El 3 de Febrero del 2004 se cumplieron 152 años de la famosa batalla del palomar de Caseros, que pusiera fin al gobierno de Juan Manuel de Rosas. Con ella se iniciaba, lo que se conoce en nuestra historia como la “Etapa de la Organización Constitucional”.

 El gobierno de Rosas ya estaba dando muestras de agotamiento. Habían transcurrido más de 20 años, desde que el “Restaurador de las leyes y el orden” decidió comandar los destinos de la naciente Confederación Argentina.

 Se han escrito y lo seguirán haciendo, numerosos libros sobre su gestión. Se alzaron detractores y se levantaron defensores. Rosas paso a ser la figura de nuestra historia que con mayor facilidad, encendía el debate. Solamente la dicotomía peronismo-antiperonismo del siglo XX, la superaría; aún cuando ella, de acuerdo con algunos autores, podría interpretarse también como un resurgimiento de la primera.

 ¿Pero que cambios trascendentes fueron marcados por esa fecha? Principalmente la Organización Constitucional Argentina que intentó sentar las bases del progreso económico y la organización política del país.

 Pero ni una ni la otra nacieron enseguida. La cuestión del puerto de Bs. As y la distribución de los ingresos de la aduana, siguieron concitando la atención de los nuevos referentes nacionales.

 Librecambio contra proteccionismo fueron las ideas que calentaron los debates parlamentarios. Civilización de la mano de un modelo agro exportador con raíces europeas, contra la barbarie del interior, vocero de las pobres manufacturas elaboradas en las provincias.

 Los protagonistas de los primeros momentos, no fueron personas impolutas. Muchos, incluso el mismo Urquiza, gozaba de los mismos vicios de los cuales había sido acusado Rosas.

 Luego, otros rápidamente se encargaron de borrar su pasado bajo las nuevas aguas de la “legitimidad popular”.

 Con Caseros, los unitarios y federales de la campaña bonaerense, se convirtieron en autonomistas. Muchos en liberales. Era la mutación “necesaria” para el nuevo orden de cosas. Otros federales traicionados por la política posterior al rosismo, representaron los reclamos de las provincias del interior. La inmigración, atraída por las campañas en el exterior, ingresaba a un país dónde había que hacer todo. Desde los edificios públicos hasta desmalezar de los campos la rudeza de su salvajismo natural.

 Mientras tanto, el país continuaba buscando su identidad. Al conflicto entre federales y unitarios, creído sepultado con el resultado de Caseros, siguió el del Estado de Buenos Aires y la Confederación.

 Pasarían 28 años, desde esa batalla del 3 de Febrero de 1852 para el que país se encaminase definitivamente, de la mano de una oligarquía vacuna a su designado papel de proveedor de materias primas para las naciones más industrializadas. El objetivo de Caseros fue buscar la organización de las cosas, aún a costa del renunciamiento (miles de km cuadrados reclamados a Brasil). También lo fue la Organización Constitucional con la que se creía que se agotarían todos los males.

 Ni una ni otra solucionaron nuestros males. Se derramó mucha sangre argentina con ese cometido. Antes como después, el degüello continuó. Primero con sangre, luego –contrario el pensar de Sarmiento- de ideas.

 Pero sin duda, el mayor logro, producto de su resultado, es la escritura de una Historia que comenzara a servir a los objetivos del naciente Estado Nacional. Hija híbrida de un laboratorio simplista, de buenos y malos, valientes y villanos, héroes y bandidos. Mármol y bronce contra proscripción y olvido.

 Por eso, desde entonces, Caseros, continua encendiendo la llama de la discordia en los argentinos, aún cuando ella sea considerada prehistórica o primitiva.

 Aún cuando quiera ser olvidada.

 Ricardo Darío Primo