Uno de los múltiples entretenimientos para el pensamiento humano, como invención fantasiosa comparada con las que “realiza la naturaleza” (aunque, es indudable que nosotros, los seres vivientes somos también productos y parte de la naturaleza ciega e inconsciente), lo constituye la tarea de elaborar concepciones del mundo y la vida, ¡descabelladas!
La ventaja que poseen estas elucubraciones para aquellos que las inventan, es que siempre hay alguien que les cree y se encarga de difundir a los cuatro vientos la especie como una verdad, sin averiguar primero en qué fuentes abrevó el “gran inventor”.
Se hace necesario recalcar la existencia del indudable axioma que reza así: mientras unos inventan fantasías y locuras de todo tipo, otros se las creen a pies juntillas.
Así, de este modo, todos los pueblos primitivos del pasado y aún del presente, aceptaron y aceptan miríadas de cuentos, sagas, historias ficticias, fábulas, locuras y otras múltiples invenciones de la rica fantasía humana ¡como verdaderas! Y de este fenómeno (si podemos denominarlo así) no escapan las mil y una religiones del pasado, del presente y posiblemente del futuro de todos los pueblos del orbe, amén de doctrinas extrañas que dominaron en su época en vastas capas sociales y muchas de las cuales aún se proyectan hasta nuestros días haciendo el ridículo ante los ojos de la razón y del conocimiento basado en la experiencia científica.
Son muchísimas las personas para quienes el motivo especial de su existencia en este mundo, es aprender y difundir a los cuatro vientos, doctrinas estrafalarias que nada tienen que ver con la loable ciencia experimental, ni con realidad alguna.
Unos con sinceridad, dada su ignorancia; otros con picardía e intereses pecuniarios, dada su deshonestidad, tratan de cobrar adeptos a su modo de pensar extravagante y siempre encuentran ecos y éxitos.
La “verdad” de sus asertos puede distar años luz de la realidad, pero no importa; para ellos, primero está la imaginación barata (y la ignorancia o el interés pecuniario) y sólo después, lo que pueden decir los hombres de ciencia. La ignorancia asimila patrañas, los sabios son pocos y sus alertas contra la nesciencia suelen caer en saco roto.
Así es como proliferan las doctrinas extrañas (por no decir falsas), unas arrastrándose desde el pasado, otras fabricándose en el presente y algunas otras en proyecto.
Ocultismos, esoterismos de todas las especies habidas y por haber y embustes, fabulaciones, “ciencias del más allá” y otras cosas descabelladas, nos apabullan con los medios de difusión.
Falsedades, frutos de una afiebrada fantasía, como lo fueron los ovnis (objetos voladores no identificados), los humanoides extraterrestres; la tonta astrología; la trasnochada parapsicología; el fatuo espiritismo; el loco satanismo; la fútil angelología; la presunta vida más allá de la muerte; las reiteradas reencarnaciones; la cartomancia; la quiromancia y es resto de todas las mancias… y otras tonterías a años luz de distancia de la realidad, pueden ser “buenos” motivos existenciales para los ignorantes, pero mentiras de patas cortas para los sabios que se enfrentan con el mundo real con el fin de desmenuzarlo y estudiarlo apelando a la experiencia y la razón.
También, como meros entretenimientos, algunas de estas cosas pueden servir para “matar el tiempo”, pero a veces… algunas de ellas cuando se “suben a la cabeza”, como el satanismo, el vudú y otras supersticiones, pueden ser realmente peligrosas.
Sabemos que hubo muchos casos de suicidios colectivos entre algunas sectas religiosas encabezadas por alucinados y estos “motivos existenciales” no se los recomiendo a nadie. La vida puede ser bella sin estas macabras alucinaciones.
En materia de poner al vuelo las fantasías, los orientales han sido muy prolíficos, por no decir campeones, con sus cosmogonías y motivos existenciales, como encarnaciones, reencarnaciones, idas y venidas a y desde las alturas celestiales al Globo Terráqueo y otras imaginaciones.
También los soñadores teósofos han lucubrado largo tendido inventando fábulas tales como que existen 60.000 millones de espíritus destinados a encarnarse. ¿Desvaría el autor de estas líneas? Para certificar que estoy lúcido hasta el presente, remito a los lectores curiosos al libro de un tal C. Jinarajadasa, titulado “científicamente” (gracioso, ¿no es cierto?): Fundamentos de la Teosofía (Editorial Kier, Buenos Aires, 1982). Se trata de un texto de pseudociencia basada en ciertas creencias de la, para nosotros los occidentales, lejana India, donde en la página 106 se dice textualmente lo siguiente: Los tres subplanos superiores del cielo superior, son la residencia permanente de todas las almas que componen nuestra humanidad. Allí viven como individualidades, como totalidades de capacidad y conciencia desarrollada durante su larga carrera evolutiva. Desde allí ascienden cada alma como individualidad a la encarnación, enviando sólo una parte de si como personalidad para adquirir experiencia de vida en los planos inferiores. En el subplano superior residen los Adeptos y sus discípulos superiores; en el inmediato inferior, las almas cuya alta evolución se atestigua por su innata cultura y natural refinamiento en sus vidas terrenales; en el tercero, la gran mayoría de los 60.000 millones de almas que componen la masa de nuestra perezosa humanidad”. (El subrayado me pertenece, la crítica también).
Bueno, hay que felicitar o premiar a quién inventó todo este mundo aparte, por su fabulosa imaginación, y nada más.
¡Y pensar que este supuesto conocimiento tiene sus adeptos! Recuerdo cuando en cierta librería de Buenos Aires sobre temas esotéricos, he visto un gran diccionario teosófico en varios tomos, para no caer en mí de la sorpresa. Cuando le pregunté a la vendedora cómo era posible que esas cosas puedan tener sus adeptos, me respondió (como para aleccionarme): -Eso es un gran conocimiento; hay que leerlo para saber. “¡Casi la mato”!, pero me contuve a tiempo.
He nombrado a la India como de pasada, cuyos mitos seguramente inspiraron lo recientemente expuesto, pero en realidad, todos los pueblos del orbe de los cuales se tengan noticias a través de los historiadores, filósofos antiguos y antropólogos quienes han llenado copiosos tomos enteros describiendo sagas, mitos y doctrinas extrañas, han puesto al vuelo su rica imaginación.
Pero bueno, se trata todo de razones existenciales inventadas por los nescientes para tapar el oscuro pozo de la ignorancia y elevarse sobre la superficie terrestre hacia el confortable cielo de la fantasía.
Pero también ¡Cuidado! Algunas de estas cosas, como el satanismo, pueden ser peligrosas para nuestra salud y nuestras vidas.
Ladislao Vadas