El interrogante que encabeza este artículo, creo que es lo bastante elocuente para ofrecer y adelantar una idea acerca de lo que sigue, como un anticipo a mis respuestas a dos cuestiones básicas que siempre han intrigado al hombre de todos los tiempos, desde que emergió de las tinieblas de la ignorancia plena, y se vio obligado antes a elaborar un mundo plagado de seres espirituales con el fin de explicar los fenómenos que le intrigaban; uno de ellos, su misma existencia; el otro su propio pensamiento, y finalmente la no menos intrigante pregunta de gran magnitud: ¿De dónde salió el mundo, y el alma espiritual? De un dios creador puro espíritu, fue la respuesta interina que se ha ido arrastrando desde los tiempos más remotos hasta el presente, pasando antes por la invención fantasiosa de multitud de dioses espirituales (panteísmo) del pasado, de toda índole, (buenos, malos y neutros) entre los pueblos politeístas, hasta el día de hoy con algunos ya pocos dioses supérstites.
El concepto de espíritu, como entidad separada de la “burda materia” que no podía, ni por asomo, producir pensamiento, fue (y aún hoy continúa siendo para muchos) la explicación más “racional” para una mentalidad que jamás ha hurgado en la física de partículas, ni ha tenido noción alguna de lo que esto podía significar.
El conjunto de facultades psíquicas que asombran al mismo ser que las posee, con el interrogante ¿en qué consiste este fenómeno?, trae de inmediato la respuesta simplificada al grado superlativo, y es la que sigue: se trata de un ente simple, es decir no compuesto, no complejo, “al que todos denominamos alma” (esto al estilo del teólogo antiguo apodado “doctor angélico” don Tomás de Aquino, que vivió entre los años 1225-1274), cuyas ideas y ocurrencias, hasta hoy se arrastran para relucir en las cátedras de teología en algunas universidades).
En cuanto al universo, y los interrogantes: ¿de dónde salió este coloso? ¿Quién lo hizo? La respuesta ha sido casi con unanimidad la que sigue: Lo hizo un Dios Creador con mayúsculas, y punto; puesto que, si no introducimos a un dios creador en la creación, ¡entonces estamos todos locos!” (Irónica acotación mía).
Mas a esta altura del conocimiento científico a dos puntas, es decir, en el ámbito plus ultra microscópico de la física de partículas para conocer de qué estamos hechos y frente a la presencia en macrodimensión del mundo ante nuestros ojos y conocer “quién diablos” lo ha creado; ante estos enigmas, con la física cuántica y la actual cosmología borramos de un plumazo toda idea de alma y todo concepto acerca de un supuesto dios creador omnipotente, omnipresente, gobernador del universo.
Esta escoba barredora de prejuicios y de toda especie de pseudociencias habidas y por haber, se denomina en conjunto Ciencia Experimental, que, no siendo dios alguno, barre con milenios de ignorancia plena acerca de la esencia del mundo, la vida y la psique.
Creación entonces, cero, pues jamás la hubo, todo viene del infinito y va hacia el infinito; la idea del comienzo del mundo es sólo, ¡una ilusión!
A un supuesto dios creador, hoy, al compás del conocimiento científico, ya resulta ridículo introducirlo aquí como un ente anterior al mundo, (pues, ya nadie, ni siquiera los creyentes más acérrimos, se pueden explicar qué diablos hacia este señor, “ente eterno”, antes de habérsele ocurrido crear el mundo para divertirse quizás con él).
El espíritu, como ente simple (no compuesto de núcleos atómicos, ni de electrones, fotones, quarks, snips, ni cosa parecida) queda “pulverizado” ante la física de partículas que no lo halla en experiencia alguna, más por el contrario, explica el fenómeno psíquico desde el concepto de energía psíquica en la cual consiste nuestro pensamiento.
Hoy hallamos en nuestro cerebro, una maraña tan inextricable de elementos que yo denomino psicógenos (valga el neologismo que significa generador de psiquismo) que nos marea.
Pregunten a los investigadores en este terreno para caer en el asombro.
Ahora bien, preguntemos también a los “sabios”espiritualistas y a los fatuos espiritistas, si solo poseemos (o somos) “espiritualmente” un ente simple, desprovisto de sustancias químicas, sin moléculas, sin átomos (electrones, protones y neutrones… o quarks o snips…) simplemente un alma espiritual que sobrevive al cuerpo una vez desintegrado éste tras su muerte, ¿por qué entonces tantos elementos físico-químicos formando un tan vasto complejo neuronal con sus anexos?
Surge también otro interrogante para los que creen en el alma simple por añadidura ¡nada menos que inmortal!: ¿Por qué y para qué tantos elementos en cifras astronómicas de axones, dendritas, glías, neuronas y compuestos de millones de millones de átomos, sólo para pensar, recordar, entender, razonar, hilar un discurso… maldecir, odiar, agredir verbalmente, imaginar, inventar… y las “mil y una” actividades cerebrales?
Estimo que, un ente simple, no necesitaría de los quarks, átomos, moléculas, ni tejido cerebral alguno para manifestarse psíquicamente; tan sólo lo haría mediante la telepatía.
