Un
crimen conmueve desde hace casi tres años a la localidad misionera de Campo
Viera. En septiembre de 2001 fue secuestrada, violada y asesinada la adolescente
de 15 años Silvia Andrea González, y la hipótesis más firme que manejan los
investigadores es que fue forzada a participar de una fiestita con gente muy
pesada.
Uno
de los participantes fue nada menos que el hijo del intendente, Dante Willy
Ríos, quien fue favorecido por el encubrimiento perpetrado por los
policías locales Miguel Silvera (comisario), Pablo Miquetán y Ramón Alejo
Zayas (sargentos). Este trío, según una información publicada el viernes 30
de abril en Clarín, desviaron
las pesquisas que apuntaban al trucho mencionado antes y por eso la jueza Alba
Kunzmann de Gauchat ordenó su detención.
Gracias
a la incesante lucha de la madre de la víctima, Bertolina Maciel, se pudo
llegar a este fallo pues se requiere siempre una buena dosis de valentía para
obturar un gran manto de oscuridad.
Similitudes macabras
El
8 de septiembre de 1988, fue encontrado al costado de una ruta en Catamarca el
cuerpo mutilado de la adolescente María Soledad Morales. Tiempo después saldría
a la luz la causa de su muerte, víctima de una fiestita en la que el sexo
forzado, la droga y el alcohol eran moneda corriente en la sociedad top del régimen
saadista. Las malas lenguas asegurarían que María Soledad fue sólo un eslabón
de una larga cadena, pues esas prácticas aberrantes eran demasiado comunes en
las altas esferas de estos estratos semifeudales.
A
pesar del horror que produjo semejante crimen, este modus operandi se repitió
constantemente en parte gracias a la desidia de ciertos investigadores que no
llegaban al fondo de la cuestión.
En
este sitio se mencionaron las muertes demasiado similares de las dos Natalias,
Mellmann y Di Gallo, quienes según fuertes indicios corrieron la misma horrible
suerte de Morales y González. Una en Miramar, en febrero de 2001, la otra en
Berazategui a finales de diciembre de 2003; pero hermanadas por una hipérbole
sangrienta en la que se dan la mano pesados locales y policías bonaerenses. En
el primero de estos casos, la sociedad miramarense estalló a lo Fuenteovejuna y
obligó de esta forma contundente a que se prestara la debida atención a tan
ruin crimen. Pero en el segundo de ellos, con la liberación del supuesto
entregador Nicolás Gómez se abre un peligroso impasse que puede desembocar en
un punto muerto.
¿Por qué no más allá?
Tanto
los padres de Naty Di Gallo como su letrado, insistieron con que las
circunstancias que rodearon la muerte de su hija no obedecieron a las
recurrentes casualidades permanentes. Pues puntualizaron que poseen testimonios
en los que se evidencia la existencia de casos similares, pero que no tuvieron
un desenlace fatal.
Claro,
como no hubo ninguna muerta a nadie le interesa y si se hace la del avestruz,
tanto mejor. Como tampoco existen marchas y reclamos masivos a lo Blumberg por
el esclarecimiento de esas dos muertes, y que avalen el pedido urgente de una
investigación sobre esa contundente denuncia de unos padres que no se resignan.
¿Por
qué ni la justicia ni la corporación mediática nacional no van al meollo de
la cuestión, e investigan sin trabas ni tapujos que está ocurriendo en el
conurbano bonaerense, territorio liberado donde parece que vale todo?
¿Es
necesario que muera otra adolescente más, en el corrupto altar de la
connivencia entre política y delito, para que gran parte de la sociedad abra
los ojos y se saque el cucurucho de la frente?
Fernando Paolella