Gonzalo Rojas, llegó como un río a esas viejas áridas
tierras castellanas, con su historia de mochilero errante, oráculo visitado por
los ciegos vacilantes deslumbrantes pasos de la poesía. Quijotes todos, pudo
decir, discípulos del magnífico manco, ladran, ladran, no los oyen, es señal
que la poesía cabalga. Y en estos tiempos, debió murmurar su majestad Juan
Carlos, cuando el emperador perdió sus dos torres en el complejo ajedrez
mundial, y hoy la ira es viento que arrasa a la misma civilización.
Qué mejor trono para la poesía de Chile, de Gonzalo Rojas,
que el de Miguel de Cervantes, con sus molinos siempre renovados en los vientos
de la palabra, del idioma, como el trabajo diario del poeta en la pequeña roca,
en el hueco del silencio.
El tiempo es un gran pozo, como la palabra, un agujero en
construcción, un nido, azul el espacio en la profundidad, el poema es ese hueso
que los versos articulan en las vértebras del idioma, Caín y Abel, una
misma quijada.
Cervantes, el huésped de Alcalá, lo dijo todo, según el
poeta de Contra la muerte, en esta lengua de nacer y seguir naciendo desde la
meseta hermosa hasta los últimos parajes insulares, de los trópicos a la Antártida.
Tiempo y lenguaje, siempre la palabra, la soledad del verbo,
somos agua, finitos en nuestro pequeño tiempo, un límite que sólo la palabra
rompe en el tiempo. El hombre busca alas antes que Leonardo, pero le dieron las
palabras por viento. En esta ventura iniciática no hay fin, Itaca son todas las
islas y Penélopes las puntas de una misma inacabada madeja, digo yo todo esto.
Vivimos colgados en el lenguaje, repitió Rojas las cita del
científico y filósofo Niels Bohr, como en Cambalache, revolcaos en un merengue
y en un mismo lodo, la palabra. Desde la Península a la Antártida, en
las cumbres andinas o en la vastedad oceánica, o en las grandes ciudades, de
los trópicos a los hielos., y subrayó el poeta, "no hay nuevo,"
refiriéndose a Apollinaire, quien insistía en lo nuveau.
Rojas dijo, vivimos tiempo que ni se detiene ni tropieza ni
vuelve, Heráclito el de las aguas, digo, que no has de detener, déjalas
correr, como el tiempo que se escurre, y es verdad que el instante es ayer, y
nació arrugado, marchito, con esta velocidad que llevamos.
La poesía nos deja algo de todos los tiempos, vasija sin
fin, idioma de un mismo y único fuego, el poema. Pero, volviendo a Rojas,
dijo que en la Patria Grande de Cervantes, que es la lengua y nos une a todos
por sangre y oxígeno, está ardiendo el centenario de Neruda.
Fijó en prosa y en poesía sus oráculos, los puentes con la
península, la literatura, los amarres de períodos, en la visión del mundo que
hoy tenemos en el lenguaje, la historia de la palabra, en el gran mestizaje.
Carpentier, los Rulfo, los Arguedas, los Cortázar, y en nuestros poetas
visionarios: un Huidobro, una Mistral, un Pablo de Rokha, un Vallejo, un Neruda
o un Octavio Paz. Y se interrogó que será de Cervantes, Borges, Neruda, Darío,
Vallejo, Carpentier, Huidobro, en el 4004.
Palabras apretadas, de profundo río, Está escrito que los
grandes ríos arrastran la sabiduría, recordó, en su discurso al recibir el
Premio Cervantes este 23 de abril en Alcalá de Henares, el que comento con
alegría, porque comparto muchas de sus lecturas y apreciaciones. A Gonzalo
Rojas lo ha caracterizado reconocer lo ajeno y con ese pensamiento comulgo.
Contó su vida, entre línea y línea, pasó revista a la
literatura que le conmovió, los autores que sin duda alimentaron su verbo, y se
definió: "no soy eso que dicen un poeta lárico o telúrico sino más bien
un poeta genealógico de mundanidad, que cree en la doble parentela: la sanguínea
y la imaginaria".
Ya Neruda tiene bastantes calificativos como poeta y es
apenas por sobre vivencia, alejarse de tanta cercanía.
Recordó ante la majestad del idioma, que "el
verdadero fundador de Chile es él, - Alonso de Ercilla y Zúñiga- inventor de
su mito en La Araucana, celebrada por Cervantes en el capítulo VI, mito que aún
resuena en el Canto General de Neruda.
