Los
italianos dicen que la vida es tan dura Tom
Hagen, Como los grandes del celuloide en sus
últimos días sólo acarreaba rumores por el mundo de la farándula. Qué
pronto filmaría una película en Londres, qué vivía en la indigencia, había
perdido hace unas horas un nuevo pleito de casi 200 mil dólares, qué lo
sostenía una pensión del sindicato de actores. Muchos supuestos para un solo
organismo viviente, pero la chismografía que ronda a los artistas es inmensa,
corrosiva, no tiene límites y crece como una hiedra sobre la realidad. Rolando Gabrielli
que el hombre debe tener dos padres que velen por él;
por eso todos tienen un padrino.
Consigliere de la Familia Corleone
El Padrino, Mario Puzo
Con todos los medios existentes, la TV
e Internet, es pólvora pura, se incendia como la estopa. La farándula,
que siempre ríe, está de duelo: ha muerto Marlon Brando, -el personaje de
mayor carácter en el cine norteamericano del siglo XX-, producto de una
diabetes que lo minaba hace años. Brando supo desde hace mucho tiempo, que la
muerte es un tranvía llamado deseo. Ha sentido el pitazo de su última
parada.
Yacía en su morada de Los Ángeles, California, asistido
por sus glorias deambulaba en su mansión, seriamente golpeado por conflictos,
tragedias familiares, arrinconado por la ausencia de dinero, retirado, ausente
de sí mismo, glorificado por una incesante chismografía, y seguramente
ignoraba que reinaba aún en su ocaso. Un símbolo de la rebeldía, se extinguía
en medio del silencio, y Brando prefería pasar sus mejores momentos en su
paradisíaca Isla de Tahití, Tetiaroa, donde se enamoró perdidamente de una
nativa con quien tuvo un hijo
Hizo carrera en Broadway y saltó al cine como una espuma
siempre en el celuloide, impuso su estilo sin complicaciones, tiernamente
violento, lleno de cicatrices humanas, este descendiente de irlandeses
y de una actriz alcohólica, que defendía con pasión a los Pieles
Rojas. Fue un mito viviente, y transmitió su impostura a otros
grandes: James Dean, Robert De Niro, Al Pacino y Paul Newman, sus
mejores oscares.
En ninguna película que protagonizó existía la
posibilidad de su ausencia, un sello, Brando, siempre recorría la pantalla y
la piel del espectador, porque aún
en sus más bajos niveles de autoestima, en la derrota, se la jugaba como en
los viejos tiempos de Nido de Ratas, Un
tranvía llamado deseo, El Padrino, El último Tango en París.
Trabajó con grandes directores para obras
maestras, perdurables en el tiempo, y en todas estaba su
personalidad irascible, contradictoria, sus humores, talento
indiscutido, y uno de ellos fue el turco Elia Kazán, un protagonista de
macartismo en Hollywood, que murió cuando nadie sabía que aún vivía. Algo
parecido le sucedió a Brando, quien ya no escuchaba nadie, y tal vez, ni
siquiera asimismo. Bertolucci o Coppola,
lo importante fue su interpretación renovada dentro de la filmación, no
fuera de la imposición del escenario. Su rebeldía era real. Fue expulsado de
distintos colegios en su agitada adolescencia.
La cinematografía norteamericana está en deuda con
Brando. La sacó de sus clichés, acartonamiento, de sus pies forzados en la
dramaturgia británica de esos tiempos.
Siempre se atrevió Marlon
Brando, puede ser su eslogan, porque defendió a negros e indios, cuando pocos
se atrevían hacerlo. La soledad de
Nebraska, su ciudad natal, lo marcó para siempre. Más nadie le diría lo que
tendría que hacer, como en su famosa película El Salvaje. Lo fue a su manera
en un mundo poco dócil. Todo en él era conquista, su lado Oeste, el que
tiene todo ser humano que se precie.
El año 1995 lo marcó definitivamente y fue el inicio de
su gran derrumbe. Su hija Cheyenne se suicidó en la Isla de Tahití. Ya no
regresaría más a su paraíso
perdido.