Esta vez, había ganado el infierno. Fue en Buenos Aires, el 8 de septiembre de 1996 cuando la puerta se cerró abruptamente y no logró atravesarla.
Sabrá Dios qué sintió, qué pensó, qué hubiera esperado de ese instante… tal vez un milagro, o la presencia de su padre y sus hermanos que no pudieron estar acompañando su último aliento.
Quizás entendió que su corta vida se evaporaba, quizás se arrepintió de todo o quizás de nada, o quiso aferrarse a alguien o a algo, pero no pudo más, ya no le quedaban fuerzas para seguir adelante, la suerte estaba echada… quizás lo presintió… había llegado al final… tenía 27 años.
No conocí a Alfio. Tampoco sé si alguna vez supo, aunque sea por un instante, lo que significa ser feliz. Sólo imagino que tenía sueños y un enorme deseo real de salir de todo aquello por la última carta que le escribió a su padre.
Su madre había perdido la guarda de los tres hijos el 11/8/1975 porque
Era un chico común, de una familia común. Su padre un típico laburante porteño.
Alfio tenía dos hermanos mayores, pero por razones de desavenencia entre sus padres, sumadas a cuestiones económico-laborales, el matrimonio se disolvió y su padre se lo llevó con él a buscar nuevos horizontes en Miami. Por ese entonces tenía 12 años, empezaba su adolescencia, una etapa compleja para todo el mundo, aunque más llevadera para unos que para otros, según el contexto.
La vida allí es muy dura para un inmigrante, donde la discriminación es moneda corriente.
A pesar de todo, su padre, con mucho esfuerzo, logró conseguir un trabajo de noche por una magra remuneración, mientras Alfio terminaba sus estudios primarios.
Todo empezó con una pelea de chicos originada simplemente en la naturaleza de Alfio, latino que no hablaba el idioma, de piel blanca, sin poder adquisitivo ni apellido que suene a nobleza o gran empresariado. Era todo un estigma del que no podría escapar y lo exponía al escarnio y la humillación de sus compañeros. Éstos solían provocarlo a diario y el chico, como podía, se defendía repartiendo golpes de puño a diestra y siniestra.
Las autoridades del colegio no actuaban, claro… Alfio era latino, sin poder adquisitivo ni apellido que suene a nobleza o gran empresariado… todo un estigma del que no podría escapar.
Alguien advirtió que el chico era bueno en peleas, valiente, bravo, corajudo, resistente y estaba muy solo.
Alguien le dijo a alguien que había otro alguien que serviría como cliente para “el negocio”, y alguien se ocupó de captarlo.
Las peleas diarias en el colegio hicieron que el Director derivara a Alfio a otra institución, pero ésta era una donde se aprendían oficios.
Aunque le dijeron a su padre que ese lugar era el más apropiado para el chico, luego supo que se trataba de un “centro formador” de adolescentes listos para cometer delitos de todo tipo.
Si, Alfio estaba muy solo. Su padre hacía lo que podía y su madre, en Buenos Aires, además ya padecía de una rara enfermedad llamada lupus eritematoso sistémico que para la época sólo registraba 4 casos, según habían confirmado los médicos del Hospital Rivadavia.
Un día, Alfio desapareció varios días, sin que se supiera nada de él y su padre desesperado dio cuenta a la policía.
Cuando lo encontraron, un patrullero llegó a la casa para avisar. Dice su padre con los ojos llenos de lágrimas y su voz entrecortada: “un día, el más oscuro de mi vida, no sé la fecha, no la registré en mi memoria, llega un patrullero a mi casa, y me dice que mi hijo estaba Jail. Presentí que jail era el infierno”.
A esto siguió una primera visita a
Alfio en su enfermedad desperdició hasta su última oportunidad para salir del infierno, violando una internación en un programa de rehabilitación llamado “Last chance” del cual se escapó.
Luego de unos días, el padre volvió a encontrarlo, tal como él lo describe: “el monumento a la piltrafa, eso era mi hijo”.
Una vez más interviene la ¿Justicia? deteniéndolo por “portación de tez blanca” en el Barrio Dominicano, pero esta vez, cuando lo lleva la policía y le pide su apellido para avisar en su casa el dice “Rua”, pero la policía escribe “Rau”, y como tal, era un indocumentado, lo que constituía un delito y la excusa perfecta para deportarlo.
Los años posteriores sólo fueron un círculo vicioso de desapariciones, cárceles y drogas, hasta que en una de esas andanzas, contrajo el HIV.
Así ocurrió, Alfio fue deportado sin transgredir ninguna ley de inmigraciones, él había ingresado legalmente a los EE UU de América y su errores consistieron exclusivamente en conductas consideradas antisociales, que la discriminación exacerbó.
Nadie quería escuchar. Su padre recorrió cientos de lugares suplicando por ayuda, implorando justicia porque su hijo enfermo estaba siendo víctima de la injusticia derivada de la discriminación, pero eso a nadie le importaba, “si al fin y al cabo” entendían todos “no era Alfio más que un argentino como tantos, de escasos recursos, sin apellido prestigioso ni títulos rimbombantes, ¿qué importancia podía tener uno más?”.
El deterioro de su salud progresaba hasta que un día tuvo un ataque cardíaco que logró superar; sin embargo, el avance de su enfermedad era implacable.