Aquí llegó, donde otro no ha llegado,
don Alonso de Ercilla, que el primero,
en un pequeño barco deslastrado,
con sólo diez pasó el Desaguadero
el año cincuenta y ocho entrado
sobre mil y quinientos, por febrero,
a las dos de la tarde, el postrer día
volviendo a la dejada compañía
Gonzalo Rojas rindió homenaje a la gran literatura, citó en
varias ocasiones a Borges, Ezra Pound, "Il Miglior Fabbro", Matta el
pintor alumbrado, roto transgresor, y de paso como hiciera Pepo con el Roto
Quezada, en su célebre Condorito, estigmatizó al viejo", pontifex
maximus" de la crítica literaria chilena, Alone, quien, enfatizó el
poeta: me echó fuera del planeta el 48, cuando mi primer libro; ¿cuál sería
ese domingo mercurial? - "Al paso que van, dijo, las letras nacionales no
prometen nada bueno". Epitafio antes de nacer, precisó.
El poeta de Lebu, en medio de sus planteamientos y
agradecimientos, dejó un mensaje profundo, significativo, no sólo a los
poetas, sino escritores, a la sociedad, a quienes buscan la fama,
"laudatio", tienen prisa en la pasarela de la vitrina. Este oficio es
sagrado y no se llega nunca, sentenció.
No es un capítulo arbitrario en su exposición, ni casual,
porque el mundo está atacado de banalidad, de sueños saturados de colesterol,
de histeria verbal, histrionismo, y nuestras divas y pequeños reyezuelos de la
pantalla dorada, nos han erigido un altar santificado por excrementos de moscas.
Y el autor de Oscuro, siguió definiéndose y también a
Chile en función de los poetas, y lo cito: " Soy la metamorfosis de lo
mismo. Y el país longilíneo es para la risa: se lo da todo a sus poetas: la
asfixia y el ventarrón de la puna, el sol hasta el desollamiento, lo pedregoso
y lo abrupto ¡y que lo diga la Mistral!, el piedrerío, lo hortelano y la
placidez, el sacudón que no cesa y unas veces estalla cataclístico, la fiereza
de las aguas largas y diamantinas, los bosques donde vuelan todos los pájaros,
¡esos bosques!, ¡esa hermosura que nos están robando del Este y el Oeste en
nombre de la tecnolatría!, lo geológico y lo mágico de más y más abajo
donde empieza el Principio, más allá todavía de lo patagónico y lo antártico."
"Se escribe y se desescribe, Kafka, Rulfo, Vallejo
incomparable. ¡Y Cervantes, mi Dios!" Tomamos nota con Gonzalo Rojas, su
escuela, su largo inmenso torrentoso asfixiante calmo río por la poesía
chilena, de frontera a frontera, un pequeño silencio para cada palabra a lo
largo de nuestra geografía.
Difícil enhebrar la aguja lúcida para este barbarofonón.
La poesía encarna en uno como por azar. Y es que uno no la merece a la palabra.
Se la dan porque se la dan. Será cosa de los dioses.
Es Gonzalo Rojas, el mismo que nos dijo en su poema
Concierto, que entre todos escribieron el Libro, Rimbaud pintó el zumbido de
las vocales.
Rojas, sin proponérselo quizás, es poeta de toda nuestra
geografía, nacido en el Sur, pero "arrimado" al Norte, Valparaíso,
denostador de Santiago, capital de qué, y ahora en Chillán, en el intermedio,
ciudadano del mundo por obra y gracia de la poesía. Le faltó una guerra tal
vez, como a Cervantes, hombre de destierros, dentro y fuera, profesor visitante
y visitado por la palabra.
Y el hombre hace suyas las palabras de Teresa de Ávila, que
no es poco decir: Tengo una grande y determinada determinación de no parar
hasta llegar, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que
trabajare, murmure quien murmurare, siquiera me muera en el camino, siquiera se
hunda el Mundo".
Este es el poeta Gonzalo Rojas, un caminante que hizo camino
al andar. Lo miran de seguro, Pound desde su magnífica jaula, Matta que lo
pinta con pelos y señales con su boina como si fuera un clavel en el ojal, su
maestro Huidobro le sobrevuela en un aeroplano de la Segunda Guerra
Mundial, Neruda lo abraza con un tinto en Isla Negra, la Mistral sabe que es uno
de los ríos de la poesía chilena, Celan detrás del cristal el poema, De Rokha
lo invita a un cauceo bien regado, Octavio Paz por las gradas, los pasos que
resuenan en otra calle, Vallejo le dice Todavía, y Cervantes, mientras allá
poesía, los maravedíes podrán seguir siendo escasos, duros de roer.
Pero, Alcalá, es su casa poeta.
Rolando Gabrielli