El diccionario enciclopédico
reza así: Teología: Ciencia que trata de Dios y de sus atributos y
perfecciones.
Si incursionamos en la
ciencia antropológica, aquella de los investigadores pioneros que recorrieron el
mundo primitivo (India, China, África negra y Egipto, América, Oceanía, etc.)
hallando el animismo aún “en su propia salsa”, todavía virgen, vamos a
encontrar en sus relatos, todo un mundo plagado de supersticiones, dioses y
diosas de todas las especies; entes tanto benignos como malévolos. Los primeros
para explicar el bien, los segundos para dar cuenta del mal en el mundo.
El erróneamente denominado
“Nuevo Mundo” como un europeísmo despreciativo hacia los amerindios y oceánicos,
estaba plagado de dioses y diosas de todas las especies habidas y por haber.
Para ofrecer una idea
acerca de la creatividad de la mente humana, podemos pasar una breve lista de
los dioses aztecas, a saber: Huitzilopochtli (casi un destrabalenguas)
dios de la guerra y del sol; Quetzalcoatl, de la sabiduría; y otros seres
divinos como creadores: los de la Tierra, de la Lluvia, del Fuego; Planetarios y
Estelares y, finalmente, de la Muerte, etc.
Los Mayas e Incaicos no le
han ido en zaga. Entre los Mayas hallamos a Itzmaná, dios benévolo
invocado para evitar las calamidades públicas; a Chaac, dios de la lluvia
y de la fertilidad y muchos otros.
Entre los preincaicos,
estaba el dios Viracocha creador de los cielos, la Tierra y del Sol, los demás
astros, y de los hombres; también la Pachamama (Madre Tierra), entre
otros pueblos andinos.
Pasando al “Viejo Mundo”,
entre los persas, por ejemplo, estaba Ormuz, el dios del bien, frente a
Ahrimán, autor de todo mal.
Entre los grandes dioses
euroasiáticos hallamos a un Yahvé (alias Jehová) de los hebreos y a Zeus de los
griegos. También a Marduk, una deidad babilónica creadora del hombre y su
amo. (Véase del autor de esta nota: El origen de las creencias, Editorial
Claridad, Buenos Aires, 1994, páginas 90 y 91).
El Antiguo Egipto no se
hallaba menos plagado de dioses que el resto del mundo. Allí existían Ra
(el dios Sol); Osiris, Horus, Ptah, Amón, Seth. Entre los filisteos:
Dagón; Baal de Babilonia. En Grecia Atenea... por sólo nombrar
una deidad, entre “miríadas” ya archiconocidas que imaginó el pueblo heleno.
Los árabes tampoco se
quedaron cortos en inventar seres espirituales, pues poblaron el aire de
djins, espíritus que amenazaban el reposo de los hombres... y si continuamos
mencionando divinidades, llenaríamos un grueso y aburrido volumen describiendo
seres espirituales imaginados por todos los pueblos del orbe.
La mente, siempre ha
trabajado en la creación de seres incorpóreos. Este recurso (si es que podemos
denominarlo así) ciertamente ¡salvó provisoriamente al género humano de su
extinción por suicidio! Gracias a su ilusión de sentirse protegidos por poderes
superiores.
Por de pronto, vemos que la
mente humana, ante el enigmático y amenazante mundo, echó mano de una
explicación fantasiosa de los males que atormentan al hombre, e inventó el modo
de evitarlos, aunque sólo fuera ilusoriamente.
La capacidad mental de
fantasear, realmente salvó al género humano de una extinción segura, víctima de
un entorno hostil que a cada paso amenazaba con la muerte. El suicidio colectivo
de los primeros homínidos hubiese sido inevitable de no haber aparecido, por
mera casualidad, la facultad de poder evadirse de la cruel realidad, mediante la
fantasía. Quizás miles de millones de planetas con esbozos de vida consciente
habrán sido y son mudos testigos de la extinción de seres conscientes que, ante
los embates de un ambiente hostil, no “supieron” elaborar la fantasía de los
entes protectores (dioses), que “los querían bien”. (Esta es una mera
suposición, ya que, en realidad no creo que la vida sea un fenómeno común en el
universo, y menos los seres conscientes).
El mundo de los espíritus,
creado por la rica fantasía humana, otorgaba seguridad en dos direcciones: una
en el sentido de hallar una explicación de los males de este “maldito” mundo
para muchos, apelando a la creación mental de seres espirituales malignos que
acechaban constantemente al hombre, y otra, como contrapartida, confiando en
otros seres espirituales, esta vez benignos, también inventados por la fantasía,
que podían contrarrestar el mal o, mediante rituales aplacar las iras de los
malignos. Rituales a veces sangrientos como los que practicaban, por ejemplo,
los aztecas inmolando víctimas humanas a sus dioses; costumbre extendida a
muchos pueblos antiguos de las diversas religiones del planeta.
Según mis estudios del
pasado, se ha hablado también de niños sacrificados en “honor de los dioses”
entre los antiguos pueblos de oriente. ¡Horror para nosotros los hombres sanos y
éticos del planeta, conscientes del desatino humano prendido de las fatuas
religiones del mundo!
En resumen, podemos decir
que las religiones y la creencia en los espíritus, nacieron con el primitivo
homínido, quien ante los embates de un entorno hostil, surtido de la facultad
de fantasear, inventó lo sobrenatural que le sirvió de salvavidas ante un medio
peligroso, incomprensible, y a veces indomable. Pura ilusión, sin duda, pero
evento casual y eficaz al fin, para alejar toda idea de suicidio ante una
tenebrosa realidad amenazante.
Esta, y no otra, es la
explicación de la existencia de las múltiples religiones del mundo; primitivas
y... las de la actualidad en el orbe; un “invento” eficaz (se dice) como
paliativo ante las amenazas y angustias de la existencia.
Ahora bien,
¿podemos asumir que las religiones del mundo son todas inofensivas y ayudan a
vivir a todo poblador de este, muchas veces nefasto planeta? En parte sí, ¡en
parte no!, cuando muestran su faceta tenebrosa de fanatismo cruel. ¡Cuantas
guerras de religiones hubo en nuestro globo terráqueo por no ponerse de acuerdo
sus devotos sostenedores! ¡Cuántas escisiones sectarias que regaron con sangre
el suelo de muchos países por una bobada religiosa! Basta con leer una completa
e imparcial historia de las religiones, para no caber en sí del asombro.
¡Cuántas víctimas inocentes fueron sacrificadas en honor a la nada (léase dioses
inexistentes)! Sin ir más lejos en la Europa antigua, católicos y protestantes
luchaban unos contra los otros como perros y gatos. ¡Cuidado! ¡Estos desatinos
pueden volver en cualquier momento, en cualquier país! ¿Consejo? ¡Seamos
racionalistas!