Siempre recordé con
particular extrañeza, el contenido de un libro publicado años atrás, donde se
juzgaba como cómplice a la sociedad alemana durante los años del Tercer Reich.
Se basaba en que nada hubiese sido posible, aún el holocausto, sin la
complicidad, silencio o desidia del pueblo alemán.
¿Cómo pensar que personas de aldeas, pueblos, ciudades cercanas, o limítrofes
a los campos de concentración, podían ignorar el asesinato en masa de miles de
judíos y disidentes?
Había una sociedad cómplice, según este libro. Quizás sea la hipocresía uno
de los males mayores del hombre. Desde los tiempos bíblicos, ha sido su más
importante y grave defecto.
Y esta misma reflexión, brota siempre, en cercanías de la conmemoración del
último Golpe Militar de 1976.
¿Es la sociedad argentina, una sociedad cómplice? Ingresaba a la adolescencia
cuando tuve que preguntar a mis padres, impasibles, tranquilos, quizás ya
acostumbrados al desfile de golpistas, qué es lo que sucedía en la TV y en las
emisoras radiales que trasmitían marchas militares inundando los rincones más
oscuros de una inocente ignorancia. Porque tampoco es un secreto a voces (aunque
se calla) que muchos deseaban el Golpe y lo apoyaron implícita o explícitamente.
Era el orden que necesitaban en sus vidas y que se había perdido bajo las
balas, bombas, secuestros, asesinatos y copamientos de unidades militares. Y
hubo una sociedad cómplice. La que calló su boca frente al hecho golpista. La
que aplaudió en el interior de sus hogares el inicio de nuevas medidas
económicas que creían iban a traer bienestar a sus vidas. Las medidas que
pondrían “las cosas en su lugar”.
La sociedad cómplice, integrada también por quienes quisieron “acomodarse”
y “seguir viviendo” , adoptándose a los nuevos vientos y a la sombra de
un capote militar. Los que creyeron que la política y también, porque no, la
democracia, era la causa de tantos males.
¿Cómo es posible que un país viva 30 años de su historia, repitiendo sus
mismos errores? Gobiernos civiles, gobiernos militares. Una y otra vez... ¿Y la
sociedad qué?
Ese orden, de las tumbas, nos llevó a la Guerra de Malvinas. El pueblo salió
a festejar su recuperación, pasando por alto que era un gobierno militar el que
había decidido la operación, que también estaba haciendo desaparecer a una
generación. ¡Por algo será! Sentenciaron muchos. Otros simplemente
dicen...”yo viví esa etapa y no me pasó nada...eso era para los que estaban
metidos en cosas raras”.
¿Ese pensar y obrar, no es en cierto grado algo de complicidad?
No soy abogado. Simplemente historiador. Cuando el país dictó la famosa Ley
de Residencia para enviar de regreso a los inmigrantes que eran sorprendidos en
las huelgas; los argentinos sorprendidos en esos mitines y movimientos cuando
eran detenidos decían...”Yo.... ¡Argentino!”
Borraban con esa afirmación, su propia complicidad. Y la misma cambia
conforme al tiempo. Pero la hipocresía continúa. Muchos medios de comunicaciones
actuales, dirigentes políticos y parte de la sociedad, despotrican contra Menem
y quieren observar en su etapa de gobierno a la más nefasta de la historia. Pero
a él lo votaron y no fueron pocos. Y luego lo reeligieron. Esa sociedad cómplice
que alimentó sus veleidades, esos medios que sumaron raiting y vendieron
espacios con sus noticias cholulas, ese entorno presidencial que llenaba páginas
vendibles y por fin esa sociedad que encontró simplemente “simpática” su
gestión. Es la misma que lo condena. Y lava en el paso del tiempo, sus ropas
manchadas de culpa. El caso Blumberg intenta manifestar a través del padre de la
víctima, el descontento de una sociedad frente a la inseguridad que la inunda y
cuyas víctimas jamás son visitadas por los organismos defensores de los derechos
humanos. ¿No serán humanos entonces?
Y la sociedad se siente cómplice de la desprotección, de la inseguridad. En
la Pcía. de Bs. As. desfilan los Ministros de Seguridad en un gobierno que no
puede hacer frente a este flagelo. Pero ¡oh! cosa rara, lo premió con su voto.
Los argentinos, al decir de muchos, somos bichos raros. Una sociedad cómplice,
de extraños bichos, sin memoria, que viven el momento, propensos a repetir sus
propios errores. Propensos también a ser una y otra ves, coautores de
situaciones que luego queremos ignorar, borrando su historia y adjudicándole a
otros “malvados” su responsabilidad.
Es como la ilusa idea de pensar que retirando el retrato de Videla del
Colegio Militar, pudieran “cambiar su historia”, “borrar su pasado”.
Con ese criterio, entonces mañana atenderemos el pedido de varios de quitar el
busto de Alfonsín, Menem, De la Rua o Kirchner de la Casa Rosada.
La historia es una, no se puede cambiar. Solamente hay que tenerla en cuenta.
Quizás de esa manera, la sociedad argentina recupere su cordura perdida (si
es que alguna vez la tuvo) y deje de ser cómplices de momentos, flashes de su
historia, para ser aliada en etapas.
Los medios de comunicación tienen un rol fundamental en esta tarea, siempre y
cuando asuman su propia autocrítica y comiencen a entender que también son
formadores de la memoria y conciencia colectiva que se encuentra actualmente
aquejada de una lamentable arterioesclorosis.
Ricardo Darío Primo