Como siempre los argentinos ponemos el
balde para que la gotera no moje el piso o los muebles y nunca arreglamos el
agujero en el techo. Pero estamos en una coyuntura en que los agujeros se están
agrandando y encima se están produciendo nuevas goteras. El problema es que
ya no tenemos plata para comprar más baldes y ni hablemos de arreglar el techo,
que ya está tan deteriorado que sería imposible económica y financieramente su
reparación. Y por supuesto que los que nos vendían los baldes están
desesperados y los que nos podrían arreglar el techo miran para otro lado, pues
saben que no pueden cobrar ni con plata ni con promesas de futuros negocios.
Pero para agravar la situación, el problema no es en el techo
del galponcito donde guardamos los trastos sino en uno de los principales
ambientes de nuestra vivienda.
El ambiente agropecuario-industrial ocupa prácticamente la
mitad de nuestra economía. Por factores geográficos-climáticos —nuestra inmensa
pampa húmeda— unidos a la capacidad de nuestros técnicos y profesionales y a la
tenacidad de nuestra gente de campo ha hecho de este sector uno de los mas
competitivos y dinámicos con los que cuenta nuestro país. Pero tenemos que
advertir en este punto que es una actividad que se basa en el manejo de
productos biológicos y estos tienen un ciclo inalterable que cumplir. Por eso
mismo depende más que ningún otro del planeamiento estratégico y de políticas de
Estado.
Un cultivo lleva como mínimo seis meses entre planeamiento
de siembra y cosecha, además hay que pensar en la rotación de otras variedades
para ciclos futuros para evitar la degradación del suelo —y esto lo sabe muy
bien el agricultor al que acusan desde cómodos sillones de hacer monocultivos— y
tener buenos rindes no sólo depende de un clima favorable sino de todo un
paquete tecnológico previo y post-emergente del vegetal en cuestión.
Decidir “hacer” un novillo pesado es empezar hoy para
comercializarlo dentro de 1000 días aproximadamente —9 meses de preñez y casi
dos años para conseguir una buena terminación comercial del animal— y la
alternativa de la lechería, una de las actividades mas sacrificadas y de mayor
ocupación —a la vaca lechera hay que ordeñarla 2 veces por día los 365 días del
año— demanda decisiones importantes de índole financiero. En estos momentos,
armar un rodeo lechero de alta productividad genética requiere años de
inversión. Es un lema muy común en el ambiente lechero decir que armar un
buen tambo lleva años y desarmarlo lleva sólo un día con un martillo de remate.
Y tambo que se cierra es muy difícil que se vuelva a abrir.
Por lo explicado, este sector necesita políticas de Estado y
confianza en las autoridades pues todo su esfuerzo se basa en inversiones a
mediano y largo plazo, y últimamente ven cambiar las reglas de juego día a día.
Esta actividad no es un balancín que hace arandelas que con sólo apretar un
pulsador comienza o detiene su producción.
La política de retenciones a la exportación es tan equivocada
como si el dueño de una fábrica le descontara parte del sueldo a su gerente de
ventas después de que, con mucho esfuerzo logró aumentar las mismas. Sabemos de
la necesidades de caja de las autoridades actuales y que deberíamos hacer una
profunda revisión al sistema impositivo que rige en nuestro país pero podríamos
empezar a aplicar, como corresponde, el más democrático y distributivo impuesto
que rige en el mundo: el impuesto a las ganancias. Bien controlado,
aplicado a todas las actividades lucrativas y con rigurosas penas para los
evasores, sería el menos distorsivo de todos, pues allí sí, que el que más gana,
más paga.
Ricardo Alfredo Rey