Pesa en promedio 1400 gramos, se divide en dos hemisferios que se hallan unidos por un cuerpo calloso; su superficie es rugosa; es centro del aprendizaje, de la memoria y el leguaje. Regula las funciones sexuales, las sensaciones de temor y agresividad, y las emociones, y... de ahí, de esa masa, maraña de neuronas y axones, ha salido toda la historia humana de aciertos y desaciertos, bonanzas y horrores, santidad y crímenes, pacifismo y guerras, glorias y fracasos, obras arquitectónicas y destrucción, libertad y esclavitud, comprensión y fanatismo, todas las religiones, todas las creencias, la sabiduría y la ignorancia, la ciencia, la tecnología, y el deterioro planetario, el ángel bueno y el demonio..., en resumidas cuentas: toda la historia de la humanidad (y su prehistoria).
Del cerebro de los animales salieron otras cosas, pero esto lo dejamos para los zoólogos y etólogos que estudian a todos los “bichos”, desde un protozoario hasta una ballena.
El cerebro humano es un receptor, al mismo tiempo que una fábrica de cosas inexistentes y al introspeccionarse, toma conciencia de sí mismo. Esta es la diferencia con un ladrillo.
El animal, un oso por ejemplo, ¿también toma conciencia de sí mismo? Muchos dicen que no (quizás para cubrir una vanidad antrópica). ¿Cómo podemos saberlo? Sólo nos queda esperar que la futura tecnología nos permita incursionar en las neuronas de nuestros compañeros inferiores de viaje por el espacio sidéreo “montados” sobre un globo deforme que yo denominaría con mayor propiedad como planeta Agua y no Tierra, porque su mayor superficie es de la unión de dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno que forman el líquido elemento.
Pienso, en base a mis conocimientos, que la sorpresa puede ser mayúscula. Incluso una araña aprende a reaccionar ante un golpeteo, si después va una suculenta langosta para ser devorada. Viene al caso mencionar como anécdota, que las “arañas pollito” del género gramostola, hoy mal denominadas “tarántulas”, que tuve en cautiverio durante 14 años (pueden vivir más de 20 años), con fines de estudio, salían disparadas de su refugio no bien les abría la puerta guillotina de vidrio de la caja de madera donde habitaban, para abalanzarse sobre la presa que luego les ofrecías (cucarachas, langostas o moscardones).
El cerebro de los artrópodos como insectos y arácnidos, es tan solo un conjunto de ganglios, no obstante graba, registra, memoriza.
No creo que una araña que tuviera manos como nosotros (manitos en este caso) fuera capaz de escribir una poesía, pero tengo la certeza de que ese conjunto de elementos cerebrales, léase protones, neutrones, electrones... quarks, se altera de algún modo a la manera de un mecanismo electromagnético, por ejemplo, para quedar allí grabado algo que, tocados ciertos resortes, produce cierta actitud.
He hablado de arácnidos; no hablemos de loros, de familias de psitácidos, porque desde el cerebrito de estos animales surgen a borbotones respuestas a distintos estímulos. No es cierto lo que dice la gente, que un loro “repite como un loro” sin saber lo que dice en todas las ocasiones. Por el contrario, expresa las palabras exactas o emite los silbidos justos para cada circunstancia. Lo se por largas experiencias con varios de estos psitácidos a lo largo de años. (Soy además de pensador y escritor, también algo etólogo, entre otras múltiples disciplinas y extravagancias como la cría de arañas).
Si a las manifestaciones psíquicas las consideramos como productos de una presunta alma, ese invento de la ignorancia, entonces todos los animales poseen alma. Así es como ya lo pensó y dijo el lejano en el tiempo Aristóteles y no sólo eso, para este pensador, aún las plantas poseían alma. Pero como este invento de nuestra mente, “el alma”, es sólo una ilusión a la luz de los modernos estudios del cerebro, nos queda entre manos tan sólo una trama ganglionar en los animales inferiores y un tejido neuronal en los superiores (cerebro) con capacidades de almacenar datos, relacionarlos y responder a diferentes estímulos. Esto en distintos grados de complejidad desde la lombriz hasta el hombre pasando por toda la escala zoológica. Lo único que nos distancia de nuestros primos, los chimpancés, es el número de neuronas (y su calidad) y no la posesión por parte nuestra de una inventada “alma inmortal”, y para los simios un “alma” perecedera.
¿Con qué podríamos comparar eso que la inmensa mayoría de las personas cree que es algo inmaterial, puro espíritu separado del seso? Sugiero lo siguiente: podemos decir que es semejante a los modernos disquetes, C D y videos. A esos discos magnéticos que se utilizan en computadoras para almacenar información y a ese sistema de registros de imágenes ópticas por un procedimiento magnético respectivamente.
¡Realmente! Vivimos en un mundo electromagnético que nada tiene que ver con la burda materia concebida por los antiguos, los materialistas, que se peleaban como perro y gato con los espiritualistas. Repito, ambos bandos luchaban entre sí defendiendo posiciones hoy absurdas a la luz de las experiencias científicas.
