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EL MITO DEL LIBRE ALBEDRÍO II

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LA FALACIA QUE ESGRIMEN LOS RELIGIOSOS
LA FALACIA QUE ESGRIMEN LOS RELIGIOSOS

    Es sabido que, donde más se acepta el libre albedrío como parte de la naturaleza psíquica del ser humano, es en el ámbito religioso; a tal punto que todo, la propia existencia del género humano se halla asentada sobre un motivo existencial: la prueba.
    Todos sabemos qué es “la prueba” para los religiosos. Conocemos que consiste en el mismísimo motivo de existir en este mundo “material”, por ejemplo para el cristiano, porque… si no ¿para qué diablos estaríamos en este planeta denominado Tierra, junto con animales y plantas (que carecen de arbitrio, al menos así se cree con respecto a los primeros), en este profundo pozo cósmico sin saber a ciencia cierta qué hacemos aquí?
    Creo conveniente esgrimir las pruebas en contra de la existencia de un absoluto libre arbitrio que muchos psicólogos aceptan a pies juntillas, sin mayor análisis alguno.
    Veamos. Desde el punto de vista de una pretendida profunda ciencia racional, la teología, ¿en qué cabeza cabe que un Dios con mayúscula, creador de absolutamente todo lo existente, desde el sistema solar hasta la última galaxia a partir de la nada, no sepa ¡desde siempre! qué rumbo tomará fulano o mengano… una vez lanzados a la existencia?
    La teología, ciencia (para mí una pseudociencia) que trata de Dios y sus atributos, lo define como el ser absoluto que, entre otras cosas, sabe qué va a suceder no sólo al instante siguiente del ahora, sino todo lo que acontecerá hasta el infinito. Es decir que, antes de asomar la criatura del vientre materno, El ya conoce de antemano y al dedillo toda la futura vida que va a desfilar ante “sus ojos” divinos (es un decir); absolutamente todo lo que esa criatura va a pensar y obrar en el mundo, y así de miles y miles de millones de seres humanos que existieron, existen y existirán. Todo esto nos lo trata de explicar la pseudociencia denominada teología, alias teodicea.
    Entonces, ¿consecuencias en forma del interrogante?: ¿Dónde y cómo queda el “sagrado” libre arbitrio; o mejor dicho ¿puede existir la libertad absoluta de pensamiento y acto en un “Ser Creador” de la naturaleza señalada quien cual divino espión escudriña las conciencias humanas ¡sabiéndolo todo de antemano!?
    ¿Qué clase de juego sería este?
    Yo creo en mí raciocinio. Y para corroborarlo me valgo de otras personas que también razonan para cerciorarme de que no estoy loco, y les pregunto si coinciden con mi razonamiento. Me responden que sí y esto me reconforta. (Algunos, es cierto, hacen de tripas corazón afirmando al tuntún que “Dios sabe lo que hace…” ¡y punto!, pero a mí este “argumento” ¡no me convence en absoluto! ¿Qué quieren que les diga?, pues esto equivale a cerrar los ojos ante la razón, única guía eficiente que poseemos en este mundo para discernir la verdad, y nos comportaríamos entonces como en la fábula del avestruz, que esconde la cabeza en la arena para no ver al enemigo (la realidad para nosotros).
    ¿Endioso a la razón? ¿Será esta quizás sólo un espejismo y la verdad otra cosa? ¿Entonces estamos todos chalados los que pensamos racionalmente y debemos ser recluidos en los manicomios, dejando sueltos a los “locos cuerdos”? (No valga el contrasentido).
    Sin embargo, el mundo marcha mejor al compás de la razón, y no cabe duda alguna acerca de que ahora vivimos con mayor comodidad y salud que en la “Santa” Edad Media, gracias a la ciencia y la tecnología bien aplicadas, frutos de la razón.
    Moraleja: ¡Viva la razón que nos guía bien!!Mueran los prejuicios y la irracionalidad que nos llevan por callejones sin salida!


