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GONZALO ROJAS NO ES NINGÚN MANCO

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    Gonzalo Rojas no es ningún manco, ya se echó al bolsillo el Premio Cervantes. Sin una mancha, inmaculado, cabalga hacia Alcalá de Henares, nuestro laureado vate del Lebu oscuro carbón, profundo sur, hoy chillañejo, guiñándole el ojo a Nicanor Parra, oriundo de esas tierras de glorias chilenas en el gran pedal de la poesía.
  
Ya es un mito, el poeta Contra la muerte, desde la miseria del hombre, se levantó y se apresta a entrar con sus molinos de viento, reflejado en el espejo de  antiguas dinastías chinas, bajo el relámpago de su poesía, al Reyno de España como el Arcipreste de Hita de la capitanía general de Chile.
    Nada de gloriola, dice ahora con su maestro Huidobro, frisando los 87, cuando el caballero de la triste figura sólo llegó a los 50 y murió absurdamente cuerdo.
   
La majestad de la poesía chilena será recibida por sus majestades de España, en la segunda versión de Rojas por esos pagos, premio también Reina Sofía de poesía. Ya se sentía afortunado de  concurrir allí, dijo en esa ocasión, y recordó que la reina Sofía en sus pasos por la Patria Grande de América, es recordada por su nobleza de espíritu en aras de la libertad. Aún la recuerdan y la aguardan las estrellas del sur encima de las mesetas andinas del Altiplano y de las nieves eternas de Chile, subrayó Rojas el 92 en Madrid.
  
Con paciencia china, uno de los mandarines de la poesía chilena, se ha instalado en el templo de la palabra que da vida y mata al adjetivo, porque Gonzalo Rojas es verbo, y así en  la perfección del silencio que le otorga a sus poemas, casi en puntillas, se asoma al Olimpo, escenario real, ruta de todo poeta.
  
Oscuro, oscuramente provinciano de Chile, se definía Rojas en 1965 en un discurso en la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) en uno de esos homenajes que se lleva el viento, pero que el poeta supo retener en un discurso memorable, titulado: La Palabra, donde advertía que aprendía de sus errores y se remonta, monta, en la niñez de sus palabras en un Lebu donde la pobreza aparta la miseria, y se presenta poeta”: la realidad detrás de la realidad, pero desde el relámpago” La palabra es la fuerza del poema, ha sostenido de alguna manera Rojas a lo largo de su historia poética.
    Rojas había escrito sólo dos libros el 65: La miseria del hombre, que poco enseñaba y recordaba y Contra la muerte, uno de sus libros mayores hasta hoy día. Poeta larvario, silencioso, muy dedicado a al docencia, talleres, encuentros, uno de los poetas más viajeros, y para su obra el destacado crítico literario chileno, Jaime Concha, destinó una línea en el ensayo Poesía chilena, editado por Quimantú, el 22 de febrero de 1972: “Otro es G. Rojas, autor de Contra la Muerte, (1964).”
   
Gonzalo Rojas figuraba más en el subconsciente de la gran  y reconocida poesía chilena, presente en los jóvenes poetas, un maestro con una obra parca, escueta, enjundiosa, atascada aún en si misma, contenida como un dardo que iba a ser lanzado por la mano.
  
Vino el  exilio, la errancia del errante, después del 73 y recién el 77, su tercer parto: Oscuro, el 79 Transtierro, el 81 Del Relámpago, 50 Poemas el 82, el 86 El alumbrado. Hay recopilaciones, poemas sobre un mismo poema, una obra apretada en si misma, Rojas sobre Rojas, y nunca habrá poesía catarata, porque su trabajo es la palabra concisa, exacta, asfixiada, viva en el poema. La única que realmente es y puede ser. Al poema no le sobran ni le faltan palabras.
    Esa es la tarea del poeta. La aguja en el pajar, buscarla por la eternidad y después pasar con un camello por su ojo. Nos podemos bañar una y mil veces en la misma palabra, lo que verdaderamente importa es el río del poema. Aguas que se renuevan precisamente en el uso que demos a esa misma palabra.
   