Vivimos en un mundo de ondas, rodeados y atravesados por ellas y ¡somos ondas que nos dibujan! ¡En serio! Somos un dibujo de formas energéticas que se manifiestan ante los asombrados ojos de los físicos con sus experiencias, como dualidad materia-energía. Esta apariencia los tiene locos, no saben “para dónde agarrar”. Yo diría que los engaña; todo es energía; a veces suelta, a veces empaquetada (protones, neutrones, electrones, quarks...). Nadamos entre fuerzas, para nosotros misteriosas, que nos rodean. La calma atmosférica de un día diáfano, de pronto se conturba, vienen nubes, aparecen rayos y se oyen truenos y todo tiembla. Pueden quedar fulminadas algunas cosas, incluso personas. Gracias al invento del pararrayos hay menos accidentes.
Las tormentas electromagnéticas no son exclusivas de nuestro globo terráqueo; las hay, y de inusitada violencia, en otros planetas como Júpiter. ¿Y lo que ocurre más allá? ¿En nuestro Sol, otras estrellas y galaxias y en el espacio interestelar e intergaláctico? Bueno..., ¡mejor no pensar en eso!
La energía universal es tremenda. Para quien quiera impresionarse recomiendo la lectura de un buen tratado de astronomía.
Bueno..., este autor del presente artículo parece loco -pensará más de un lector-; comienza con el seso humano y vuela luego hacia otros planetas, al Sol, a las estrellas, y no contento con esto viaja hacia las galaxias.
No obstante esa sospecha de locura, creo conveniente aclarar que formamos parte de todo eso. Somos psicosomáticamente un proceso físico-químico-energético como el resto del universo.
Retornemos al tema de nuestra masa cerebral como cúmulo de datos y experiencias porque, si no, nos vamos muy lejos para arribar finalmente a los confines del universo y... ¡se nos acaba el mundo! (y nuestro tema).
¿Qué sucede en el interior de nuestro cráneo cuando las formas energéticas del exterior, léase temperatura, luz, sonidos, presión atmosférica, son captados por nuestros órganos de los sentidos?
Allí, en esa masa cerebral, me jugaría la cabeza a que se produce un cambio, una modificación ¡Qué alma inmortal ni qué ocho cuartos! Son los elementos formados de energía puntual los que se alteran y sucede como en un CD o un video. Algo queda grabado allí y listo para saltar como un resorte cuando nuestra operación psíquica toca esa estructura.
Cuando memorizamos, estamos barriendo una trama energética cerebral desde donde emanan recuerdos, cosas grabadas, manifiestas no sólo como pensamientos sino en imágenes reproducidas en nuestra caja craneal.
¿Acaso cuando soñamos no “vemos” personas conocidas y desconocidas, paisajes, casas, animales, aguas torrenciales, cosas lindas y de colores o tremendas, como en una película? ¿Y no sufrimos a veces pesadillas tales como estar al borde de la muerte, si animales o personas (invento cerebral) nos quieren atacar? ¿Qué es esto? ¿De dónde sale? ¿Es acaso nuestra alma la que a veces vaga por ahí conversando con los muertos, personas que conocimos, parientes y extraños que ya no existen según los espiritistas?
Este mundo psíquico, recluido en la bóveda craneal, es el que ha inspirado miríadas de fantasías como la existencia de almas errantes, vida más allá de la muerte, premoniciones, números a jugar en la lotería, terrores, angustias, toda clase de pesadillas e incluso goces con amoríos que jamás existieron en la realidad. En esto andan los espiritistas de toda especie habida y por haber, y los esotéricos de siempre que embaucan a los incautos para sacar provecho monetario y... ¡reírse descaradamente de los pobres clientes quienes a veces, angustiados por las cosas negativas de la vida buscan un salvavidas y sólo reciben una nada!
Debo aclarar sobre la marcha, que el mundo onírico se halla muy lejos de ser una realidad exterior a la mente, es sólo una existencia intracraneal, que ocupa sólo la masa cerebral, o más bien una parte de ella. Al menos esto es lo más probable, aunque... también podemos suponer que las ondas cerebrales pueden traspasar el hueso craneal para proyectarse al exterior de nuestro cuerpo y quedar ahí por unos instantes para esfumarse después. La tecnología del futuro dirá la última palabra acerca de si existe una aureola invisible alrededor de nuestra cabeza cuando soñamos o pensamos despiertos.
Nada sabemos de las ondas cerebrales, hasta dónde pueden llegar, pero por de pronto rechazo con sólidos fundamentos que esos efluvios puedan viajar kilómetros para que algunos clarividentes logren percibir a distancia nuestros pensamientos. (Esto va en contra de los parapsicólogos que sostienen infundadamente la transmisión del pensamiento). (Véase al respecto mi obra titulada: El mundo ficticio; Editorial Reflexión, Buenos Aires, 1996).
Ladislao Vadas
Te felicito por tu escrito. Pero me envarga un gran pesar, entonces ¿todo es mentira, producto de nuestro cerebro? Este articulo nos lleva a que Dios y todo es mentira, y cuando morimos dejamos de existir? Por favor, respondeme, gracias.