La política en la Argentina se transformó en el terreno de los aprietes, las coimas, los cambios repentinos de parecer. Las llamadas de celular canjeando votos y ordenando cambiar el sentido del voto, reemplazaron a las discusiones cara a cara, para debatir ideas y sostener principios. Frente a ese cuadro de “los que mandan”, no podemos negar que nos sentimos muy mal.
Mal porque todo se soluciona de arrebato y con caprichos sostenidos a “billetazos”. Mal porque estamos viendo que quienes hoy sostienen estos estilos de proceder corrupto y aberrante no eran tan cretinos al comienzo de la democracia. Mal porque esta forma de proceder sistemática no solo es estéticamente detestable, lo peor es que no vaticina nada bueno para el futuro. Es en cierta medida el fracaso de una generación que no acepta las reglas institucionales y el debate democrático, con una tendencia al autoritarismo y a la chapucería que se profundiza.
La falta de principios y la tendencia a lo acomodaticio se fue consolidando en paralelo a la duración de la vida democrática. La falta de espacio y de visión del tiempo que se venía en el gobierno de Alfonsín llevó a que se consuman todas las energías en el juicio a las juntas, el debate con los militares y en la hiperinflación final.
En el menemismo no existió valentía para defender las empresas del estado, cuando se hablo de un “cambio ordenado” se dijo que era entregar la soberanía, luego bajo el pánico de la hiperinflación se las regaló en un proceso monumental de estafa. Pero eso no fue lo único, basta con repasar las provincias para ver como se transformaron en feudos, donde conviven las oligarquías políticas despóticas, con la pobreza y la arbitrariedad.
Que los Rodríguez Saá sean astutos y generen obra pública no debe disimular el vandalismo con el que manejan esa provincia. En otras del Noroeste o del Noreste el feudalismo es total, el caso María Soledad Morales fue el ejemplo que no queremos ver de cómo se pervierte una sociedad, hasta el cuerpo de las mujeres debe estar a la merced de los gustos y placer de los poderosos de la política.
En San Juan los hermanos Gioja convalidan el envenenamiento de las aguas so color del negocio minero y la van de grandes señores. Podríamos seguir con miles de ejemplo sobre los barones del conurbano bonaerense que hacen de la miseria la fábrica de votos, que mejor que el clientelismo para tener enganchados a los pobres infelices y así transformarlos en un caudal de votos “seguros”.
La droga en escala, la prostitución, el juego, la marginalidad en todos los sentidos tienen a los políticos convalidando los mecanismos de los actos más corruptos. Pero no son solo los políticos. Los sindicalistas no pueden ser más perversos, toda la CGT de los gordos está metida en los negociados de los medicamentos, ninguno de ellos puede sostener una declaración jurada de bienes. Los empresarios no le van en zaga. Los dirigentes del fútbol son malandras ricos de instituciones pobres.
Lo más grave es que cuando se denuncia que esta corrupción, dejó de ser una anécdota para transformarse en estructural, en el sistema político se termina denostando al que lo dice, los tránsfugas lograron naturalizar el bandidaje y ”no aceptan críticas ni reclamos”.
En lugar de admitir que esto pasa en la Argentina, que vivimos circunstancias difíciles, nos quieren hacer creer que estamos en un “proceso revolucionario”, ni proceso, ni revolucionario. Una Argentina sin presupuesto es lo que hace felices a los intereses del mercado, se aseguran que la guita va a estar sujeta a las lapiceras de los funcionarios y que no corren el riesgo que los fondos sean derivados a resolver los grandes temas de la nación; el hambre, la jubilación, la generación de empleo, la preservación del medio ambiente y una recaudación impositiva que sea progresiva.
La oligarquía con olor a bosta fue reemplazada por la patria sojera y por que los mercados quieren que lluevan los dólares que mal gastamos.
La argentina con su déficit institucional está retrocediendo en el tiempo, decimos que es “el modelo” el que funciona pero no es así. Estamos en una crisis institucional terminal, no hay control entre los poderes, los límites de lo nacional, provincial y municipal no existen todo en beneficio de aquel que tiene la caja con más dinero.
Las garantías individuales están en riesgo, los pobres son seres que “roban”, no nos preocupa seriamente que comen, que deben ser educados, que tienen los mismos derechos. Los funcionarios se comportan como si el estado fuera parte de su patrimonio personal y existe un consenso generalizado en que reina la injusticia.
Los funcionarios y por consiguiente las instituciones no son capaces de resolver problemas complejos, basta con repasar las soluciones que se dan para preservar el medio ambiente, para erradicar la miseria, para recuperar las economías regionales, para mantener en actividad a todos los sectores de la economía, evitar el trabajo esclavo y toda forma de explotación humana.
Todo es tan improvisado, cargado de retornos, con miedo de consolidar un sector económico sólido o de blanquear el trabajo, asombra como se favorecen las explotaciones salvajes que a la vez obtienen porcentajes de ganancia fabulosos esclavizan a la mano de obra.
No existe la utopía de una sociedad justa, todo está mediocrizado a hacer la diferencia. En este rumbo, la argentina camina a un lento proceso de disolución. Con el conformismo de que no existe la amenaza de un golpe de estado, se sigue profundizando una decadencia extemporánea en los procedimientos que combina el enriquecimiento de los funcionarios con el aislamiento de los intereses populares.
La disolución de los partidos políticos tradicionales en pequeñas islas con caudillos y la no emergencia de nuevas identidades significativas, es quizás el mejor indicador que este proceso de desgate y agriete se sigue radicalizando.
La fractura de los gremios y de las centrales sindicales es otro, podríamos seguir con los estados de las instituciones en las provincias. Ese cuadro es soslayado en el debate político nacional que solo parece entender de antinomias entre figuras más que conocidas.
Sin estas condiciones estructurales es difícil entender la crisis pueblerina, se esta por cambiar la ley de jubilaciones en la provincia sin mayores debates, sin información seria, se cambia el nombres de la principal arteria de Río Gallegos también a los apuros, con la complicidad de funcionarios municipales y concejales de la supuesta oposición, tenemos municipios del interior en grave crisis, pero no le damos mayor importancia, los presupuestos de la provincia son un galimatías donde sabemos se consuma la entrega de los recursos naturales a cambio es espejitos, pero los políticos se preocupan por las próximas elecciones, la “re-re-elección”. ¿Qué nos pasa?
Pasa que nos parecemos mucho a un país en decadencia, en una decadencia que como sociedad no queremos asumir, y que mientras pasa, hasta que quizá “algún día venga un criollo a gobernar” muchos sentimos que somos unos fantoches deambulando por la noche oscura.
Hugo Moyano
Propietario de Fm News y News Multimedios S.A.
OPI Santa Cruz