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TODOS SOMOS KAFKIANOS, FRANZ

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    Todos somos kafkianos Franz. La pesadilla, el laberinto somos nosotros, no tus palabras. Qué buena idea traducirnos el futuro. Las grandes mayorías no te leen F.K., pero te pertenecen en cuerpo y espíritu, son tus hijos, más kafkianos que tú. El mundo es una orgía  de malos entendidos. Metamorfosis, un escarabajo nos espera al amanecer, Franz, Big Brothers, en el buen sentido de la palabra, gracias por  acompañarnos en esta hora kafkiana.
    K fue su propia gran indefinición, la palabra inacabada, su truco: contarnos la Historia sin que nos diéramos cuenta, y se marchó hace ocho décadas con sólo 41 años de vida, entre la risa y la asfixia. Nos describió un mundo deshabitado, quiso incendiarlo doblemente, trazarlo sobre una pista de hielo y luego contratar a un  fallido pirómano, Max Brod.
    La tuberculosis pudo más que  sus ejercicios, el culto vegetariano, le cobró la vida y también su pertinaz deseo por ser feliz, de lo cual ya no tengo ninguna duda. F.K. Fue un permanente intento en la vida real, el casi es kafkiano, un tránsito en un túnel sin luz. La obra inacabada, el principio sin fin, como en la vida real, una gran película para un rollo interminable, circular, que nace en Praga y viaja por el círculo kafkiano eternamente hasta nuestros días.
    Hoy nos preguntamos  con J. K, cuál es nuestro crimen, porque en verdad el naufragio es total, y no sabemos  donde pusimos el puñal para merecernos este interminable laberinto de malos entendidos. ¿Todos somos culpables? ¿De qué? ¿Crimen y castigo?.
    80 años después de la muerte prematura de Kafka, un judío que escribía en alemán y era checo, que casi nadie despidió el día de su muerte, Praga conmemora la fecha, repara tanto olvido, temor también por su palabra, un verdadero aliento ante la humillación, la condición humana. Un homenaje que comparte con el argentino Jorge Luis Borges, quien lo dio a conocer en América latina y en habla castellana, a través de La metamorfosis, que algunos llaman ahora, La Transformación.
    El autor de El Aleph, no solo tradujo al autor del proceso, leyó, sino que compartió su mundo. En Chile, hace varias décadas, en la primera visita de Borges a ese país suramericano, quienes le  recibieron, lo compararon con Kafka y aún “más surrealista que el checo”.
    Kafka y Borges son hombres libros, su piel está hecha de palabras, las raíces dejan caer el abecedario, y sus piernas buscan la escalera hacia Babel. Ambos se reconocen en un universo laberíntico, en lo que hay detrás del espejo, la otra mirada, y ambos fueron grandes ficcionadores de la realidad. Más bien tropezaron con el presente, sin olvidar el futuro, si dejar de saber que el pasado nunca existió.
    Kafka nos hizo creer que todo era cierto, y en verdad lo era. Kafka y Praga se deben mucho; Borges y Buenos Aires, se deben más de lo que ellos imaginan. Kafka y Borges vivieron su propia encrucijada, tiempos distintos y distantes, pero colectivizados en la  palabra. Kafka es la pieza siempre en movimiento en un tablero de ajedrez. Se tragó la realidad y la hizo literatura y viceversa. A Kafka lo silenció primero el silencio, después el mismo y los gobiernos totalitarios, la desidia de los editores, su lenguaje, en fin, no es posible que aún no sea bien conocido en Praga. En Buenos Aires se ha traducido 90 veces La Metamorfosis. Yo participé como oyente en Panamá, e taba invitado a hablar, pero llegué tarde, a un coloquio sobre Kafka, en una salita kafkiana, oscura, densa, de la Universidad de Panamá. Se dijo de todo, y por qué Kafka no podía morir, en un país que no tiene 3 millones de habitantes, de los más calientes del planeta y que cuenta con una doctora en Kafka. En el más importante periódico local, al día siguiente salió un comentario totalmente alejado de lo que allí se dijo, y no tuve más que reconocer que estaba en la tierra de Kafka.
    K y B en Praga, en la fiesta de la literatura, dos personajes de sus propias frustraciones personales, extraordinarios escritores, llenos de humor y fatiga, y de alguna manera le temieron a la carne, siempre prefirieron la palabra, se sometieron a la ficción de sus realidades. Un abogado y un bibliotecario ciego nos  saludan desde Praga, con más gestos que hechos, o actos  físicos. Asistimos al guiño imborrable de K y B, hombres de palabras. Los unió el hilo invisible de la literatura. El ciego mundo de la realidad fue el secreto mundo de su verdadero universo. Ciego deseo de ser las aspas del molino y las aguas que a él acuden desde la temprana infancia por distintos caminos. Ninguno de los dos hizo alto en el camino, dejaron que sus huellas se bifurcaran, multiplicadas en el eco. Soñaron a su manera  y muy cerca el sueño de la realidad. Hoy se encuentran reunidos, festejados en Praga, con tangos de Piazzola. Max Brod debe estar en alguna esquina de esa maravillosa ciudad, festejando con  unas cervezas y sus adoradas putas. Franz Kafka nos relató el misterio de la vida de una manera iluminadora.
  
Bendita sea la palabra. Yo también me quiero salir del libreto

 

Rolando Gabrielli

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