La Argentina marcha hacia el bicentenario
transitando uno de los momentos históricos más delicados.
Es que está en juego su propia organización y existencia. Los reiterados
fracasos, de los distintos gobiernos, llevaron a la nación a una situación
terminal y todos ellos cuentan con una matriz común: la corrupción.
En oportunidad del primer centenario, el entonces canciller
francés George Clemençau visitó la Argentina para los festejos de aquella
conmemoración. Luego de haber recorrido varios lugares del país y haber
mantenido reuniones con distintas personalidades de aquellos días, dejó su
semblanza sobre este bendito país.
Con una fina ironía y ante un auditorio incrédulo y absorto
que ni imaginaba los días por venir, Clemençau definió con un precisión
sorprendente, cual sería la causa de la tragedia argentina como país y sociedad.
"La Argentina crece gracias a que sus políticos y gobernantes dejan de robar
cuando duermen", puntualizó el diplomático galo.
En verdad, fue preciso porque siempre la corrupción quedó
opacada bajo la bonanza de los ciclos económicos y sólo emergía cuando las
crisis provocaban una y otra vez daños irreparables.
¿Cómo explicar que un país de ser, a comienzos de siglo, una
de los diez principales naciones del orbe, llega, una centuria después, con un
tercio de su población envuelta en pobreza, miseria, con epidemias, crimen por
doquier y aislada de los principales centros de progreso mundial? La corrupción
y el corporativismo regente que forman parte de la cultura política vernácula,
son los responsables de tamaña tragedia.
Lejos de combatírselas, las autoridades hacen gala de estas
conductas y la Argentina vuelve a estar en el centro de las críticas mundiales.
Las cuestionables estadísticas oficiales son producto de esa cultura política
que está llevando al país a una situación insostenible. No sólo se perjudica a
los acreedores sino a la sociedad en su conjunto.
El FMI hizo centro en este tópico y machacó una y otra vez en
reuniones técnicas y ahora lo hará a nivel institucional cuando el ministro de
Economía, Carlos Fernández, desembarque en Washington.
Contrariamente a la bandera reformista que viene enarbolando
la administración Kirchner, la nueva política que aprobará el FMI para su
relación crediticia con los países miembros, está lejos de las apetencias de la
Casa Rosada.
Mientras el gobierno argentino cree poder obtener
inmediatamente unos 2.500 millones de dólares de recursos del FMI, por aumento
del capital social, el acceso a esos fondos está lleno de condicionalidades y
sujeto a estrictos compromisos que deberán cumplir los países miembros.
En otros términos, las exigencias no sólo son las mismas que
durante el Consenso de Washington sino que son aun más severas. Si alguien en la
Casa Rosada creyó que se podía obtener dinero del FMI y eludir las auditorías o
los controles del organismo, pecó de optimismo excesivo.
El FMI tiene tres programas financieros. Uno destinado a los
países muy pobres de ingresos bajos dentro de un programa más amplio de
reducción de la pobreza.
Un segundo mecanismo, llamado Línea de Crédito Flexible,
destinado a los países que cuentan fuertes fundamentos económicos, no tienen
problemas fiscales, monetarios o cambiarios, son superavitarios en su balance de
pago y cuentan con estadísticas confiables, pero que podrían sufrir un
desbalance por los shock externos o una crisis exógena. En términos más llanos
se trata de una suerte de "blindaje" por si se complica el ambiente
internacional. Esta línea sólo fue solicitada hasta ahora por Polonia, México y
Colombia.
Para el resto de los países, entre los que se encuentra la Argentina, continúa
los stand-by por un año de plazo o los fondos de facilidades ampliadas por
mayores plazos, sujetos a auditorías y a cumplimiento de compromisos fiscales,
monetarios y de política macroeconómica. Pero hay una salvedad. Aun antes de
poder acceder a alguno de estos programas, los países miembros deberán solicitar
al FMI una auditoría conocida como revisión del Artículo IVº.
En virtud del artículo IV, el FMI sostiene discusiones bilaterales con los
países miembros, generalmente cada año. Un equipo de técnicos visita el país,
recoge información económica y financiera, y discute con los funcionarios del
país, la evolución económica y las políticas. De regreso a Washington, el
personal prepara un informe, que constituye la base para el debate por el
Consejo Ejecutivo. Al concluir el debate, el Director Gerente, como Presidente
de la Junta, resume las opiniones de los directores ejecutivos, y este resumen
se transmite a las autoridades del país. Sin embargo, esta auditoría no es
gratuita ya que sirve de base para los compromisos de reformas que deberá asumir
el país que pretenda acceder a un programa del FMI.
Como puede observarse, una vez más, la mentira tiene patas cortas, y la
corrupción, también.
Miguel Ángel Rouco