Después de mucho que hacer en materia de mitos, religiones, especulaciones metafísicas baratas, sin fundamentos profundos basados en una minuciosa observación de la naturaleza (léase filosofías), y “mil” cosmogonías ensayadas (inventadas) por los distintos pueblos del orbe de todos los tiempos, cabe ensalzar hoy día, a la bienvenida y benefactora Ciencia Experimental en su faceta positiva que iluminó al mundo para cambiarlo porque estaba mal hecho.
La frasecita “mal hecho” es sólo un decir, ya que, hoy sabemos, los que abrevamos en el conocimiento científico (astronomía, geología, biología, psicología, física, química, bioquímica, y otras materias claves para entender nuestro entorno), que el mundo no ha sido creado, sino que se trata hoy de un momento de su constante transformación (momento en términos astronómicos, ya que el proceso cósmico demanda frioleras de lapsos de tiempo y no tuvo porqué haber tenido principio alguno).
Entonces, nuestro querido mundo, ¿sólo un cuerpo espacial en eterna transformación? ¿Quién lo puede negar? Sólo los trasnochados creacionistas.
La cosa, según mi óptica, no sólo viene de lejos, sino de toda la eternidad.
¿De toda la eternidad? Si, de la perpetuidad, porque, después de todo, ¿qué somos nosotros, pobres piojitos de la inmensidad espacial navegando en la extensión? Según mi óptica, aunque parezca un exabrupto, el tiempo no existe, es sólo una ilusión de corte creacionista, pues vivimos en un perenne presente.
Dejando atrás dicha ilusión creacionista, debemos aceptar, hoy día que ciertamente vivimos un instante de la eterna transformación de este Anticosmos (valga mi neologismo, contrario a cosmos sinónimo de orden).
¿Qué pueden hacer con el universo los hoy, por hoy, unos 6.500 millones de “piojitos” pensantes que pululan sobre el planeta Agua (perdón, quise decir Tierra) léase seres humanos (formados del humus de la corteza terrestre como todos los animales y vegetales)? Menos que piojitos, somos sólo una mota de polvo en nuestra galaxia y menos aún, sólo “una partícula subatómica” en comparación con el universo entero, y… si lo pensamos mejor, ¡tan sólo una subpartícula! Esto es lo que somos.
Pero bueno nos vemos de un tamaño considerable ante un piojo; pequeños ante un elefante; liliputienses ante una ballena azul, pero nuestro barrido energético entre las neuronas y quizás intraneuronal, nos hace ver enormes en materia de pensamiento. Podemos abarcar hasta la última galaxia avistada y concebir el universo como un todo, aunque, mi conjunto de neuronas que piensan me hacen sospechar que más allá de la última galaxia observada puede haber ¡más universo! ¿Hasta el infinito? ¿Cómo podemos negar eso nosotros, pobres piojitos (o subpartículas) que nos guiamos sólo por los conceptos de nuestro relativo cerebro?
Recordemos el mundo de antaño. Nos lo presenta la historia, cuando era plano, luego redondo con todos los astros girando a su alrededor; luego un planeta circundando al Sol centro de todo, después el Sol descentrado paseando con otros soles en esa gigantesca rueda de estrellas que es nuestra galaxia Vía Láctea tenida por única; más tarde, el descubrimiento de otras galaxias… y ahora, un tal Ladislao Vadas (autor de estas líneas) que sospecha que más allá del último conglomerado estelar puede haber ¡más universo!
Quién pretenda desmentirme, que salga a la palestra y presente sus argumentos de fuste, le estaré sumamente agradecido, y admirado por su agudeza intelectual.
Por de pronto, en virtud de lo que les ha ocurrido a los cosmólogos, desde los de antaño hasta los de hogaño, me veo compulsado a aceptar sin ambages (quizás desafiando al mundo curvo y finito de Einstein) la teoría de un mundo infinito tanto en el tiempo como en el espacio.
Retornando ahora al tema central del título de este escrito, me veo urgido a retomar el hilo del principio de este “cientificista” artículo.
Pienso, sin lugar a dudas, que el conocimiento científico fundado en las experiencias minuciosamente pensadas y ejecutadas, es básicamente uno de los mejores motivos existenciales del hombre, porque desde allí podemos planificar todo nuestro quehacer en este mundo en beneficio del futuro.
¿Sólo nuestro quehacer? También nosotros podemos planificarnos a nosotros mismos.
Cuando digo “nuestro quehacer”, en este caso se trata de un parque de diversiones identificado con el Globo Terráqueo, con el fin de que todos, absolutamente todos, personas y animales (respetando a los inconscientes vegetales útiles), podamos disfrutar de la vida y sus emociones; para que el, por alguien allá lejos en el tiempo ideado Paraíso Terrenal, pueda ser una realidad y no sólo una mera fantasía, un cuento bíblico para niños.