Poeta asfixiado, asmático, relampagueante, fragmentado, heraclitano, gustativo, olfativo, digamos de todos los sentidos, de la carne, de la tierra, del orgasmo y de la virginidad absoluta, la nueva palabra que nos convoca. No es un poeta de la adhesión total, reconocido por él, y ha hecho bien en estos años de la Guerra Fría, de sus idas y venidas, por Cuba, China, Estados Unidos, Alemania, Venezuela, España. Poeta, sí, de muchos espejos, y de sus reflejos, buzo de la vida y de la palabra, hijo de minero, al fin.
  
Hay una síntesis de la poesía chilena que vuelve a Rojas después de un largo recorrido, maratón del poeta en medio de la cordillera y los valles, el mar que recorre todo el territorio nacional. Neruda, la Mistral, Huidobro, de Rokha, sin objeción, y todos para ser más Rojas. Los españoles, franceses, Celan, Vallejo, Darío, la poesía es el largo recorrido que hace un ciego en un camino que se bifurca a medida que le llega la luz. El poeta debe cargar su pequeña lámpara, con kerosene o baterías, y graduar la oscuridad de sus palabras hasta hacer luz con ellas. Las palabras deben brotar, brillar como lentejuelas.
  
Gonzalo Rojas arrancó nuevamente el 77 con Oscuro y ya no se detendría el más laureado  internacionalmente de los poetas chilenos, con premios importantes, a excepción del Nobel, que me supongo acaricia como corresponde  a un corredor de fondo.
  
 Materia de testamento (1988); Antología personal (1988); Scardanelli (1989); Desocupado lector (1990); Antología del aire (1991); Las Hermosas (1991); Zumbido (1991); Cinco visiones (1992); y Carta a Huidobro y Morbo y aura del mal (1994).
   
El poeta fue tejiendo su espacio no sólo en la poesía chilena, sino del habla castellana y universal, y se acercó al oído del desocupado lector, como pocos, con su verbo rumiado en el sur, con escuela universal, en la diáspora y la tierra que ama, chileno de pura cepa, y a él le gusta que todo el mundo lo sepa. ¿Qué se ama cuando se ama?
    Poeta de vivencias y palabras, testimonia con sus actos y lenguaje. Uno de nuestros largos camino de la poesía chilena. Con  Rojas se homenajea nuestra poesía, desde el  paje de Felipe II, Alonso de Ercilla y Zúñiga con  La Araucana hasta nuestros días. Más atención deben poner las editoriales no sólo en los conocidos y laureados clásicos, los longseller, sin en la poesía chilena de las últimas dos décadas. El santo y seña de Chile en el mundo ha sido su poesía. Somos la Isla Negra, la oveja descarriada del idioma castellano, a buena hora.
    Demorándose, llegó, afirma el propio Rojas, a un oficio mayor, como el de la poesía, sin impaciencia y menos con el espejismo del éxito. Es otra cantera su poesía dentro de la gran poesía chilena y universal, piedra y cincel propio, el poeta busca lo nuevo en la tradición, en sus propias pobres palabras. Poeta sin ismos, Rojas, sin vanguardias, sin escuelismos, ni experimentalismos. Se sabe deudor, influenciado, pero no ignora que toda gran poesía tiene un puerto de partida  y una de llegada, cuando existe un capitán que conoce la ruta y Sabe que su rumbo es el Sur.
    Con usted Gonzalo, entra a Alcalá de Henares, el cuerpo largo quijote quebradizo huesudo, lanza en ristre, arenoso salitre, de hondos  verdes valles,  nuestro duro espinazo cordillerano, sur de fin de mundo, lago azul con volcanes nevados, isla de todas las islas, la memoria de los antepasados, poeta de tantos aires, y aún todavía, con la espuma vallejiana, el  mar de la palabra, llega con Chile, pobre capitanía general, con un reinado en poesía.

  
Cuatro siglos después, con la varita mágica del éxito en la mano, llega Gonzalo Rojas a Complutum, la Alcalá de los romanos. Al-Kalam Nahar, le llamaron los árabes, castillo sobre el río, y de ahí, Alcalá de Henares. La tierra de Cervantes, el desdichado don Miguel, padre de una pareja humanamente imperfecta, graciosamente humana, profundamente terrena, nuestra, hondamente universal. Con Cervantes se premia la lengua, el castellano, que en poesía es doblemente idioma de muchas aristas, palabra de tantos viajes como hiciera el manchego caballero, con sus huérfanas hazañas la poesía cabalga en su Rocinante.

Rolando Gabrielli

 

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