A menos de dos semanas de la derrota
electoral que sufrió el Frente para la Victoria el 28 de junio pasado, y
en medio de la incertidumbre, o sea, tener que demostrar que “leyeron el mensaje
de las urnas”, en el acto por la celebración del 9 de julio, en Tucumán, a
Cristina Kirchner —o vaya uno a saber a quién— no se le ocurrió mejor idea que
decir: “Tenemos que abordar el diálogo con serenidad”.
Pero como dicen en el campo, “cuando uno se quema con zapallo
sopla hasta la sandía”; entonces, tratándose de los Kirchner, cuesta creer que
realmente quieran o estén dispuestos, por lo menos, al diálogo.
Es evidente que no hubo cambios, más allá de los del
Gabinete, en la manera de gobernar ni en la de actuar de Cristina. De hecho,
sigue gobernando como si el 28 de junio en el país no hubiese pasado nada.
Lo único nuevo bajo el sol, luego de casi dos semanas de la derrota electoral
fue el anuncio del “llamado al diálogo”.
Ahora bien, ¿esto es bueno o es malo?
Si permanentemente se le achacó, tanto a Néstor como a
Cristina, que jamás oyeron a nadie, tendríamos que interpretar esta señal como
positiva. Positiva en tanto y en cuanto el diálogo sea concreto, real y sobre
temas realmente específicos, pero por sobre todas las cosas, si el diálogo fuese
realmente honesto.
Por una cuestión de prudencia, sólo de prudencia, quien
suscribe no omitió opinión alguna, hasta ahora, sobre este “llamado al diálogo”.
¿Por qué? Simple, porque es algo que en realidad no es necesario, pero tampoco,
en este caso, es genuino.
Cristina hizo ese anuncio sólo por una cuestión de imagen,
sólo por anunciar algo y tratar de frenar las sucesivas críticas que venía
sufriendo.
En primer lugar, en ningún momento se llamó a dialogar
sobre los temas que realmente preocupan a la ciudadanía, como por ejemplo
inseguridad, desocupación, inflación. De eso no se habla, esos problemas para el
gobierno no existen. La agenda está confeccionada, como no puede ser de otra
manera, por el kirchnerismo.
En segundo término, el “diálogo”, no sería con la presidente,
sino con alguno de sus súbditos.
Pero en definitiva, el punto real es saber sobre qué van a
dialogar. A ciencia cierta no se sabe.
Por ejemplo: el multifacético Aníbal Fernández, dijo que con
Daniel Scioli no habló del campo, siendo que luego, el gobernador le aseguró a
diario Clarín que sí habló del tema.
Por eso, el gobierno, aplica el consabido “gatopardismo” hay
que cambiar algo para no cambiar nada, y como dijimos, los problemas reales,
siguen existiendo.
¿De qué hay que dialogar?
De que se matan terneras preñadas.
De que el mercado de trigo está desquiciado y las áreas
sembradas son las más exiguas en 100 años.
De la parálisis de los pueblos del interior (metalmecánica y
servicios para el campo más comercio minorista).
De la descapitalización de los productores.
De que se cerraron 6.000 tambos, dejando una secuela de
miseria y desazón.
El gobierno, ¿esto no lo sabe?
Claro que lo sabe, y también lo sabe la mesa de enlace, pero
quien debe promover las medidas es el gobierno.
¿Acaso lo que no sabe es cómo solucionar los errores
cometidos desde marzo de 2008 a la fecha? Tal vez, pero también hay un gran
porcentaje de capricho, como todo lo que hacen los K.
Si no, no se explica cómo todavía sigue en su puesto el
secretario de Comercio, Guillermo Moreno. A esta altura, ya todos sabemos que
Moreno no decide absolutamente nada, sólo pone la cara para ejecutar las órdenes
de Néstor.
Y ya que hablamos de Néstor, ¿qué se hizo con el superávit
de 5 años, más el presupuesto?
Si hay un 38% de pobres con un crecimiento del 9%
sostenido, tenemos que entender que este “modelo” es peor que el de los 90,
cuando el crecimiento fue menor y los precios exportables muy inferiores.
¿Qué ocurrió entonces? Ocurrió que el gasto social va a
cualquier lado, como por ejemplo subsidios, menos a los pobres.
No es ninguna novedad, tampoco, que el estado gasta demasiado
y muy mal, con el agregado que el desarrollo social es un desquicio burocrático.
Un claro ejemplo de ello es lo que ocurre en El Chaco, donde
hay 12 mil niños con problemas de desnutrición.
Sin embargo, el mismísimo gobernador, Jorge Capitanich,
admitió que la provincia tiene los peores indicadores sociales del país y
reconoció un problema de su gestión, pero atribuyó esa problemática a las
“profundas asimetrías” aplicadas en el país en la distribución de “subsidios”.
Pero volviendo a la cuestión central de lo que hoy ocupa la
gestión de Cristina, ¿es necesario convocar al diálogo para solucionar estos
problemas que venimos arrastrando hace décadas?
¿Es necesario convocar al diálogo para evitar el
bochornoso robo del subsidio enviado a Tartagal por las inundaciones?
¿Es necesario convocar al diálogo para evitar el
escándalo ocurrido en Mendoza con la contrataron de los “Fabulosos Cadillacs”
donde desaparecieron $315.000?
¿Es necesario convocar al diálogo para evitar que siga
habiendo magistrados tan incompetentes e inútiles como el Juez Sal Lari que
permite que los delincuentes sigan matando gente, o que el “Gordo Valor” esté
suelto y continúe delinquiendo?
Decididamente, no. No es necesario convocar a ningún diálogo
para solucionar, como dijimos al principio, los problemas que realmente
preocupan a la ciudadanía.
En concreto, el “llamado al diálogo”, no es más que, como
decía el viejo caudillo peronista Leónidas Saadi: “pura cháchara, todo es
cháchara”.
Y si tienen que llamar al diálogo para solucionar estos
problemas, sería mejor que se dediquen a otra cosa, como por ejemplo a la
hotelería, que como quedó demostrado en la última declaración de bienes del
matrimonio presidencial, en ese rubro, tan mal no les va.
Pablo Dócimo