Días después de ser intervenido en el Hospital Álvarez salió con permiso, yendo hasta
Fue allí, desde donde escribió la última carta a su padre:
Querido papá:
Espero que al recibir estas líneas, se encuentren todos bien de salud y de espíritu.
Viejo, hoy recibí tu carta acá en el Muñiz, pero sí viejo estoy en cana, esto es un hospital pero yo estoy en la cárcel del Muñiz, pero en fin estoy re encerrado y esperando el juicio oral.
Pero ya está viejo, ya estoy mejor, y ya no se ve la infección en el corazón, pero la re luché, no me dejé caer y no me voy a dejar caer, lo único que corrí el riesgo cuando tuve el ataque cardíaco, que lo luche por hora y media. Los médicos todos alrededor mío no lo podían creer, se agarraban la cabeza, después me agarro una pulmonía, un poco de todo. Pero ya fue, ahora me están medicando por una TBC. Y ya está, la medicación del corazón me la cortaron hace ya tres semanas (mediados de julio) y todo va bien
Te cuento que ya estoy haciendo ejercicios flexiones, un poco de todo, pero no mucho de a poco. También viejo te cuento que aumenté
Papi, yo te explique ya que yo estoy acá por una gilada. El año pasado cuando en la comisaría me hicieron una causa que me inventaron de una tentativa de robo con arma calibre 22 y lo que paso fui que yo salí bajo fianza y después de año y medio de estar en la calle, me llaman a tribunales y yo, estando internado en el Álvarez, no recibí la citación.
Salí del hospital a hablar por teléfono a esta mujer que vos le habías dado la plata para darme, y como salí del hospital para llamar por teléfono a Axel con permiso médico, bueno lo que paso que fui a Floresta a una cabina telefónica, con un amigo que vos conociste que me viene a ver con su mujer, con el que nos sacamos la foto, pero en fin eran las 4 de la tarde y me pararon pidiéndonos documentos a las 4 de la tarde y justo estábamos rumbo al hospital y bueno me llevan preso de ahí, me llevaron a Tribunales y de palacio me trasladan al hospital Álvarez de nuevo con fecha de ir a juicio oral el 30 de mayo y resulta que me agarra el ataque (al corazón) el 11 de mayo y me suspenden el juicio hasta recuperarme, pero resulta que el primero de junio me hacen el traslado acá a la unidad 21 del Muñiz porque los que me custodiaban estaban re podridos de venir a custodiarme y bueno, hablaron con el juez y el juez mando la orden de traslado a esta cárcel hospital. Pero ya me recuperé y lo único que no me siento bien, con el abogado defensor oficial que tengo. Que se yo viejo, me envenena, porque me re inventaron una causa que no es así y necesito un abogado que mi mujer se esta moviendo por ahí.
Te cuento, una re mujer que se llama Ana Maria que tiene 32 años, tiene una nena de 15 meses pero perdé cuidado que ya le voy hacer un Rua.
Mamá y ella me vienen a ver todos los días y se están moviendo para conseguir otro abogado y para salir en libertad pero cada tres meses me tengo que hacer un ecocardiograma para ver como evoluciona el corazón, pero todo va bien, así que no quiero que se preocupen de eso.
La libertad es mi preocupación y mira que viejo no me mande ningún moco, me rescaté demasiado pero parece que la cárcel no se que carajo pasa, que tengo tanta mala suerte, que me chupa; no estoy de acuerdo con esto que están haciendo estos hijos de mil putas, encima que yo sé que estoy condenado a muerte por mi enfermedad que vengan a inventar esta causa, a cada rato tenía que ir a pagar multas para que me dejen tranquilo ¿te acordás que vos un día fuiste a pagarle una multa? (que me fabricaron) o sino me llevaban preso. Bueno así es la historia, con el servicio militar, yo no tengo nada. Lo tenia que hacer pero con el HIV me lo salvo, pero nunca fui hacer trámites, cuando salga voy a ir con todos los papeles del problema cardíaco y el HIV. Pero igual ahora sacaron el servicio militar, ya no es obligatorio porque hace poco un par de pibes se mataron y los mataron un par de cabos y sargentos (los verduguearon) otros se ahorcaron porque no soportaban las ordenes de los milicos, así que Menem hizo que el servicio militar no se haga obligatorio, que lo hagan los que quieren o sea voluntarios, también están pidiendo 25.000 voluntarios.
¡Se fueron al carajo!
Bueno viejo me despido con millones de besos y abrazos para todos, los extraño y los quiero muchísimo.
Tu hijo
¡Te quiero!, Alfio
Me afirma su padre que la última persona que estuvo con Alfio antes de su muerte fue su madre y eventualmente su pareja, también portadora de HIV.
Su madre no lo veló, sino que negoció entregar sus órganos por un lado y lo que quedaba de su cuerpo por otro para prácticas a la escuela de medicina, habiendo percibido en ambos casos, para nada despreciables sumas de dinero.
También me dice su padre que el dinero que solían enviarle él y su otro hijo (hermano mayor de Alfio) desde Miami para ayudarlo, la mayoría de las veces era interceptado por su madre, quien se quedaba con el mismo aprovechando la incapacidad de su hijo para enterarse de todo lo que estaba ocurriendo a causa del progresivo avance de su enfermedad.
Alfio creyó hasta último momento que saldría todo bien en tanto no había cometido ninguno de los cargos por los que se lo imputaba…
Alfio no entendía por qué las causas muchas veces se inventan y ni para qué las pruebas muchas veces se plantan.
Nidia G. Osimani