Hojeando el diario Clarín de fecha del corriente mes, me encuentro estupefacto ante un artículo que reza “milagrosamente” así: “Siete de cada diez argentinos creen que los milagros existen.”
Y más abajo leo: “Más de la mitad dice haber presenciado uno”. Esto con el añadido: “La Provincia de Corrientes es el lugar con más creyentes y la Capital Federal el más escéptico”.
Claro está que, este tipo de encuestas no suele reflejar globalmente el pensamiento de todos los habitantes del país, pero... podemos decir que: ¡por ahí andamos! En estas cifras. No así el resto del mundo en el ámbito ilustrado. El ateísmo, y la indiferencia con respecto a las religiones avanzan a pasos agigantados en el mundo entero, y esto es una señal inequívoca de que estamos cada vez más iluminados por la Ciencia Experimental y nuestra razón, tesoro este último que nos clarifica el mundo, a los racionalistas, que les damos un mentís a todos los fanáticos de todos los tiempos y lugares de la Tierra que ensangrentaron el suelo planetario con luchas religiosas sin fin de todas las especies y calibres habidos y por haber.
Sabemos a ciencia cierta que, de las religiones al fanatismo hay un sólo paso y basta con recorrer la historia (en su faceta de triste historia) para conocer cómo se “agarraban” como perro y gato las distintas sectas religiosas de un mismo credo, y las otras de distintos dogmas. Una de ellas con la terrible sentencia condicionada: ¡Cree o muere!
Si los milagros existen (según algunos), ¿por qué entonces no asoma un milagro de los milagros denominado paz mundial, para que, “perros y gatos” (léase enemigos) hagan buenas migas conviviendo y durmiendo en paz de una vez por todas?
Parece ser que ni a Jehová, ni a la Trinidad, ni a otros dioses, les importa un bledo que se masacren hombres, mujeres, niños y bebés en aras de una nada, pues los dioses en estos casos no aparecen en sitio alguno, salvo en las mentes moldeadas por los difusores de distintos credos, desde la infancia, que luego son defendidos a rajatabla con espadas, bombas, rayos mortíferos y otros “juguetitos” inventados por la non sancta tecnología en su faceta terrorífica.
¿Milagros? ¿Por qué brillaron por su ausencia en Hiroshima y Nagasaki? ¿Milagros? ¿Por qué las inconcebibles masacres de la primera y segunda guerras mundiales ante la impávida mirada desde el santo cielo de un “Ser” (con mayúscula) “puro amor por sus criaturas” (según se dice), quien no supo accionar con sus poderes infinitos para imponer el orden y la paz en el Globo apaciguando a sus belicosas criaturas. (¿Inspiradas por el Diablo? ¡”Al diablo” con el diablo (en el cual no creo)!
Y si incursionamos en el pasado histórico antiguo, ¿cómo andamos? Basta con leer una extensa y completa historia universal del hombre (he leído cuatro de distintos autores) para “paladear”, ¡el horror! Pueblos enteros (Aztecas, Mayas, Incaicos y otros indígenas americanos; Asirios, Caldeos, Egipcios, Persas, Griegos… tribus africanas, oceánicas… y “la mar en coche” de pueblos cada tanto en lucha. Por sus dioses, por territorios en disputa, por… ¡lo que sea! Siempre en lucha a muerte.
Luego de este prematuro “Apocalipsis” ya ejecutado ¿qué nos queda por razonar? Que todo dios “puro amor por todas sus criaturas, absolutamente todas las del orbe que existieron y existen, ¡brilla por su ausencia! Y que la teología que pretende ser una ciencia (ciencia de dios, o acerca de un dios) es tan sólo un mito. Pero ¡un mito peligrosísimo! Pues puede arrastrar a pueblos enteros fanatizados hacia una masacre dejando el tendal de víctimas sobrevivientes inválidas, desmoralizadas, dementes, suicidas; tanto sean niños de corta edad, jóvenes o ancianos; buenos o malos… ¡No importa la edad ni las cualidades! Víctimas de la locura belicista inventada por antonomasia por Jehová; la Santísima Trinidad; Brahma, Visnú, Amón Ra (dios de los egipcios), Quetzalcoatl de los toltecas, Inti dios del sol de los incas, la Pacha Mama adorada por los pueblos andinos representante de la madre Tierra (diosa de la fecundidad), etc.
Pregunta al paso: ¿dónde estaba entonces el “auténtico” dios de los judeocristianos y otros dioses de otros credos, que no se dieron a conocer al mundo entero durante interminables milenios, sino sólo el Cristo a un pueblito judaico (que apenas se ve en el mapa) para pasar luego su mensaje, lentamente, lentamente… a la Europa pagana y sus áreas de influencia como las Américas? ¿Miríadas de culturas antiguas sin saber un ápice acerca de un “solo” y “auténtico” dios Hijo, esperado en Asia (dónde nunca llegó de lleno), ni a África negra, ni a Oceanía en los tiempos pasados y rebotando en la antiquísima India, y en la milenaria China donde los creyentes en otros dioses seguramente habrán pensado y dicho ante los misioneros: ¡¿A nosotros con ese cuento?! ¡Largo de aquí!? Lugares estos últimos que hasta el presente no reconocen a ninguna especie de dios del occidente cristiano.
¡No señores! La teología con veleidades de ser una ciencia que trata de un dios y sus atributos; según mi óptica; lejos de ser una ciencia es tan sólo una creencia, en todo caso una pseudociencia como la conceptúan los ateos del mundo entero, que cada vez somos más en la medida en que avanza la Ciencia Experimental que destronó, por ejemplo, a nuestro querido (para muchos malquerido) planeta Tierra, como caso único para contener seres inteligentes, conscientes, capaces de crear una civilización. Si bien estoy en contra de la creencia en pobladores extraterrestres de planetas de otras galaxias por doquier, admito, según mis conocimientos astronómicos, que pueden existir otras civilizaciones muy lejos de aquí, en el concierto universal (quién sabe con qué facha) como lo pensó (con exageración en su número), el genial Carl Sagan.
Retornando ahora al tema de los milagros, sólo me resta aconsejar a los dolientes de diversas patologías, que no pierdan el tiempo sólo en rezos, sino que acudan lo antes posible a la sana Ciencia para combatir a esas malditas “criaturitas de dios” o “regalos de dios”, a saber: virus, bacterias y protozoarios patógenos, parásitos de toda talla, morfología y asquerosidad, amén de esas también malditas degeneraciones de los tejidos (cánceres de todas las especies), sin perder jamás el tiempo tan sólo en rezos y asistencias a los oficios religiosos. ¡Vuestra salud, les estará eternamente agradecida!
Ladislao Vadas