Si las condiciones para ser diva son: ser linda, carismática, lucir como si le quedara bien toda la ropa, ser condescendiente con el interlocutor y pasearse con aires de princesa de Mónaco del subdesarrollo, Mariana Fabbiani, entonces no lo es.
Desde hace algunos años da vueltas por la televisión argentina intentando diversos roles: actriz (¿), co-conductora, animadora y modelo. Pero la señora todavía vive la pesadilla del patito feo.
Haciéndose la divertida y la simpática, ríe con esa risa nerviosa y fingida que hasta los chicos de Rebelde Way superarían; se mueve histéricamente pensando, tal vez, que así se muestra “fresca”; la dicción de su habla es de defectuosa para abajo (sin mencionar los menos de 100 términos por los que está compuesto su vocabulario) y el tono de voz es, podríamos decir, inaguantable.
Mariana Fabbiani no conoce límites. Ella es una chica moderna y en sus programas conduce, se ríe, actúa, se ríe, ¡hace entrevistas! (periodistas, abstenerse), se ríe, canta, se ríe, baila, se ríe, entretiene, se ríe, salta, se ríe, corre, se ríe, se mueve, se ríe, habla, se ríe, grita, se ríe, bromea, se ríe y se ríe. ¿De qué? se preguntarán ansiosos. De nada y de todo. La conductora y animadora no se da cuenta cuándo hay que reírse y cuándo no. No sabe (o su intelecto no le permite distinguir) en qué momento es oportuna la risa y qué momento no. ¿Alguien le habrá dicho un día que debía parecer simpática y alegre o será pura intuición femenina?
Mariana Fabbiani no conoce límites y es ese justamente el problema. Pero ser la nieta de un abuelo como Mariano Mores, la esposa de Gastón Portal (su único productor, obviamente) y la nuera de Raúl Portal, tiene su recompensa. Lástima que los que la tengamos que sufrir seamos nosotros.