Claudio Lifschitz, quien se desempeñó como prosecretario del ex juez federal Juan José Galeano en su malograda desinvestigación del caso AMIA, sufrió un extraño episodio en la medianoche de ayer cuando unos sujetos, que irónicamente se desplazaban en una Trafic, lo interceptaron en la zona de Villa Devoto cuando éste circulaba con su automóvil. Fue secuestrado, interrogado, torturado con un soplete y le tajearon en la espalda la sigla AMIA, para luego abandonarlo en Villa Lugano, en las inmediaciones de la Escuela de Cadetes de la Policía Federal no sin antes de hacerle una extraña recomendación: “No jodas más con la SIDE”. Pero antes de darle el olivo, los secuestradores lo interrogaron profusamente acerca de los evaporados casetes de escuchas a los supuestos e imaginarios implicados iraníes en la voladura de dicha mutual.
El mentado abogado es un viejo conocido de este sitio, desde que saltó a la fama hace casi 9 años, en agosto de 2000. En esa oportunidad, valiéndose de las cámaras del extinto programa Punto Doc., se despachó ampliamente en contra de la gestión de su ex mandante. Particularmente, su testimonio permitió conocer la coima de 400 lucas verdes con que Galeano compró en efectivo el silencio de Carlos El Enano Telleldín.
Así se transformó en un testigo clave del caso, cuyo testimonio sería la piedra de toque para derrumbar por fin los diez años en los que el ex juez federal del sandwichito hizo y deshizo a su antojo al frente de la causa de la masacre de la calle Pasteur.
¿Lo de siempre, siempre vuelve?
En aquella oportunidad, quedó flotando una sensación de extrañeza por detrás de las revelaciones del funcionario en cuestión. Luego, hilando fino, se pudo determinar que el nombrado era en realidad un agente de inteligencia de la Federal —un pluma en la jerga— que había sido plantado con fines de topo en el juzgado de Galeano. Y más aún, pues según esta óptica constituía un engranaje más en la eterna y soterrada lucha entre los antagónicos servicios de inteligencia que se disputan encarnizadamente no sólo información pesada, sino espacios de poder.
Ahora, luego de este raro episodio, se reflota esta apreciación. Si bien no es dable pensar ni sostener que Lifschitz simuló su secuestro, para luego autotorturarse con un soplete y luego tajearse la sigla de la mutual en la espalda, esto tiene un potente tufillo a cuestión de internas interservices que a un apriete relacionado con la causa en cuestión. Es que durante un tiempo se pensó, con amplias teorías que lo sustentaban, que el ex prosecretario pateaba desde el campo de la Federal contra el arco de la SIDE. Pero luego, comenzaron a observarse indicios en los que era más que claro que su verdadero equipo era una fracción de dicha orga de inteligencia, enfrentado a muerte contra otra.
Como aquellos jugadores que luego de marcar un gol se levantan la casaca de su equipo para dejar entrever otra debajo, parece que él tiene alguna mucho más difusa ahí. Pues lo más interesante de esta movida macabra, llena de tejes y manejes oscuros, es realmente quiénes estuvieron moviendo los hilos verbales del ex procurador, como también quienes son los ocultos mandamases que enviaron dicho mensaje mafioso en la madrugada de un verano caliente que se resigna a esfumarse. Si en la noche todos los gatos son pardos, como bien reza el aforismo, otros personajes más conocidos y peligrosos que los mentados felinos muestran sus garras amparados en tinieblas impunes.
Fernando Paolella