Hace casi ya seis décadas,
allá por el año de gracia del “Señor”, 1947, surgió una creencia que armó una
flor de batahola en el ámbito universal: el mito de los OVNIS y de los
humanoides extraterrestres.
A tal punto llegó esta
patraña inundando todos los medios periodísticos día a día, que me motivó
fuertemente a escribir un libro sobre posibilidades de vida en otros planetas,
que los editores titularon “Naves extraterrestres y humanoides”, y
subtitularon “Alegato contra su existencia” (Imprima Editores, Buenos
Aires, 1978). (Esto fue hace 31 años).
Dando rienda suelta a la
fantasía, miríadas de libros sobre el tema inundaron las librerías del mundo a
la par de las inefables revistas sensacionalistas y, por supuesto, el cine
pronto se hizo eco de la “oleada” produciendo decenas de películas sobre naves
marcianas y hombrecitos verdes y de otros colores que venía a invadir al planeta
del autoclasificado Homo sapiens (aunque muchos especímenes, de
sapiens tenían y tienen poco o nada).
Me veo motivado a aclarar
de antemano que, todo esto es pura fantasía. Los hombres de ciencia jamás de los
jamases pudieron corroborar incursión alienígena alguna en nuestro planeta y yo
me quedo con esta “versión” y no con la de los alucinados platillistas
inventores de patrañas con fines de lucro, para vender “toneladas” de libros y
revistas sobre el tema y llenarse de paso los bolsillos.
Bueno, dejemos de lado y
allá lejos en el tiempo, aquella batahola que “dominó” el planeta durante
aquellos años. Vayamos hacia algo serio sobre el tema de las posibilidades de
vida extraterrestre.
Sabemos, los que
estudiamos biología a fondo que, una sola célula viviente es tan harto compleja
que, para que se formara en otro planeta X de nuestro sistema solar o de otros
quizás existentes también en nuestra propia galaxia Vía Láctea, o en otros
conglomerados de estrellas, equivale a la construcción espontánea de un moderno
transatlántico por un viento fuerte, a partir de un montón de piezas sueltas.
La citología, el estudio a
partir del desmenuzamiento de una sola célula viviente, nos llena de asombro por
su complejidad. ¿Es posible una vida por doquier en el universo?
Depende a qué le llamamos
vida. Una roca en crecimiento por acumulación de elementos químicos del aire y
del agua, no es vida. Una forma de vida rudimentaria, comparada con los
animales, parece ser la de los vegetales. Pero, sin embargo, los botánicos se
han tenido que “romper la cabeza” para entender por qué una planta como la
Mimosa pudica, (un vegetal sensitivo que cultivo hace años en mi jardín como
una curiosidad botánica), al ser tocadas sus hojas compuestas, éstas se mueven
rápidamente plegándose sus folios y pecíolos. Este fenómeno consiste en un
proceso hormonal, pero a primera vista se parece a un movimiento animal. Esto lo
podemos comprobar también en las plantas atrapamoscas y otros vegetales
sensitivos. Pero eso de acumularse átomo tras átomo, protones, neutrones,
electrones y quarks hasta formar un cerebro pensante, raya casi en lo imposible.
No obstante aquí estamos: pensando, escribiendo, soñando, creando sofisticada
tecnología para vivir mejor. ¡Somos una singularidad!
Hoy día, queda totalmente
descartado que hayamos sido visitados por curiosos e insensibles alienígenas,
que raptaban personas “a piacere” (en italiano piachere: a placer), para
estudiarlas como si fuéramos bichos raros ante un entomólogo. Se dijo que,
incluso algunos camioneros con vehículos y todo, fueron transportados en naves
espaciales de un sitio a otro con el fin de ser estudiados según relatos de
ellos mismos que, seguramente, no hicieron más que narrar algún sueño a la vera
del camino al dormirse por el cansancio de manejar. Otros, seguramente no
hicieron más que inventar fábulas entre los humos del alcohol, pues, siempre
hay alguien que cree en las fantasías del otro.
Hoy, ya acallados y casi
olvidados los chismes acerca de los “platos voladores” y “marcianos curiosos”,
los científicos afirman que, el 99 % de los avistamientos de OVNIS del pasado,
tienen explicación científica, mientras que el 1 % restante carece de valor
científico. (Diario La Nación, 14-3-04, página 22). Aparte se dice que: “no
existe ninguna evidencia de la existencia de vida inteligente extraterrestre”.
Ahora, empalmado con el
tema central de este escrito, surge el capcioso interrogante: ¿Ha existido, en
aquellos años “platillistas”, cierta libertad absoluta de pensamiento para
muchos terráqueos influenciados fuertemente por esa creencia?
¡Me atrevo a afirmar que
no!
(“¡Miren hacia dónde se
dirige este autor de morondanga, después de exponer un tema baladí que nada
tiene que ver con libre albedrío alguno!”, pensarán algunos lectores).
Podría ofrecer otros
paradigmas, pero la conclusión sería la misma, y es la que sigue: Todos aquellos
que durante años han estado convencidos de que el cielo estaba plagado de naves
extraterrestres y que la superficie terrestre se hallaba atestada de marcianos
de todas las especies, no poseían libertad absoluta de pensamiento. Es decir no
podían elegir libremente creer o no creer en alienígenas. ¿Por qué? Porque han
sufrido un verdadero “lavado de cerebro” por parte de la prensa sensacionalista,
las editoriales “platillistas”, la cinematografía y la vox populi.
Con esto no quiero
dar a entender que hoy ya no existan creyentes en esas quimeras, sino que estos
son menos. Muchos se han olvidado del tema.
Lo mismo ha sucedido con
las religiones. Si desde niños se nos inculcan ciertos dogmas, ya no somos
libres absolutos para renegar de ellos, salvo que las circunstancias vividas y
ciertos influjos ateos y la razón nos persuadan de que no existe ninguna clase
de dios.
Bueno, dejando las
fantasías en la Tierra, pasemos ahora al resto del Universo. Tal vez quede un
resquicio para imaginar y aceptar que, si ya no en nuestro sistema solar ni en
otros posibles en la proximidad, tal vez existan seres inteligentes en algún
lejano cuerpo espacial de alguna remota galaxia. ¿Podría existir allí una
réplica humana en el sentido de poseer estos alienígenas cierta libertad de
pensamiento y acto como si esto fuera una regla para todo ser inteligente
instalado en el Universo? Lo dudo y sobremanera. ¿Por qué? Porque podemos
pensar, los que entendemos de biología, que los derroteros de la evolución (de
verificarse ésta en otros lares cósmicos) pueden existir los más tortuosos y
dispares senderos hasta arribar a un ser inteligente, a saber: individuos
aislados unos de otros valiéndose solos para la existencia, o comunidades
cerradas sin opción para otros estilos de vida, donde no tendría cabida libre
albedrío alguno por ser innecesario. En un mundo donde nada habría para elegir
porque la supervivencia se daría de suyo sin necesidad de optar por “blanco o
negro”, la libertad absoluta de pensamiento y acto carecería de sentido.
Este
razonamiento basado en hipotéticas pero posibles formas de vida muy distantes de
nosotros en años luz y en naturaleza psíquica, nos alerta acerca de la
relatividad que pueda existir en nuestra concepción y aceptación de vida
inteligente en lejanas galaxias.
Ladislao Vadas