Lo que hay detrás de cada elección desde el punto de vista religioso

    Imaginémonos siendo aún niños que comienzan a razonar. Ubiquémonos en el seno de una familia religiosa para la cual la inculcación de cierto dogma es algo sagrado. Imaginémonos también pertenecientes a un ámbito de creyentes acérrimos, una población de devotos dentro de la cual nos vemos envueltos y obligados a convivir con gente piadosa que acude al templo budista, a la mezquita, a la sinagoga, a la iglesia católica, a la ortodoxa, al centro protestante u otros lugares santos. Una vez moldeados en ese ambiente religioso, ¿seremos absolutamente libres para repensar el dogma a que pertenecemos o tornarnos escépticos? Sólo en teoría, relativamente.
    Puede que caiga en nuestras manos un tratado antirreligioso de un descreído, o tal vez alguno de los libros de un tal Ladislao Vadas como Razonamientos ateos o Cómo me convertí en ateo, para hacernos meditar y optar por el ateísmo, pero siempre estaremos influenciados. Dependemos del peso de los argumentos, no de de un libre albedrío más allá de las circunstancias y convicciones.
    Pero no es sólo la crianza lo que nos puede hacer creyentes. Aparte de esto, pesa como plomo nuestra tendencia innata de índole genético hacia la credulidad. Estamos como programados naturalmente para creer siempre en algo, unos más otros menos, y esto se constituye en un verdadero elemento de supervivencia a la vez que negador de la libertad.
    En nuestros primitivos ancestros, allá, en los tiempos del javanés Pitecántropo o del africano Homo habilis, indudablemente ya gravitaba la necesidad de inventar dioses mentalmente, para creer en ellos con el fin de sentirse protegidos frente a los embates de la brutal, impiadosa y cruel naturaleza: enfermedades, epidemias, catástrofes, animales dañinos… y la propia índole belicosa del hombre que atenta contra el hombre., etc. De ahí, de la inclinación innata del autoclasificado como Homo sapiens hacia las creencias, nacen el Buda, el Shinto, el mazdeísmo, el Jehová, los dioses trinitarios del hinduismo o del cristianismo y una infinita lista de deidades desperdigadas por el orbe entero.
    Nuestra tendencia nos impulsa, nos conduce hacia la credulidad, salvo casos “aberrantes” como el del autor de estas líneas y otros ateos que razonando, razonando…, arribaron a la conclusión de la ausencia de todo dios creador y gobernador del encabritado mundo y de cualquier diosito menor, a pesar de todo lo que sostienen los adeptos a la “ciencia de dios” (teología o teodicea) que, ante los racionalistas, se transforma tan solo en una simple pseudociencia.
    El libre albedrío no aparece en parte alguna, porque siempre existe algo que pesa sobre nosotros: el ambiente, nuestra herencia, nuestro razonamiento fundado en experiencias personales y los embates ciegos de la vida.
    Esto sólo no sería nada. Existen derivaciones tremebundas de este constreñimiento de nuestra voluntad hacia los convencionalismos y esta cosa de denomina fanatismo.
    Hasta el presente íbamos bien en la ilación de estos argumentos, pero ahora nos asalta un detalle tenebroso desde el ámbito religioso y es el fanatismo, arrastrando la pregunta: ¿el fanático posee libertad absoluta de pensamiento y acto? Me atrevo a conjeturar que ¡ni por asomo!, desde cuando gravita sobre él todo un tonelaje de ideas fijas adquiridas a lo largo de sus experiencias de la vida sumadas a una índole psíquica con tendencias a “absolutizar” ciertas ideas.
    Entonces, en conclusión: primero está la tendencia hacia el fanatismo (creo que los psicólogos se hallan de acuerdo conmigo en este punto), luego, la libertad frenada u ocluida a causa de las experiencias de la vida (incluidas, en algunos casos, ciertas lecturas o discursos) que moldean al individuo.
    Ahora bien, si tenemos ante nosotros a una persona con estas características y le sumamos sus creencias religiosas recogidas en el camino de su existencia, es muy probable que obtengamos a un fanático acérrimo, muchas veces temible si detenta el poder o las armas, y aquí es donde podemos poner en evidencia la ausencia de todo libre arbitrio y la peligrosidad que encierra la pseudociencia denominada teología cuando cae en manos de de los fanáticos que creen ser dueños de la verdad absoluta y empuñan las armas contra los “infieles”.

 

Ladislao Vadas

 

2 comentarios Dejá tu comentario

  1. Estimado Ladislao Vadas: Sus razonamientos son correctos. Las personas comunes no tienen libre albedrio, siendo poco mas que simples robots biologicos a merced de fuerzas externas. Las falacias de su argumento son dos: 1. Que el mayoria de las personas sean automatas biologicos no significa que todos lo sean. Su argumento es una generalizacion que no tiene intenciones de conocer la verdad. Las personas "libres" son estadisticamente hablando casi inexistentes, pero no significa que no existan. 2. Su "necesidad" de argumentar en contra del libre albedrio habla de la percepcion que tiene sobre su propia vida (que es correcta, pero no aplicable a todos). Si a usted le gustaria entender porque no es libre y como ser libre le diria que empiece con: Ouspensky - Psicologia de la posible evolucion del hombre Sino no importa. Mucha suerte, Filosofo

  2. El libre albedrío no existe por más que nos ilusione tenerlo. Se puede demostrar por medio de la filosofía, física o psicología. La moral no necesita del libre albedrío, pues sigue siendo útil en el determinismo o el azar (indeterminismo). La discusión se debería centrar en cómo debemos vivir sin libre albedrío, cómo podemos ser felices sin libertad. Todo eso es lo que analizo en mi libro: "Cómo vivir feliz sin libre albedrío" que podéis descargar gratuitamente en www.janbover.org. El libro analiza todos los aspectos debatidos sobre el libre albedrío y más (con bastantes ideas propias). El libro está dividido en 5 apartados: un Estudio filosófico y un Estudio psicológico que analiza la imposibilidad del libre albedrío analizándolo desde todos los ángulos posibles, un Estudio moral que demuestra que la moralidad no tiene nada que ver con el libre albedrio, y un Estudio estadístico y Estudio práctico que analiza de qué modo podemos actuar sabiendo que no somos libres, y a pesar de todo ser felices. Espero que os interese y, si fuera así, que me devolváis algún comentario al finalizarlo.

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