Con el comienzo efectivo de las vacaciones para millones de argentinos, los principales referentes de la política nacional apuntan ahora a llegar de la mejor manera posible al mes de marzo, considerado por todos ellos como el punto de largada del año electoral.
Hasta entonces, por lo menos en los papeles, la política será más liviana, habrá campaña en las playas y muchas fotos con dirigentes sonrientes, pero desde marzo la contienda será durísima, coinciden tanto en el oficialismo como en la oposición.
"Hasta marzo hay que tomar sol, moverse sin hacer nada grandilocuente y esperar. Porque estoy convencido de que a partir de marzo se van a desatar fuerzas difícilmente controlables", suelta, como al pasar en una charla de café, un intendente de peso en el Gran Buenos Aires.
Y sorprende con un pronóstico político desconcertante: "Cristina no va a ir a la reelección, está muy condicionada por los siete años de gobierno".
La frase suena fuera de contexto, pronunciada por un jefe comunal que en su despacho tiene enmarcada la tapa de un diario en la que aparece junto a Cristina y Néstor Kirchner, en una fotografía tomada algún tiempo atrás.
Pero detrás de ese concepto aparece el análisis riguroso de quien perfila su propio destino. Enseguida saca del cajón de su escritorio una voluminosa encuesta en la que, según se encarga de mostrar, la ola de popularidad que catapultó la imagen de Cristina tras la muerte de Néstor está comenzando a descender.
Ese descenso podría ser adjudicado al diciembre violento que padeció la Argentina, especialmente en la Capital y el Gran Buenos Aires, donde la problemática de la toma de tierras y los incidentes en Constitución dejaron en claro que este tipo de situaciones no han quedado sepultadas en el pasado.
El propio Gobierno se vio fuertemente sacudido por esos hechos y comenzó a perfilar una tendencia que muy posiblemente se acentuará con el correr de los meses: la Presidenta aparecerá cada vez más rodeada de funcionarios y dirigentes que no están identificados con el peronismo en sus formas tradicionales.
Así se puede entender ahora el marcado descenso de Aníbal Fernández en la estructura de poder oficial, pese a que aún conserva el cargo de jefe de Gabinete, y el mayor predicamento de funcionarios como Oscar Parrilli, Carlos Zanini y Héctor Timermnan en el entorno inmediato de la mandataria.
La jefa de Estado se ha recostado en ellos tras la muerte de Kirchner y si bien intentó retomar el control del PJ, muchos notaron que su discurso de ocasión en la quinta de Olivos no tuvo contenidos vinculados a la historia y al futuro del peronismo, sino que se asimiló a un acto de gobierno.
"Eso no debería sorprender, porque el peronismo es un partido de gobierno, yo diría el partido de gobierno por excelencia en este país", justifica un ministro con nuevas funciones en la Casa Rosada, pero cuya historia tuvo varias ideas y vueltas con el PJ a tal punto que llegó a pasarse al Frente Grande.
En el mundillo peronista, tironeado ahora por kirchneristas, duhaldistas y nuevas tendencias como expresan Daniel Scioli, Francisco De Narváez, Sergio Massa o Mario Das Neves, la mayoría tiene, pese a las notorias diferencias, una preocupación común: cómo se hace para ponerle el cascabel a Moyano.
El jefe de la CGT aparece como uno de los hombres clave para el devenir de este flamante 2011, no desde el punto de vista electoral claro está, pero sí en cuanto al entramado de poder que se construirá, desde marzo, con las negociaciones salariales en un país que vuelve a padecer el flagelo inflacionario.
Desde la muerte de Kirchner, que piloteaba muy bien las contradicciones del peronismo y la transversalidad, Moyano aparece más condicionado: una prueba concreta de ello son las causas judiciales que pesan en su contra. En los pasillos de la Rosada siguen con atención los pasos del juez Claudio Bonadío.
"Nadie puede imaginar ahora lo que es capaz de hacer Moyano si se siente acorralado por la Justicia. Pero más que Moyano, al que realmente se le tiene miedo es a Pablo, su hijo mayor, que controla el aparato de los Camioneros", agrega el intendente consultado por este columnista para Noticias Argentinas.
Así como Moyano no tiene garantizado su futuro, pese a que es uno de los hombres más poderosos del país, tampoco lo tienen varios intendentes del conurbano, algunos de ellos históricos como Hugo Curto (Tres de Febrero) o Enrique García (Vicente López), quienes como Darío Díaz Pérez (Lanús) no están midiendo bien en las encuestas que cerraron a finales de 2010.
La incertidumbre política, por tanto, comenzará a dominar el escenario y la oposición no estará exenta: el radicalismo pergeña una elección interna propia antes de la que prescribe la ley para agosto porque tiene claro que su fuerza se verá licuada si compitiera el mismo día que el Partido Justicialista.
Así las cosas, el titular del Comité Nacional, Ernesto Sanz, ya anticipó que pedirá licencia a ese cargo para enfrentar a Ricardo Alfonsín en la interna radical por la candidatura presidencial, a la espera de que se defina el vicepresidente Julio Cobos, a quien se le agota el margen para seguir esperando.
La figura de Sanz viene ganando terreno y podría tomar más dimensión en caso de derrotar a Alfonsín en la interna. Si eso sucediera, para Cobos habrá pasado entonces definitivamente el tren de los primeros planos de la política argentina.
Otras instituciones que a primera vista parecen más duraderas también podrían sufrir los vaivenes de la política este año que comienza: en el caso de la Corte Suprema de Justicia, hay por lo menos dos ministros que podrían dejar su cargo, uno de ellos por enfermedad y otro porque considera que ya agotó su tiempo allí.
Ni hablar, entonces, de los ministros del Gabinete nacional: hay varios que están en la cuerda floja y otros —como Amado Boudou y Carlos Tomada— que podrían pedir licencia para dedicarse de lleno a la campaña electoral en la ciudad de Buenos Aires.
Jóvenes funcionarios ligados a la agrupación La Cámpora como el presidente de Aerolíneas Argentinas, Mariano Recalde, están llamados entonces a ocupar cargos de primera línea en el último tramo de la administración kirchnerista.
En el Gobierno saben, además, que se jugarán buena parte de su suerte electoral este año en la cuestión irresuelta de la inseguridad. Pese al desembarco de Nilda Garré en el Ministerio creado a tal efecto, la decisión de "bajar" gendarmes al Gran Buenos Aires la tomó en persona Cristina Kirchner.
Por cierto que la orden presidencial no cayó del todo bien a la Policía bonaerense y dejó algo descolocados a los responsables de la seguridad en la Provincia.
La flamante ministra intentará aplicar la misma receta que utilizó en la cartera de Defensa: un fuerte control civil sobre las fuerzas y un mejoramiento de las condiciones de vida de los agentes, potenciando la obra social y el hospital Churruca, entre otros beneficios.
Garré está convencida de que las tomas de tierras y los incidentes de Constitución estuvieron "armados". Lo demostró en las conferencias de prensa que ofreció en las últimas semanas, en las que optó por confrontar en forma directa con el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri.
En las usinas del pensamiento kirchnerista están seguros de que Macri terminará confluyendo con Eduardo Duhalde —el fantasma omnipresente en las intrigas palaciegas de la Rosada— cuando llegue el momento de la verdad.
Pero todavía hay mucha agua por pasar debajo del puente. Tanta como la cantidad de sorpresas que seguramente deparará este 2011 que recién comienza y que dibuja, hasta el momento, un horizonte de marcada incertidumbre política.
Mariano Spezzapria
NA