Una siciliana al borde los 18 años, pero con un recorrido
de imperio romano por las sábanas, descubrió en su propia vagina, un Best
Seller: hermoso, de paredes rosadas, encantador. La palabra agitada en el
sublime coito, donde la espada es bálsamo y las páginas ruedan por un lecho
que es eje de felicidad y ventura. La ragazza, un bocato de cardinali, entre sus
15 y 16 primaveras, se arrojó a la piel masculina, sólo como la mafia de su
amada Sicilia sabe hacerlo: pasión ancestral, divina comedia, con sus infiernos
y cielos templados en la llama de los cuerpos.
Divina Melissa, más allá de Isolda,
Julieta y tan próxima a Cleopatra, querida, pero en el lujo del acto carnal y
de la palabra sudada. Bravísimo piccola, Harry Potter debiera conocerte por
todas las madonas de esta tierra llena de hipocresía, desamor, violencia, de
cepillos solitarios, mientras tú, signorina editas tus alcobas, braguetas al
viento, hermosa criatura emparentada con Rómulo y Remo.
Buenos Aires te recibirá la muy
porteña como a la Mona Lisa, con su mirada impenetrable, pero con tanta
historia acumulada, que se te adivinará cuando pises la tierra de Gardel, más
bien poses tus ligeras piernas de devotos altares de amor, y quizás Ali Italia
no quiebre el próximo mes, porque tú la habrás santificado con tu presencia
divina. Gioconda en la honda pisada de la pasarela literaria, dejas caer lisa y
llanamente el espacio de tu vitrina, la autoría de tus noches y días, el
instinto animal de tus horas, criatura docta, que el Márquez de Sade habría
llamado la niña de sus ojos.
Llegas en gloria y majestad al Cono
Sur, coño sur para algunos, húmeda, halagada por el éxito, mutante de camas,
espejos, trajes, tus suaves percalas, y si te divisáramos con unas trencitas,
serías el Apocalipsis epidérmico en persona. Niña Lolita, pequeño demonio,
no necesitas de Coca Cola, ni disfraces, bien puesta, montada en tu cepillo.
Bambina de oro, mayo te espera en las
ciegas calles borgianas, en al humedad del atardecer platense, tú si puedes
decir que 18 abriles no son nada, aunque te esperan miles de cepilladas, en el
profundo futuro que has trazado a prima hora de tu vida, en la intimidad de tus
playas, donde tu manantial baja en la esponjosa noche del deseo.
Don Giovanni habría claudicado ante
vos, sin duda, y su sombrero de Don Juan, rodado por tu lava de Vesuvio, con los
cuernos bien puestos. Te imagino en La Fuente de Trevi, comulgando con la
historia, desnuda en la imaginación de toda Italia, diva en la frágil figura
virginal, del amanecer poseído, donde los Casanovas y Tenorios, renuncian al
espejo y al agua, al deseo de todas las fuentes, y vos, ya sin cascos les
invitas a Venecia a una partida de máscaras, en el hábil juego del amor, de la
administrada lujuria, resquicio de una isla volcánica que tú comandas,
capitana.
Tus uvas, aceites de oliva, trigo y
azufre, todo lo has puesto sobre el lecho pequeña siciliana, tu isla fue
conquistada por Roma y el Islam, pero todo tu pasado es arquitectura bizantina,
retórica de ángeles sin alas, y ahora eres tú, niña devota del amor, tú la
pequeña catedral, carne y espíritu de tu época, instalada en la bota italiana
que te calza el encanto, la orilla y el centro de tus copas, limones fragantes,
piernas de gladiolos, rodillas alucinadas hacia el camino de seda.
Una feria del libro para Las Mil y
una noches de Melissa, en el fragor de la página en blanco, sábana de verbo
hecha carne, transformada en palabra cálida, tálamo épico, de luchas
ancestrales en el minuto iniciático de la joven isla, flor de Sicilia, en la
mediterránea esperanza de los sueños.
Cuenta la historia y la leyenda,
palabras doctas y sabias de Oriente y Occidente, escribanos de todos los
tiempos, que Schereada, la protagonista de Las Mil y una Noches, fue salvada por
la palabra, la historia magnética contada por ella cada noche, en el run run
del oído y los sentimientos del sultán Schahriar, en el alto lecho de aquellos
días. La palabra sobre los cuerpos, nos quieren decir los viejos y milenarios
relatos. Melissa partió con el cuerpo por delante y por detrás, panal de todas
sus mieles, abeja reina inmortal, en la matriz inédita de la jauría que
levanta sus carnes, allí sus leyes ejercen una y otra vez el pequeño
principado feliz del piaccere en el ánfora escondida, caverna de su cavernosa
intimidad, labio-puente.eslabón-engranaje-viaje. Melissa es un Cid, y cabalga,
en su fantasía, literatura, palabra.
