El partido terminó, y se perdió por goleada. Es que el Diego
está internado, y no pudo esgrimir la mano de Dios para dar vuelta el resultado
adverso. Esta semana pasada el equipo que ostentaba la camiseta negra de la
impunidad le ganó 5 a 0 al bando de los buenos. Pues dos casos bien pesados
amenazan con ser sumergidos en las aguas del Leteo. Para alegría de algunos y
desazón irremediable de muchos, por cierto.
Con
la liberación por “falta de mérito”
de Nicolás Gómez, único detenido hasta ahora por el crimen de Natalia Di
Gallo, se abre un camino que podría desembocar en la puerta de la
impunidad. A pesar de las marchas y la lucha de los padres de la adolescente
para que el caso no se caiga, poco pudieron hacer para evitar algo que estaba
casi cantado. Pues desde este sitio se denunció, prácticamente desde la
aparición del cadáver de la joven víctima, que su violento deceso ni por las
tapas se había producido como sugería la corporación mediática nacional. La
misma que, hace un año, inventó la falaz “ola
de violaciones” para desviar la investigación de la violación
seguida de muerte de Lucila Yaconis. Hoy, ¿quién se acuerda de ella, salvo los
padres y amigos?
Desde
acá se puntualizó que Natalia Di Gallo había sido invitada obligada de una
fiestita plagada de merca, alcohol y sexo forzado en la que eran parte
integrante poderosos y policías bonaerenses. Tanto los padres de la adolescente
como el abogado que sigue el caso se adhirieron a esta inquietante hipótesis, e
incluso aportaron pruebas de otros casos similares.
Aunque
estas revelaciones tuvieron el impacto de una bomba, no fueron suficientes para
detener la liberación del supuesto entregador Nicolás Gómez y la investigación
amenaza con caer en el temido foja cero.
Cuando
el cuerpo martirizado de Natalia Mellmann fue encontrado por un perro y su dueño
en el Vivero Dunícola de Miramar en febrero de 2001, se empezó a descorrer un
velo que tapaba las relaciones peligrosas entre miembros de la Bonaerense y
truchos locales que enfiestaban adolescentes procedentes de las discos locales.
Pero esa muerte disparó la indignación de los vecinos, y su clamor de justicia
sentó un contundente precedente.
Pero
en el caso mencionado más arriba, existe una evidente falta de voluntad de
llegar al meollo de la cuestión pues la sangre de la joven Di Gallo salpica
evidentemente a frentes muy poderosas.
Los gordos que ríen
El
otro caso en cuestión, no es otro que el famoso crimen del country El Carmel.
Como se esperaba, el juez Diego Barroetaveña le hizo un flagrante corte de
manga al insistente pedido de detención de Carlos El
Gordo Carrascosa, que le hacía el fiscal Diego Molina Pico. De este
modo, el asesinato de María Martha García Belsunce estaría a punto también
de ser arrojado en las pobladas aguas del Leteo. Otra casualidad permanente, y
van.........
También
desde este espacio, se afirmó que dicha muerte y su posterior encubrimiento,
obedecía a una disputa proveniente del lavado de dinero. Por eso, tanto circo
antes y el final casi anunciado de un juez haciéndose el gil ante la
insistencia de un fiscal; mientras un par de gordos grossos (Carrascosa y
Horacio García Belsunce) ríen a mandíbula batiente mientras brindan por su
buena fortuna. Argentina, país generoso.
“El
tiempo que pasa, es la verdad que huye”, había
dicho el fallecido pero siempre necesario Enrique Sdrech. Y a medida que éste
transcurría, la causa se diluía en un culebrón insoportable fogoneado por
payasos mediáticos hasta desembocar en este tiro del final. Más que un pequeño
pituto, amenaza con perderse en el fragor de las aguas de un inodoro.
La
laguna del Leteo, genial construcción de la mitología griega, se mudó de su
parnaso helénico para afincarse sempiternamente en estas tierras. El olvido,
compañero inseparable de la impunidad está a punto de anotarse dos porotos, si
la dama de la justicia no se saca la venda de los ojos.
Fernando Paolella