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EL MÁS ACÁ Y EL MÁS ALLÁ

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VIVOS QUE CURRAN CON LOS MUERTOS
VIVOS QUE CURRAN CON LOS MUERTOS

La mente fantasiosa trabaja sin

    La mente fantasiosa trabaja sin descanso; una multitud de pensadores místicos ha elaborado en signos a lo largo del tiempo desde que existe la escritura, un sin fin de explicaciones sobre el “bendito”mundo y la vida.
     Si existen pueblos que merecen ser felicitados por su rica imaginación, estos son los orientales; aunque, los antiguos griegos con su vasta mitología, no les fueron en zaga.
     ¿Cuántos volúmenes de gran formato podríamos llenar, si recopiláramos íntegramente las sagas, mitos, fantasías y religiones de todos los pueblos del orbe de todos los tiempos? Creo que los volúmenes editados con sus páginas yuxtapuestas podría dar infinidad de vueltas alrededor del Globo Terráqueo o pasar ida y vuelta a la Luna incontables veces y... ¡más lejos, a otro planeta también!
     Entre todas las fantasías, tenemos a “la vida más allá de la muerte”. ¿De dónde y por qué surge este mito en los pueblos antiguos del mundo, tanto africanos, oceánicos, americanos autóctonos, asiáticos, como europeos, introducido en las diversas religiones inventadas por la fantasiosa mente humana? Los monos antropomorfos, al parecer, carecen de este mito o al menos no lo manifiestan, pues nadie ha visto rezar a un chimpancé, a un gorila, a un orangután o a un gibón, pero... ¡quién sabe! ¿Cómo podemos conocer a ciencia cierta lo que desfila en el cerebro de estos seres evolucionados? Como ejemplo zoológico, los elefantes parecen adorar a sus queridos congéneres muertos, pues se ha observado a estos proboscidios acudir al lugar de la muerte de un semejante como si fueran a rezar, o adorar a un ser querido.
     Todavía no hemos podido introducirnos, con nuestra tecnología, en los cerebros de simios, delfines, ballenas y elefantes, por cuanto “no podemos hablar” negando un psiquismo algo elevado en estos, nuestros compañeros de aventura (y desventura) en el globo terráqueo.
     Algunos testigos han visto gemir a un perro ante un congénere o amo, muerto o herido. Los perros se entristecen al oír llorar a su amo y lo acompañan en sus gemidos.
     Se han realizado observaciones en chimpancés madres cuyos “bebés” habían muerto, comprobándose el tremendo duelo padecido por estos simios muy semejantes a los humanos. (Véase al respecto el libro de R. Fouts: Primos hermanos. Ediciones B, Barcelona, 1999, págs. 270-273).
    Repito, ¿quién puede saber lo que desfila entre las neuronas, neuroglías y axones de un animal evolucionado?
     Pero bueno, creo que la diferencia es de grado, y no creo que aquello que nos distingue de los animales sea un alma inmortal radicalmente separada del proceso físico-químico-biológico-psíquico que somos, y que nos diferencia también de las plantas.
     Retornemos ahora al hipotético “más allá”. El concepto del “más allá”, no posee otro origen ni sentido para su nacimiento que “el terror a la muerte como tránsito hacia a la nada”.
     Retornando ahora a los pueblos primitivos, cuyo folclore, creencias e imaginaciones, nos dan cuenta los antropólogos de antaño que hallaron a su paso aún culturas “vírgenes” que hoy ya es difícil encontrar por causa de las aculturaciones y transculturaciones, resultados  de las migraciones y la difusión de los medios; vamos a hallar, con creces, la explicación de la idea del “más allá”.
     No faltó alguien que pensara que todo proviene de los sueños. Edgar Burnet Tylor, antropólogo británico (1832-1917), anduvo por ahí estudiando el animismo, relacionando el invento, casi universal,  de los espíritus, con el sueño. Durante el trance onírico, podemos ver a nuestros seres queridos  fallecidos y a otras personas ya extintas  y conversar con ellos. ¿Qué mejor argumento para explicar el nacimiento de la creencia en seres espirituales, almas que sobreviven al cuerpo? Esas almas, según los intérpretes, “nos visitan cuando dormimos”, de ahí la universalidad de esta creencia, a cuya formación debemos añadir el terror a ser nada alguna vez tras el óbito, constituyendo todo, finalmente, una “simple” expresión de deseo.
     De ahí al espiritismo (una mera pseudociencia muy en boga en todos los tiempos), sólo hay un paso; y este invento constituye un buen recurso para ganar dinero los espiritistas a costa de la credulidad de los demás, ya sea mediante libritos sobre el tema, películas, videos, o conferencias pagas.
     Existe un antiguo refrán muy acertado por cierto,  que cae como anillo al dedo para este tema, y reza así: “El vivo vive del sonso”.

 

Ladislao Vadas

 

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