país importante ha intentado resolver sus problemas inmediatos esencialmente por su cuenta y diferir la acción común para un punto ulterior, menos condicionado por la crisis. Han aparecido los así llamados planes de rescate por etapas a nivel nacional, en general reemplazando el crédito doméstico que, por empezar, produjo la debacle, por crédito estatal aparentemente infinito, sin lograr hasta ahora otra cosa que originar un pánico incipiente. El orden internacional no surgirá en el campo político ni en el económico hasta que no aparezcan reglas generales que sirvan de orientación a los países.
En definitiva, para que los sistemas político y económico puedan armonizarse, una de dos: o se crea un sistema regulatorio político internacional con el mismo alcance que el del mundo económico; o se achican las unidades económicas a un tamaño manejable por las estructuras políticas existentes, lo cual probablemente lleve a un nuevo mercado, quizá de unidades regionales. Un tipo de acuerdo global como Bretton Woods es, de lejos, la salida preferible.
El rol de Estados Unidos en esta empresa será decisivo. Paradójicamente, la influencia estadounidense será grande en proporción a la modestia de nuestra conducta; debemos modificar la arrogancia moral que ha caracterizado demasiadas actitudes estadounidenses, sobre todo desde la caída de la Unión Soviética. Ese acontecimiento seminal y el período posterior de crecimiento global casi sin interrupción indujeron a muchos a equiparar el orden mundial con la aceptación de los designios estadounidenses, entre otros, nuestras preferencias domésticas.
El resultado fue cierto unilateralismo intrínseco -la queja habitual de los críticos europeos- o de lo contrario un tipo insistente de consulta mediante la cual se invitaba a los países a probar su aptitud para ingresar en el sistema internacional ajustándose a las prescripciones estadounidenses.
Desde la asunción del presidente John F. Kennedy medio siglo atrás, ninguna administración había asumido con semejante acumulación de expectativas. No tiene precedentes que todos los actores principales de la escena mundial estén admitiendo su deseo de emprender en colaboración con los Estados Unidos las transformaciones que la crisis mundial les ha impuesto.
El impacto extraordinario del presidente Barack Obama en la imaginación de la humanidad es un elemento importante para configurar el nuevo orden mundial. Pero define una oportunidad, no una política.
El desafío último es configurar la preocupación común de la mayoría de los países y de todos los más importantes en relación a la crisis económica, conjuntamente con un miedo común hacia el terrorismo jihadista, en una estrategia común reafirmada por la conciencia de que los problemas nuevos, como la proliferación nuclear, la energía y el cambio climático no permiten una solución nacional o regional.
Copyright Clarín y Tribune Media Services, 2009. Traducción de Cristina Sardoy.