La condición humana es inescrutable. Las sociedades que conforman los seres humanos contienen misterios inexplicables. Un ciudadano moderno chatea con un desconocido a miles de kilómetros de distancia al tiempo que ignora al vecino del departamento de enfrente. Nuestro país es el que con más intensidad y profundidad ha juzgado a los asesinos que instigaron y perpetraron el terrorismo de estado: actualmente cerca de un millar de imputados están presos con sentencia o bien preventivamente a la espera del juicio. Crímenes cometidos hace más de tres décadas. En los años de noche y niebla. En aquellos donde ser joven o usar barba era una presunción de constituir un peligro para la sociedad. Ese período nefasto de los Falcón verdes, militares encapuchados, geografía surcada por campos de concentración, desmantelamiento del modelo económico de sustitución de importaciones, desaparecidos, aviones arrojando personas vivas al río o al mar, quema de libros, el estado como terrorista, el miedo amordazando a una sociedad.
En ese escenario Jorge Julio López fue secuestrado el 21 de octubre de 1976 por el grupo de tareas de Miguel Echecolatz, mano derecha de Ramón Camps. Este modesto albañil pasó por distintos campos y sufrió torturas compartiendo cautiverio en la unidad 9 de La Plata con Juan e Isidoro Graiver. También relató su cautiverio con Francisco López Muntaner, unos de los jóvenes asesinados en “La noche de los Lápices”. Su minucioso y conmovedor relato sobre las torturas y fusilamiento de Patricia Dell’ Orto y su compañero Ambrosio de Marco, con quienes habían militado en una Unidad Básica de Los Hornos; y la imputación directa de esos fusilamientos a Echecolatz, llevó a éste a ser condenado a pasar el resto de su miserable vida en la cárcel de Marcos Paz. Los gritos de Patricia reclamando no ser fusilada para poder criar a su hija, fue un compromiso con la vida que asumió integralmente López: sobrevivir para “dar testimonio”. Fue liberado el 25 de junio de 1979, exactamente un año después que Argentina ganara el Campeonato Mundial de Fútbol.
Es difícil pensar que un 18 de septiembres del 2006, en democracia, luego de dar su valiente testimonio y cuando salía de su casa para escuchar la sentencia al despreciable ex comisario, algunos lo secuestraron y nada se sabe de él a cuatro años de su desaparición.
Como siempre, las irregularidades atraviesan la presunta investigación. La inacción de la policía bonaerense, la plantación de pruebas y la destrucción de las posibles pistas, la provocación de la aparición de las llaves en el jardín de la casa de López, las pericias contrapuestas, la gendarmería afirmando que hacía poco tiempo que las llaves estaban en ese lugar, la bonaerense que hacía tres meses. Luego el apartamiento de la policía de la provincia de Buenos Aires y que el juez Corazza le diera el expediente a la secretaría especializada en delitos de lesa humanidad que apuntó a los afectados por las declaraciones de López. La abogada de la familia, Guadalupe Godoy le comentó a Tiempo Argentino: “Lo que vimos en los pocos meses que la secretaría especial de Juan Martín Nogueira investigó en ese sentido, con los allanamientos en Marcos Paz, es el entramado de coordinación entre los penitenciarios, la policía, la marina y los imputados en los juicios”
El gobierno que ha manifestado una elogiable voluntad política de juzgar y castigar los horrores perpetrados hace más de tres décadas, no ha tenido la misma firmeza para descubrir lo que pasó con esta víctima y testigo valeroso. Es la contradicción mencionada al principio: Un ciudadano moderno chatea con un desconocido a miles de kilómetros de distancia al tiempo que ignora al vecino del departamento de enfrente. Se ha puesto decisión política hacia atrás y parsimonia hacia esta desaparición actual sumida en el misterio, cuando se dispone de herramientas para encontrar la verdad, más allá de fuerzas de seguridad penetradas por la corrupción, la ineficiencia, la impericia y la complicidad.
La presidenta no lo tiene presente a Jorge Julio López en sus discursos vigorosos de defensa de los derechos humanos. Una omisión misteriosa. La oposición, en su mayoría alejada de esta bandera, no lo ha tomado ni siquiera para erosionar al gobierno. El periodismo en forma casi generalizada lo ha vuelto a desaparecer, incluso nosotros en El Tren (1), en donde no le hemos dedicado el espacio y la persistencia que el secuestro ameritaba. No se levantó “no nos olvidemos de López.” ¿A qué se debió? ¿Hay desaparecidos de primera y desaparecidos de segunda? Jorge era albañil. ¿Será por eso que nosotros, como sociedad levantamos una pared de indiferencia?
Y tal vez lo de Jorge (familiarmente Tito), la impunidad de su desaparición, facilitó el sospechoso asesinato de otro testigo: Silvia Suppo.
La desaparición de Jorge Julio López es un baldón ilevantable de estos 27 años de democracia. Los testigos desaparecidos o muertos no han amedrantado a otros testigos. Esa es la otra cara alentadora de un mismo drama. Más allá de las profundas ausencias y deficiencias del Estado. De esa tragedia argentina que mezcla el horror más profundo con la gesta de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. El profundo misterio de lo inescrutable de la condición humana. Echecolatz y López. El esbirro y la víctima. El asesino y el testigo que con coraje da testimonio por los que no están. Hasta que como testigo en peligro, él vuelve a desaparecer. El gobierno debe encontrar una explicación. En democracia nadie se puede evaporar sin que una real investigación encuentre pistas para dilucidar el misterio. A cuatro años de distancia, el esclarecimiento de lo ocurrido se vuelve improbable. Pero como siempre sostuvieron las madres: “La única batalla que se pierde es la que se abandona”.
Hugo Presman
(1)Programa radial EL TREN, conducido por Gerardo Yomal y Hugo Presman que desde hace 7 años se transmite de lunes a jueves por AM 770 Radio Cooperativa.