Con alguna sorpresa se ha observado durante estos últimos 40 días una serie de mensajes trasmitidos desde los medios de comunicación (no de Tribuna, por suerte la excepción) y por las cuales se pretende reflejan algunas supuestas “mediciones” de imagen y de intención de voto en atención a las elecciones del año próximo. Estas acciones son generadas y promovidas, en mayor o menor medida, desde las usinas a las que estamos acostumbrados, las empresas “encuestológicas” a las cuales los políticos y partidos parecen adictos, y que son las que potencian las opiniones de muchos medios y periodistas. Algunos periodistas parecen verdaderamente narcotizados por estos dibujos con forma de torta o tabla a los que llaman “encuestas”.
Desde estas fábricas de encuestas, y desde el primer momento, se reflejaría un supuesto efecto de reconocimiento hacia la primera mandataria, la presidente Cristina Elizabeth Fernández, viuda de Kirchner, en estos últimos cuarenta días.
Claro que desde el impresionante multimedios formado por el gobierno K, multifacético y variopinto si los hay, se ha dado mucha difusión a estas supuestas mediciones: vienen como anillo al dedo a los “ultras”, los instaladores desde el poder de la continuidad.
Realmente, es increíble como se pretende manipular a la opinión pública en la República Argentina, en donde parece que es imposible una regulación de este tipo de “mediciones” que no son otra cosa que una pata mas de las campañas electorales, ya sea emitidas desde el mismo poder como de los partidos políticos o grupos de poder o interés. Algunas de estas consultoras actúan con el descaro de no haber ni siquiera realizado las encuestas, o haberlas realizado con un mínimo de resguardo técnico. Todas, por lo pronto, se difunden alegremente por todo medio, trascendiendo a Internet, sin que el público consumidor cuente o tenga algún tipo de resguardo de estas maniobras que son reales operaciones políticas.
Siguiendo con el punto, es fundamental destacar la necesidad de regulación (y cumplimiento) del registro de encuestadores, pero no como un registro operable desde el poder, sino como un ente autárquico, o, en su caso, del poder judicial, quien, por de pronto además debería controlar en su totalidad el proceso electoral. Y las encuestas son parte del universo de dicho proceso; en un país como el nuestro, dichos relevamientos, terminan siendo uno de los elementos de campaña más importantes induciendo al voto de muchos, quien pasan a desempeñarse como “optadores” y no como “electores”, lamentablemente.
Por último, entendemos que una encuesta, sin ser bien explicada al encuestado, abarcativa y circunstanciadas, carece de todo valor, al mismo tiempo que debe acompañar las variables, universo, esquema y modo. Más aún, debe ser oportuna, descontextuada, y con la imagen de un cajón cerrado en donde parte de la descreída población hasta se permitía dudar de la existencia del cadáver contenido, no vale una encuesta de “imagen” o de “intención de voto” para una elección presidencial a un año vista. Esto no es encuestar, es trampa.
Efecto desahogo
Como consecuencia de lo anterior, concluyo que cualesquiera de estas pretendidas “mediciones”, en el caso de existir objetividad (lo que pongo en duda) no puede estar exenta o ajena de la coyuntura social, política, económica e internacional en el universo en el cual se mide. Y, además, hacerse de “buena leche”… Por todo esto nos permitimos poner sobre el tapete algo que ninguno de los sabios analistas ha comentado: el efecto “desahogo”.
Llámese desahogo, la “no presencia” (u omnipresencia) de Néstor Carlos Kirchner. Se podrá cultivar o alentar un mito, pero no está. Muchos funcionarios no tendrán que soportar más las presiones tremendas de las que eran sujetos pasivos del individuo Kirchner, Néstor Carlos, persona de carne y hueso. Otros, funcionarios, o dirigentes empresarios o gremiales, no tendrán la presión de los peores personeros que el “furia” solía enviar a distintas operaciones de las que estaba acostumbrado. Su desaparición física, la Kirchner, es una forma de desahogo, con miles de facetas.
Cada individuo, cada habitante, a lo largo y ancho de la vasta República Argentina, ese conjunto tan heterogéneo de 42 millones de habitantes, desde la presidente hasta el más remoto u olvidado de sus integrantes, ha sido afectado, en mayor o menor medida, por este sujeto que ha desaparecido físicamente. No ha “mejorado” Cristina, sí (uniendo “hecho” y “facto”) ha reunido y reasumido la institución presidencial que ejercía su entonces cónyuge en los hechos.
Esto es lo que miden las encuestas; el “no estar” se traduce en un efecto beneficioso, y como correlato de su perniciosidad política. Claro, nadie políticamente correcto pondrá esto sobre un papel… así de hipócritas somos los argentinos. Los opositores deberán salir de su comodidad y simple espera: deberán mostrarle a los argentinos para qué quieren el poder y como lo intentarán ejercer, orientados a que fines.
El muy seguro efecto evanescente, pero actual y concreto, de no tener que soportar más Kirchner, ha generado un efecto benéfico general, evidentemente. Igual quedarán las listas de decenas de hechos, negociados y desvaríos de un gobierno global de 8 años que la historia no absolverá.
Sin perjuicio de lo anterior, será muy difícil que Cristina Fernández Wilhelm, viuda de Kirchner pueda evadir el juzgamiento de lo actuado en su conjunto en los referidos 8 años globales de ejercicio del poder. Tampoco será fácil que, mecánicamente, las supuestas mediciones de piadosa imagen positiva que hoy se pueda reflejar se traduzcan en “intención de voto” y desde allí se catapulte hacia un positivo voto.
Los encuestólogos, igual, siempre estarán agazapados, tratando de vender sus espejos y baratijas de colores.
Corolario
A tal punto resultaba evidente que gobernaba de facto Kirchner nuestro país que, en las famosas “placas rojas de crónica” como se puede ver en un sitio muy visitado, (1) se advirtió sobre algo que muchos pensaban, y nadie decía: “Si Kirchner se descuida, Cristina asume la presidencia”.
Kirchner se “descuidó” demasiado. Cristina asumió la presidencia. Profecía autocumplida, le dicen.
Claro, solo falta no dejarse engañar en 2011, ni leer muchas encuestas.
José Terenzio