Estando yo leyendo (para no perder la costumbre) esta vez Historia universal —Editorial Océano, Barcelona, 1999— Es la cuarta que tengo ante mi vista, de distintos autores, recalo en la época del jansenismo, o doctrina de un tal Corneille o Cornelios Jansen, alias Jansenio (l585-1638), teólogo y filósofo holandés, obispo de Ypres, quien inflamado de irracionalismo, exageraba las ideas de san Agustín acerca de la influencia de la gracia divina para obrar el bien en menoscabo de la libertad humana.
Como comúnmente se dice, y como sabemos, mucha tinta ha corrido sobre el tema del libre arbitrio y hubo discusiones “mil”; para al final de cuentas elegir yo, entre otros, el tema referente a la teología alias: “ciencia de Dios”; recurso consistente en hacer un nudo en la razón y aceptar (los adeptos a la sinrazón) a pesar de todo, una predestinación. ¡Y esto se toma muy en serio por parte de los teólogos! Pero… ante los ojos de la razón, ¿en qué cabeza cabe que un Dios como el concebido gratuitamente por los señores teólogos, quien conoce absolutamente todo y al dedillo el pensamiento de cada uno de los habitantes humanos por turno del planeta Tierra entero, pueda predestinar a la gente que se halla a prueba en la vida, nadando entre el bien y el mal? El nudo gordiano en la razón se hace evidente e inevitable y este razonamiento (en realidad pseudorazonamiento) queda bloqueado, paralizado.
¿Un ejemplo? Me pongo en el jocoso papel del dibujante de historietas para una revista. Creo mis personajes; los hago pensar, decidir, actuar… etc. ¡Pero soy yo, y nadie más que yo quien piensa, decide y actúa a través de mis protagonistas plasmados en el papel, o grabados en video. “Creo” que ellos no pueden poseer libre albedrío de ningún modo ¿o estoy loco?
Si don Cornelios o el santo Agustín de Hipona y otros, padecieron de un eclipse de la razón, o hicieron un nudo en su cerebro para escapar de la lógica y penetrar en el oscuro abismo de la sinrazón, ¡allá ellos! A mí no me agradan los abismos, les tengo miedo, ¡y con justa razón! Leamos para el caso la historia de la humanidad (de la civilización y la barbarie, desde el pitecántropo hasta la actualidad) para corroborar allí lo que digo. ¡Cuántos personajes! ¡Cuántos pueblos! han caído en ese abismo devorándose los unos a los otros como lobos con hambruna.
¡En serio!, incursionemos un poco en la teología, supuesta ciencia, y veremos que no miento. ¿Qué dicen los eruditos que cultivan la “ciencia de Dios (de teos: Dios; logía: tratado)? Dicen “simplemente” que su dios lo conoce todo, absolutamente todo: lo que ocurre en el presente, lo que existió en el pasado y lo que sucederá en el futuro por toda la eternidad. Este atributo divino, los teólogos lo denominan “científicamente” ciencia de visión.
Ahora viene hacia nosotros a toda carrera, como loco, el razonamiento siguiente: si este Ente, inventado por la rica fantasía de los cultivadores de la “ciencia de dios”, sabe al dedillo todo, absolutamente todo lo que sucederá en el futuro hasta el infinito en el tiempo, a cada ser humano nacido, por nacer y por ser concebido, hasta el mínimo detalle; toda su conducta, todos sus pensamientos, defectos y sus obras desde siempre, y por ende sabe quién se va a portar bien y quién lo hará mal, y por ende quién se va a salvar y quien a condenar, ¡¿para qué diablos lanza criaturas al mundo?! ¿Acaso, y a pesar de todo, para saber cómo piensan, y conocerlas a través de sus obras, con el fin de juzgarlas después y confinarlas en el dulce paraíso o en el horrendo infierno? ¿Acaso no sabe de antemano quién será salvo y quién condenado gracias a su ciencia de visión del futuro?
¡A ver sabios Luceros, Calvinos, santos Agustines y Cornelios (ojalá vivieran para que leyeran esta nota) ofrézcanme la respuesta! ¡Y rapidito!
Según mi lógica, según mi razonamiento y conocimientos, un “Ser” así ¡no puede existir!, y si a pesar de todo existe como lo afirman los tozudos e irracionales teólogos, entonces… ¡no puede poseer libre arbitrio! ¡Ni loco! Se trataría de un ser paralizado incapaz de tomar decisiones, ¡ni juzgar a nadie! Porque a su entender, todos, absolutamente todos los seres conscientes ya estarían juzgados de antemano, ¡desde toda la eternidad, aún antes de nacer!
Entonces, tanto la pretendida gracia de Dios, como el presunto libre albedrío divino, son dos cosas imposibles a la luz de la razón, de nuestra razón. Y si hay otra forma de raciocinio, la desconozco, nunca se nos dio a conocer, y si a pesar de todo existe y nos vemos imposibilitados de conocerla, entonces deberíamos admitir sin hesitar, que todos los seres racionales de este mundo estamos rematadamente chiflados (o más atemperadamente fatuos).
No, mi razón se rebela (y creo que la de todo otro ser pensante sensato también). Dios, de existir (para mí sólo es un “personaje mitológico”) no puede poseer libre arbitrio, pues se halla condicionado por lo imposible, y por más que los cultivadores de la “ciencia de Dios” (una pseudociencia) me digan y repitan que para el Ser Supremo ¡nada es imposible!
Según Agatón (poeta griego, discípulo de Gorgias (mencionado en la obra El banquete, de Platón): “De una sola cosa incluso Dios está privado, y es que lo que se hizo no se haya hecho”.
Por mi parte, añadiría sin temor a equivocarme otra prueba de que ese Dios jamás podría poseer libre arbitrio porque sus “decisiones” se hallan ya enclavadas, proyectadas en un futuro que El no puede modificar, porque ¡ya está decretado! Se halla escrito y es: ¡Eso que el mismo ya reconoce desde siempre y por siempre!, a saber: los seres buenos y los viles que están por nacer, “hasta la consumación de los siglos” ¡Amén! (Todo gracias a su atributo denominado ciencia de visión del futuro.
Ladislao Vadas