Otra pauta para ahuyentar todo concepto de alma, nos la da el hecho de que nuestra capacidad craneana es mucho mayor que la de nuestros compañeros en la existencia, los animales. Acudamos simplemente a un diccionario enciclopédico ilustrado y abrámoslo en la página donde se comparan los tamaños de cerebros de diversas especies de animales, a saber (por ejemplo): un lagarto o, una serpiente que deriva de los lagartos que han perdido sus extremidades; de un ave (que desciende de los reptiles); de un mamífero marsupial (canguro o zarigüeya), de un felino, de un cánido, de un simio y… de un pitecántropo; todo esto ante el cerebro de un autoclasificado como Homo sapiens, y obtendremos la guía inequívoca de la evolución inscrita en los yacimientos fósiles, y en la fauna viviente actual, (a la par de los vegetales que también siguieron el camino de la evolución).
Retornando al tema inicial de este escrito, vemos que un dios-espíritu inmiscuido en el mundo ¡vuela!, se pierde, se esfuma, al mismo tiempo que un alma entretejida entre nuestras neuronas, glías, axones y dendritas que supuestamente “sirve” para explicar nuestro pensamiento, se escabulle, se esfuma, se pierde como una nube de humo, mas bien dicho, en realidad no aparece en parte alguna porque no tiene lugar, ni sentido, ni es necesaria para explicar nuestras facultades mentales.
Mientras que, en otro aspecto, nos hallamos ante el antiguo concepto acerca de un Dios (con mayúscula) en el mundo, navegando complaciente, feliz y contento entre las galaxias (mientras sus criaturas en la malhadada Tierra, padecen, se matan por él en guerras de locos, sufren las mil y una calamidades de toda índole, pestes, hambrunas, catástrofes naturales… etc. etc.) contemplando siempre impávido, su tenebrosa creación: el planeta Tierra pleno de maldad sin límites, odios, sufrimiento, destrucción, injusticias y muerte obrados por sus “bellas” criaturas inspiradas o malaconsejadas por cierto demonio (otra especie de “dios, esta vez maligno también fruto “malparido” del mismísimo creador), ante su complaciente venia según así lo hacen creer algunas personas (sacerdotes o laicos) obnubiladas por su religión, ante todo este panorama experimentamos una sensación de locura completa.
Por su parte ¿para qué diablos aparece en la existencia este ente, especie de dios (con minúscula) esta vez maligno (demonio) creado, según dicen y creen, nada más ni nada menos que por el summum de la benignidad, Dios con mayúscula, según ellos (a sabiendas de que iba a ser maligno en virtud del conocimiento del futuro –presciencia- que los teólogos atribuyen a este dios supremo e “infalible”). Este último prometiendo también “la salvación” de nada más ni nada menos que de todo el género humano. Si, todo: asiáticos, africanos, oceánicos, europeos, americanos…, pero… después de la venida de su hijo el Cristo (ungido). Y… a las anteriores generaciones ¡que las parta un rayo! (Un puñado de salvos entonces ya que la mayoría de la población del orbe del pasado y del presente no profesa el cristianismo, pues pertenece a otros credos, es atea, o indiferente en materia de religión). Además, ¿cuánto tardó la “buena nueva” (el mensaje salvífico contenido en los Evangelios) en llegar a las Américas, por ejemplo? La friolera de 1500 años después de la Pasión y “muerte” de un pretendido “salvador del orbe entero” y… ¿Cuanto más tardaron los misioneros en evangelizar a los pueblos indígenas de África, Oceanía, etc.? Y en la China, por ejemplo, ¿qué pasó ante la llegada y predicación de los misioneros? Simplemente que los pobladores de este coloso con su cultura milenaria con el Buda a la cabeza, habrán dicho con mofa: “¿A nosotros con este cuento?” Lo mismo habrá ocurrido en la milenaria India con su cultura y religión vernácula frente a los ilusos predicadores cristianos que allí rebotaron. Y hoy, en todo el Globo solo un tercio de la población profesa el cristianismo En resumen vemos que la pretendida “religión universal” ¡ha fracasado! dejando el lastimoso tendal de víctimas a lo largo de los años de terribles luchas religiosas entre facciones que no se ponían de acuerdo sobre un oscuro texto bíblico tenido por palabra de un dios.
En efecto, ¿salvación aún para lo no nacidos que mueren en el útero? Como criaturas de Dios ¿¡merecen la gloria aún sin haber pasado por prueba alguna!? ¿Lo mismo para los bebés recién nacidos que fallecen a los pocos días, siempre y cuando “se porten bien” para ser recluidos en el limbo o… (¡pobres bebés!) ¿al tormento eterno “si lo hacen mal” (irónicamente) o si “no son bautizados muriendo en el horrible pecado origina”? ¿Aún los abuelos que ya ni saben como se llaman, continúan estando a prueba frente a la tentación del pecado o “pecadillo”?
Ante todo este sombrío panorama; ante esta locura, ante esta sinrazón, la razón nos grita potentemente el siguiente interrogante: ¿Es posible que todo esto pertenezca al panorama de una Ciencia de Dios, o es simplemente producto de una orfandad de dios, y su denominación TEOLOGÍA, tan sólo una pseudociencia más del montón?
Como corolario de toda esta protesta, sólo me queda aconsejar a todo leyente de este artículo, que lo esencial para todo ser humano que nace en este planeta (y que tal vez llegue a colonizar otros cuerpos espaciales en un futuro próximo) es el amor, la ética, las buenas costumbres, la comprensión, la razón, el pacifismo, la ciencia, el progreso y otras múltiples acciones humanas nobles, que deben ser la meta de todos los habitantes del orbe, sin dioses, sin enconos, sin guerras, sin masacres, sin inválidos de por vida, en un cosmopolitismo total. Patria Única: el Planeta Tierra y otros de nuestro sistema solar, y… más allá también, quizás a ser habitados en el futuro…
Ladislao Vadas