Desconozco su libro, las cien
cepilladas antes de acortarse y por qué ese número. Su venta de 800 mil
ejemplares es una clarinada. Dicen quienes lo leyeron, que bordea el porno. Una
industria desde luego en constante crecimiento, que succiona los sentidos como
una aspiradora mágica. Internet es un paraíso en materia pornográfica
gratuita, una red de redes, con sus ten - ta –culos y su contraparte. Es un
texto casi en su totalidad autobiográfico. ¿Qué nos puede enseñar una niña
de sexo y de la vida entre los 15 y 16 años?. Hay que leer el libro para saber
donde radica su sabiduría y encanto. En España ya se vendieron 30 mil
ejemplares. Entró a Francia y está en proceso de traducción al inglés. 23 países
compraron los derechos de edición y Cinecittá News reveló, que Francesca Neri
—protagonista de Las edades de Lulú — pagó por los derechos para hacer una
película. La Susan Sontag e Isabel Allende, quizás sean superadas en venta por
esta aprendiz, que por lo que se ve sabe tocarle las cuerdas bucales a la
palabra.
No hay nada nuevo bajo el sol sexual
probablemente, ya que se cuenta con una literatura muy detallada sobre este
campo que interesa y ocupa tanto al hombre y la mujer desde los albores de los
tiempos. Los clásicos lo intentaron todo, desde el amor sin más puro hasta las
aberraciones más inimaginables, y la mezcla de cada una de las variables que se
les ha ocurrido a los escritores. Melissa, de acuerdo con quienes han leído el
libro, no escatimó en descripciones detalladas, minuciosas, delirantes sobre
gustos, olores, texturas— de sexo grupal, sexo con humillaciones, sexo con
violencia, sexo sadomasoquista, sexo voyeur y sexo homosexual, con reflexiones
adolescentes sobre el yo, la incomprensión, el amor. Cepilla y agita el colchón
de la libido, al parecer, como le gusta y espera el lector. Se monta en su
rutina exploratoria, audaz, agresiva, con dosis de ingenuidades, desde su propio
confesionario. He aquí un punto, no existe intermediación, ni la castrante
referencia, y la protagonista allana la ruta. No hay dobles, ni simulacros, la
materia penetra a la materia sin eufemismos. El objeto de recreación goza,
respira, sueña, vive, comulga con sus actos. He aquí la comunión entre los
cuerpos y la palabra.
Por su edad, el libro salió sin su
apellido, una espumante P, misteriosa letra, casi pornográfica, masculina, si,
p de porno, penetración, pensamiento, que es el que vuela más lejos. Ahora
sabemos que significa Panarello. De pan que se quema en el horno, a fuego lento.
Panero, el poeta español, escribió algo para la Panarello en su Diario de un
seductor: No es tu sexo lo que en tu sexo busco sino ensuciar tu alma:
Desflorar/ con todo el barro de la vida/ lo que aún no ha vivido.
¿Todo será una gran cama, o habrá
leído algunos textos la autora, ya clásicos sobre el tema, o sus amantes le
contarían sus historias? Es probable que todo lo haya capitalizado hasta la última
gota y sábana. Un valor agregado total, con el sudor del cuerpo, más allá del
lema bíblico. Se podría escribir otro libro a partir de estas experiencias.
Pienso en Bocaccio signorina P., Henry Miller, Nabokoy, y la clásica moderna
Catherine Millet que lo probó todo y recogió en un libro que habla de su vida
sexual con todos su capítulos y que incluyó a decenas de personajes.
Melissa Panarello dice que el libro
fue escrito como una historia que le perteneciera a otro, aunque a veces le
quemara el corazón. Difícil escribir en primera persona y ausentarse de la
historia. No podemos poner tanta vaselina a las palabras, ni rodear de muros a
un texto, porque la intimidad es una grieta mayor a nuestras defensas. En toda
escritura hay un viaje al interior de uno mismo, querida Melissa, el vicio
pagado por nuestros actos.
Rolando Gabrielli