Mientras tanto, la santa Ciencia y la sana Tecnología, deben continuar avanzando para hacernos la vida más grata, y por eso, me siento compulsado a aconsejar a todos los científicos honestos del mundo, que sigan adelante, siempre adelante, porque la investigación científica es no sólo un excelente motivo existencial para aquellos que poseen esa vocación, sino también una noble tarea para cambiar este aún escabroso mundo, si no en un auténtico Edén como el soñado por un iluso bíblico, al menos en un lugar grato, es decir manso, dulce y agradable entre las estrellas y planetas de esta, nuestra “lechosa” galaxia denominada Vía Láctea.
Nuevas metas
Tenemos ahora, según lo antedicho, la preciosa herramienta científico-tecnológica para arreglar este mundo no mal hecho, porque no ha sido creado, sino malformado por una ciega, sorda, inconsciente naturaleza que “obra” a los tumbos, al azar.
¿Qué podemos hacer ahora que estamos en este oscuro pozo existencial? ¿Qué corresponde hacer? La respuesta es simple: mejorarnos a nosotros mismos y corregir el mundo.
¿Primero arreglarnos nosotros o perfeccionar antes el mundo? Sugeriría ambas cosas a la vez con el fin de ganar tiempo, para que las próximas generaciones puedan disfrutar mejor de la vida sin cortapisas, aunque, preferiría angelizar primero al hombre.
¿Mejorarnos nosotros? ¿Con qué recursos? Por de pronto estimo que hay varios de ellos, y lo más efectivo por ser radical y clave de todo, se denomina genética. Esta, que no es ninguna pseudociencia, sirve para el arreglo del hombre y recomponer luego este mundo “mal hecho” por una naturaleza ciega que parece jugar al azar.
Los lectores que ya me conocen, quizás me echen en cara que estoy repitiendo siempre lo mismo y pido mis disculpas por ser tan reiterativo; estos pasajes van para los nuevos que se atrevan a leerme, con coraje quizás, intrigados pos mis “exabruptos” y utopías marca Ladislao: corregir al hombre mal formado y arreglar el mundo mal compuesto por sí mismo.
Se los aseguro, amigos lectores, esto, repito, no es ninguna pseudociencia, estas metas, aparte de ser loables, constituyen un excelente motivo existencial para las generaciones contemporáneas y las venideras y… ¡hay para entretenerse “un largo rato”!
Dejémonos de pelearnos como si este pobre Globo Terráqueo fuera una “bolsa de gatos”. Dejémonos de jorobar con patrioterismos, racismos, luchas religiosas, politiquerías, enconos históricos y otras cosas trasnochadas. Dejemos atrás la historia en su faz nefasta, bien lejos. Aprendamos de los hitos históricos saludables, positivos y ¡basta! Que la historia sea un ejemplo edificante para no caer siempre en el mismo pozo.
¿Cómo se podría transformar en una realidad palpable esta, por ahora, sólo una utopía?
¡Concienciar! ¡Concienciar! ¡Concienciar!, grito casi desesperado de mi parte.
¿A quién? ¿Acaso a los que ya tenemos “lavado el cerebro” desde la escuela primaria? No, a nuestros niños desde las primeras letras, enseñándoles que las guerras de conquistas, por ejemplo, son una aberración de la raza humana. Que por cualquier conflicto ideológico puntual ir a la contienda bélica es un bestial desatino, y que parlamentar pacíficamente hasta agotar el tema con inteligencia y sabiduría es lo correcto; que enviar a inocentes soldados, personas jóvenes que recién comienzan a vivir, como balas de cañón para cumplir los caprichitos de los eternos poseedores de “verdades absolutas”, políticas y religiosas, es una aberración sin nombre. Se los aseguro, este antibelicismo y la incitación a reflexionar racionalmente, son unos de los más loables motivos existenciales para cambiar las mentalidades del futuro próximo. El más próximo que se pueda.
Otro lastre que arrastra la humanidad entera desde la más remota antigüedad, son las “mil y una” pseudociencias, que muchos, por falta de ilustración inventan, otros practican y muchos creen, embarullando a nuestros niños y, adultos nescientes que caen como chorlitos en las redes de los charlatanes que medran con sus espurios inventos.
Entre los difusores de estas chantadas (viene del argentinismo: chanta) podemos hallar tanto a los crédulos que creen en sus poderes, por ejemplo, para obrar prodigios, como a los abusadores de la credulidad de los demás que lucran con sus conferencias, videos, libros, periódicos y otros medios de propagación, por el mundo entero. Sabemos que hay chantas que se han hecho millonarios.
Es necesario tomar conciencia de que todas estas cosas más arriba señaladas, son lastres que arrastra la humanidad desde siempre, y que es necesario, hoy día, concienciar al ciudadano desde su niñez, acerca de todo lo negativo que arrastra el hombre desde que emergió del antiguo pitecántropo para adueñarse del mundo entero una vez transformado en el actual autoclasificado Homo sapiens.
Ojalá este artículo no caiga en saco roto y contribuya, cual granito de arena, a la causa de la transformación de la humanidad para bien de todos.
Ladislao Vadas